“Siempre digo que escalo por la belleza, el reto y la curiosidad como razones principales, que no son tales porque esto es irracional. Hay una parte estética importante, una atracción por la naturaleza que hace que quieras ir allí. No tiene por qué ser una montaña. Puede ser un desierto, una playa paradisíaca o un bosque. Los seres humanos estamos diseñados para que nos atraiga la belleza del entorno natural. Es algo muy primario, un impulso muy primitivo. También hay una parte de reto. El ser humano es competitivo. No sólo pasa en alpinismo sino en todos los ámbitos. Sólo es necesario ver algo difícil para intentarlo. A todos nos gusta medirnos y ver que progresamos. Es realmente absurdo porque da igual, pero nos gusta mejorar. Es una parte muy psicológica del ser humano en la que entra el ego. Estamos hechos así. Nos emociona conquistar una cumbre o conseguir algún desafío. Finalmente, está la curiosidad, querer estar en lugares exclusivos, pisar territorio salvaje. Ves una montaña y quieres saber qué se siente estando allí arriba. Te hace ser consciente de que estás vivo. Esto es algo muy bestia, tanto que es inexplicable. Quieras o no, el hecho de rozar la muerte o estar en ese limbo indefinido entre ella y la vida te hace sentir más vivo. Ese punto de espiritualidad es un añadido del alpinismo que no tienen otras actividades. Me afecta esto mucho. Cuando bajo de una cumbre, soy consciente de lo que he conseguido, pero también de que he sobrevivido“.