Han sido muchas horas de entrenamiento. Tiempo que has invertido en tu preparación cuando lo más fácil y cómodo hubiera sido pasarlo junto a tu familia o amigos. Muchos planes a los que no te has podido unir porque tu entrenamiento marcaba sesiones exigentes que obligaban a llegar descansado. Acumulación de kilómetros y desnivel en jornadas que en algunas ocasiones comenzaban cuando aún restaban horas para que el sol asomase por el horizonte. Físicamente, puedes encontrarte en tu mejor estado de forma. Pero una carrera tiene factores con los que no puedes contar. Luis Alberto Hernando, hace ya algún tiempo, nos decía que el recorrido está lleno de piedras con las que puedes tropezar arruinando semanas o meses de esfuerzo y sacrificio. Un esguince de tobillo puede suceder en cualquier momento. Lo único que está en tus manos para evitarlo es fortalecerlos en sesiones de fuerza en un gimnasio o vendarlos para limitar su movimiento. En cualquier caso, la mala suerte puede aparecer al perder la concentración. Debemos por todos los medios poner los mecanismos para que el azar no destruya nuestros sueños. Y el azar es algo que debemos evitar en dos de los factores claves para culminar con éxito una carrera de larga distancia: corrección en la hidratación y suficiencia en la ingesta de hidratos de carbono. Si el cuerpo no recibe lo que necesita, de nada habrá valido el esfuerzo físico realizado y los sacrificios a los que nos hemos sometido. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el cuerpo es como un vehículo. Si no recibe el combustible adecuado y suficiente, tarde o temprano se detendrá.