El tiempo es como una rueda que avanza inexorablemente hacia un punto indeterminado. Imparable e inevitablemente. Echar la vista atrás para recordar algo es normalmente un ejercicio con dos caras. En la primera de ellas, nos puede invadir un sentimiento mezcla de nostalgia y de cierta tristeza. Hay cosas que ya no serán como antes. Las echamos de menos sabiendo que no volverán. Hace poco pasé por la calle en la que vivían mis abuelos que además está camino de la casa de uno de los amigos de la escuela a la que iba a estudiar cuando ni siquiera pensábamos a qué nos queríamos dedicar en la vida. Recordar los momentos en los que iba a visitar a los primeros con la esperanza de que me dieran algo de dinero para pasar el fin de semana, o al segundo para, entre risas y nervios, preparar un examen del día siguiente, me hizo sonreír, pero a la vez me trajo cierta dosis de nostalgia que me advertía de que esos tiempos ya nunca volverán, y que ahora son mis hijos los que viven esas emociones sin saber que un día también serán sólo recuerdos para ellos. La segunda cara de este echar la vista atrás es quizás más amable. Llamar a la puerta de la memoria de una manera más aséptica, tratando de dejar a un lado la insoportable levedad del pasado, nos puede hacer felices sin más. Yo asistí a la primera edición del Festival Internacional de Benicàssim; al terminar mi primer año universitario viajé en tren con una mochila muy pesada por toda Europa; estuve en la vuelta a primera división del equipo de mi ciudad tras más de 35 temporadas en el infierno… Podría citar muchos otros recuerdos. Hoy me quedo con uno que quedó marcado para siempre en mi memoria: yo fui parte de la edición de 10 AÑOS DE TRANSVULCANIA 201. HISTORIA DEL TRAIL RUNNING de Transvulcania, aquella en la que, en la modalidad ultra, sobre la que versa este artículo, se impusieron Luis Alberto Hernando y Anna Frost.