Se convirtió en leyenda, y cada una de sus vías en un tributo a la estética y la belleza de la escalada. Un pionero que, ante la montaña y su magnificencia, no pudo evitar sentir más que desconcierto y admiración. A pesar de su corta vida, Emilio Comici dejó un impacto indeleble en el mundo del alpinismo. Su enfoque valiente y revolucionario de la escalada sentó las bases para futuras generaciones de alpinistas y su influencia se extendió mucho más allá de las montañas que conquistó.
Nacido el 21 de febrero de 1901 en la ciudad portuaria de Trieste, Italia, Emilio Comici se transformó en una figura legendaria en el mundo del montañismo durante el periodo de entreguerras. Tras trabajar como estibador y adentrarse en el mundo de la espeleología, donde fijó un récord mundial de profundidad alcanzando los 500 metros, se inició en el alpinismo siguiendo la tradición de destacados escaladores locales como Napoleone Cozzi y Julius Kugy, y desempeñó un papel clave en la formación de futuros escaladores, incluido el icónico Riccardo Cassin.
Apodado el “Ángel de los Dolomitas”, Comici no sólo realizó más de 200 aperturas y primeras ascensiones a lo largo de su carrera, principalmente en las montañas de las que tomó su apodo, sino que también perfeccionó la técnica bávara de escalada, allanando el camino para lo que se conocería como la era de la escalada de sexto grado. Fue pionero en el uso de técnicas revolucionarias, como el uso de escaleras auxiliares y vivacs colgantes, que contribuyeron significativamente a la escalada de grandes paredes a la postre.
En de agosto de 1933, Emilio Comici junto con los hermanos Angelo y Giuseppe Dimai lograron el primer ascenso de la cara norte de la Cima Grande di Lavaredo, una de las imponentes 6 caras nortes de los Alpes, que se había resistido a todos los intentos llevados a cabo con anterioridad. Esta hazaña marcó toda una época y abrió un debate entre la comunidad montañera que se mostró crítica con el uso de pitones de la cordada italiana. La controversia fue resuelta por Comici cuatro años después en un sorprendente acto de valentía y destreza. El de Trieste repitió la vía en solo integral en un asombroso tiempo de tan solo 3 horas y media.
En 1940, un desgraciado accidente de escalada provocado por una cuerda deshilachada en los acantilados de entrenamiento de Selva di Val Gardena nos dejaba sin uno de los escaladores más formidables de la historia.