Andrzej Bargiel. Desafío extremo

Primer Everest con esquís sin O2

Dirección: B. Bargiel

Canal: Red Bull

Año: 2025 | Duración: 31:15

Video+Freeride

El 22 de septiembre, tras casi 16 horas de ascenso ininterrumpido en la temida zona de la muerte, Andrzej Bargiel se colocó los esquís en la misma cima del Everest. Solo quienes conocen de verdad la alta montaña entienden lo que significa llegar allí arriba todavía con la lucidez suficiente para preparar un descenso. Eligió la línea del Collado Sur y emprendió la bajada. Alcanzó el Campamento II de noche y decidió detenerse. El retraso acumulado en la ascensión había hecho que la oscuridad convirtiera la navegación en un riesgo innecesario incluso para alguien con su solvencia técnica.

A la mañana siguiente afrontó la Cascada de Hielo del Khumbu, un laberinto vivo que se derrumba y se recompone sin aviso. Lo hizo guiado parcialmente por un dron pilotado por su hermano Bartek, una herramienta que, en una zona tan impredecible, puede marcar la diferencia entre encontrar una línea viable o quedar atrapado en una trampa mortal. Finalmente llegó al Campamento Base, convirtiéndose en la primera persona en ascender y descender el Everest sin oxígeno suplementario.

La ascensión había sido especialmente exigente. En otoño, cuando la mayoría de expediciones ya han abandonado la montaña, hay que gestionar el terreno sin apoyo externo y asumir condiciones mucho más duras de lo habitual. Bargiel sabía que lo ideal habría sido atacar directamente desde el Campamento Base a la cumbre, pero también entendía que la meteorología y el estado de la montaña no siempre conceden esas oportunidades. Y esta vez no lo hicieron. La altitud extrema llevó su resistencia al límite. Funcionar de manera efectiva durante tantas horas por encima de los 8.000 metros es un desafío que pocos cuerpos pueden tolerar.

Para contextualizar la magnitud del logro, basta recordar que más de 6.000 personas han alcanzado la cima del Everest, pero solo una pequeña fracción lo ha hecho sin oxígeno suplementario, y absolutamente nadie había descendido después esquiando. A casi 9.000 metros, en la altitud de crucero de un avión comercial, el organismo trabaja con apenas un tercio del oxígeno disponible al nivel del mar. La saturación cae, la fuerza se drena, la mente se nubla. Permanecer allí demasiado tiempo puede desencadenar edemas pulmonares o cerebrales. Bargiel no solo resistió casi 16 horas en ese entorno, sino que conservó la precisión suficiente para encadenar un descenso técnico.

Su bajada la había planificado en dos fases, con la conciencia de que la Cascada de Hielo solo ofrece un margen relativamente seguro a primera hora del día. La cima, además, le exigió más de lo que él mismo había imaginado ya que nunca antes había pasado tanto tiempo sostenido a semejante altitud, lo que convirtió aquella jornada en un reto físico y mental sin precedentes incluso para él.

El éxito llega tras dos expediciones fallidas en 2019 y 2022. Durante años, descender el Everest en esquís sin oxígeno había sido una idea que crecía dentro de él, sabiendo que las duras condiciones otoñales y la necesidad de trazar una línea viable a través del Glaciar Khumbu lo convertirían en uno de los mayores desafíos de su vida deportiva.

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Primer Everest con esquís sin O2

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El 22 de septiembre, tras casi 16 horas de ascenso ininterrumpido en la temida zona de la muerte, Andrzej Bargiel se colocó los esquís en la misma cima del Everest. Solo quienes conocen de verdad la alta montaña entienden lo que significa llegar allí arriba todavía con la lucidez suficiente para preparar un descenso. Eligió la línea del Collado Sur y emprendió la bajada. Alcanzó el Campamento II de noche y decidió detenerse. El retraso acumulado en la ascensión había hecho que la oscuridad convirtiera la navegación en un riesgo innecesario incluso para alguien con su solvencia técnica.

A la mañana siguiente afrontó la Cascada de Hielo del Khumbu, un laberinto vivo que se derrumba y se recompone sin aviso. Lo hizo guiado parcialmente por un dron pilotado por su hermano Bartek, una herramienta que, en una zona tan impredecible, puede marcar la diferencia entre encontrar una línea viable o quedar atrapado en una trampa mortal. Finalmente llegó al Campamento Base, convirtiéndose en la primera persona en ascender y descender el Everest sin oxígeno suplementario.

La ascensión había sido especialmente exigente. En otoño, cuando la mayoría de expediciones ya han abandonado la montaña, hay que gestionar el terreno sin apoyo externo y asumir condiciones mucho más duras de lo habitual. Bargiel sabía que lo ideal habría sido atacar directamente desde el Campamento Base a la cumbre, pero también entendía que la meteorología y el estado de la montaña no siempre conceden esas oportunidades. Y esta vez no lo hicieron. La altitud extrema llevó su resistencia al límite. Funcionar de manera efectiva durante tantas horas por encima de los 8.000 metros es un desafío que pocos cuerpos pueden tolerar.

Para contextualizar la magnitud del logro, basta recordar que más de 6.000 personas han alcanzado la cima del Everest, pero solo una pequeña fracción lo ha hecho sin oxígeno suplementario, y absolutamente nadie había descendido después esquiando. A casi 9.000 metros, en la altitud de crucero de un avión comercial, el organismo trabaja con apenas un tercio del oxígeno disponible al nivel del mar. La saturación cae, la fuerza se drena, la mente se nubla. Permanecer allí demasiado tiempo puede desencadenar edemas pulmonares o cerebrales. Bargiel no solo resistió casi 16 horas en ese entorno, sino que conservó la precisión suficiente para encadenar un descenso técnico.

Su bajada la había planificado en dos fases, con la conciencia de que la Cascada de Hielo solo ofrece un margen relativamente seguro a primera hora del día. La cima, además, le exigió más de lo que él mismo había imaginado ya que nunca antes había pasado tanto tiempo sostenido a semejante altitud, lo que convirtió aquella jornada en un reto físico y mental sin precedentes incluso para él.

El éxito llega tras dos expediciones fallidas en 2019 y 2022. Durante años, descender el Everest en esquís sin oxígeno había sido una idea que crecía dentro de él, sabiendo que las duras condiciones otoñales y la necesidad de trazar una línea viable a través del Glaciar Khumbu lo convertirían en uno de los mayores desafíos de su vida deportiva.

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