Durante años, muchos pasaron por Merced Canyon sin prestar demasiada atención al rincón sombrío donde arranca Book of Hate. Desde lejos, el diedro parece inofensivo, un trazo limpio en la roca. Pero basta acercarse para notar cómo el ángulo se va cerrando, cómo el granito empieza a empujar de vuelta, como si te recordara que aquí no se regala nada. En ese escenario, hace apenas unas semanas, Amity Warme firmó una de esas ascensiones que te reconcilian con lo salvaje de la escalada.
Book of Hate es un 5.13d (8b) que pide algo más que fuerza. Pide paciencia. Pide saber regular cada gramo de tensión en manos y pies. Pide asumir que no hay agarres evidentes y que la vía te obliga a inventar una manera de permanecer allí dentro, en ese stemming interminable que te abre la cadera y te vacía los gemelos. Amity lo entendió mejor que nadie. Se tomó su tiempo, exploró los descansos mínimos, afinó cada decisión. Lo que para la mayoría es desesperación, ese vacío entre apoyos inciertos, para ella se convirtió en un espacio donde escuchar la roca.
Dicen que su intento definitivo duró alrededor de 45 minutos durante los cuales el silencio tan solo se veía interrumpido por la respiración cada vez más tensa, los sutiles agarres de pies y manos en la exigente pared y el cuerpo temblando en diagonal. Y ese ballnut que ya le había salvado antes de una caída y que volvió a colocar en pleno crux, no por inercia, sino por convicción. Es un tipo de valentía que solo se entiende si has escalado lo suficiente como para saber cuándo una protección es más un acto de fe que una garantía.
Cuando por fin llegó arriba, Warme no solo añadió su nombre a la corta lista de personas que han vencido este diedro legendario. También nos recordó algo esencial, que Yosemite sigue siendo un laboratorio de honestidad, un lugar donde las escaladas importantes más allá de estar definidas por su grado lo están por su compromiso. Y el suyo, en Book of Hate, fue absoluto. Una ascensión limpia, intensa y profundamente humana. Una de esas que quedan.







