Los primeros días de octubre de 2017 vieron como el mundo de la montaña quedaba conmocionado con la noticia de la muerte de una de sus jóvenes promesas. Hayden Kennedy, a pesar de su corta edad, contaba en su haber con los Piolets d’Or de 2013 y 2016 y con toda una esperanzadora carrera por delante. A sus 27 años, el americano estaba considerado como uno de los mejores alpinistas del mundo. Había llegado a la cima de algunos de los picos más exigentes del planeta y lo había hecho con una destreza, un aplomo y una humildad que lo distinguían en el mundo del alpinismo.
Su pasión sin fisuras por el montañismo le llevó a convertirse en un purista con ascensiones sorprendentes como la primera al Filo Sureste del Cerro Torre -gesta ensombrecida por la controversia asociada a la eliminación de parte de la burilada de la Vía del Compresor de Maestri-, primera de la cara este del K7, nueva ruta en el Baintha Brakk, El Ogro, cuyas dos únicas ascensiones anteriores vinieron de la mano de Doug Scott y Chris Bonington en 1977 y por Urs Stöcker, Iwan Wolf y Thomas Huber en 2001, primera a la cara este del Cerro Kishtwar o la primera a la arista sur del Chomochior, ambas en perfecto estilo alpino.
El 7 de octubre de 2017, Hayden y su novia, la escaladora y esquiadora de montaña Inge Perkins, se encontraban en el Imp Peak, en Montana, cuando se vieron sorprendidos por una avalancha. Después de ser arrastrados por la misma y quedar sepultados, sólo él pudo salir con vida, pero no indemne. Su vida estaba íntimamente ligada a la de Inge y la tragedia siguió a la tragedia: Kennedy, totalmente angustiado, se suicidó al día siguiente.
“En los últimos años, al ver a demasiados amigos ir a la montaña para no volver jamás, me he dado cuenta de algo doloroso. No sólo las cumbres memorables y los movimientos cruciales son fugaces. Los amigos y los compañeros de escalada también son efímeros. Esta es la dolorosa realidad de nuestro deporte, y no sé qué pensar de ella. El alpinismo es un hermoso regalo o una maldición”.