“Empecé a tener una voz interior que me reclamaba parar, descansar… Comprendí que estaba más en el mundo de los muertos que en el de los vivos, por eso no tenía nada que perder por intentarlo”.
El Kangchenjunga es una montaña dura, difícil, que nunca regala nada y que amedrenta a los que en ella se adentran. En la primavera de 2003, el alpinista aragonés Carlos Pauner proyectó alcanzar su cima por la exigente cara suroeste junto a los italianos Silvio Mondinelli, Mario Merelli y Kristian Kuntner.
El 20 de mayo, a las 16:30, la cordada hispano-italiana logra alcanzar la cumbre de la tercera montaña más alta del mundo. Tras una breve pausa en la cima, que a posteriori se convertiría en crucial, Pauner comienza solo el descenso, ya entrada la tarde, y pronto se encuentra frente a los pasos más complicados sumido en la oscuridad de la noche.
Los tres italianos llegan al C3 a 7.600 metros a la 01:00 AM, en plena noche y con mal tiempo. Gritan y buscan la luz del frontal de Carlos, pero no hay contacto con él. En esta zona, no han podido fijar cuerda para asegurar el descenso y el terreno es rocoso y empinado, siendo esta bajada sumamente delicada.
En la zona de la muerte, de noche, solo y sin oxígeno, la mente lleva a Pauner hacia el camino fácil y letal de dejarse llevar mientras desata una pelea interior por la supervivencia.