El alpinista japonés Kazuya Hiraide pronto se dio cuenta de que las reglas y normas de los deportes de competición en los que participaba de adolescente no encajaban con su personalidad. A pesar de sus marcas destacadas, la rigidez normativa del deporte de competición tradicional le empujaba a buscar otros escenarios donde la persona pudiese marcar el camino y el estilo.
Al cumplir los 20 años se inició en la escalada y el alpinismo en las montañas de su región natal. Sus primeras experiencias en el Himalaya, en el Kula Kangri y el Cho Oyu, donde acudió como integrante de expediciones internacionales, le sirvieron para familiarizarse con un terreno y una forma de hacer alpinismo de la que huiría: las rutas marcadas y las ascensiones comerciales.
Al llegar a casa recopiló todos los mapas que pudo para marcar en ellos todas las cumbres que habían sido ascendidas y las rutas escaladas. Ante él se desplegaban un sinfín de itinerarios ya explorados, pero del mismo modo todo un mundo de posibilidades entre todas esas otras rutas no abiertas en montañas poco conocidas. Ahí debía ser. El alpinismo como forma de exploración, y el estilo alpino como forma de expresión.
Varios nombres fueron anotados mentalmente y uno de ellos ejerció un magnetismo especial desde el primer momento: Shispare. Esta mole piramidal de roca, nieve y hielo se alza sobre el horizonte de la subcordillera del Karakorum Batura Muztagh por encima de los 7.600 m, representando su cara noreste un desafío fuera de lo común.
Tras un primer contacto con la montaña en 2002 en el que quedó fascinado ante la grandeza del escenario que se desplegada ante sus ojos, en 2007, Hiraide, haciendo cordada con Yuka Komatsu, llevó a cabo su primer intento de alcanzar la cima por su cara noreste. Las condiciones de la nieve y la dificultad de la ruta les obligaron a abandonar el empeño a los 6.000 m de altitud, dejando un profundo sentimiento de frustración en el alpinista japonés. 5 años más tarde, en 2012, acompañado en esta ocasión por Takuya Mitoro, Kazuya realiza un segundo intento de ascensión, por la cara sudoeste en esta ocasión, que nuevamente finaliza antes de alcanzar la cumbre. Para entonces el Shispare se había convertido en su montaña, esa para la que todo alpinista guarda un rincón especial en su yo más profundo. La misma que le sedujo de nuevo un año más tarde y a la que volvió junto con su compañera Kei Taniguchi para un tercer intento que, una vez más, quedó abortado en el camino. La montaña se mostraba implacable ante un alpinista excepcional que le profesaba una profunda admiración y que tras este tercer intento entendía que tal vez ésta sería una montaña que nunca le dejaría otear el horizonte desde su cima.
Sin embargo, dos años después de este último intento, Taniguchi perdía la vida. Este hecho lo impulsó para lanzarse a por una última tentativa formando cordada con Kenro Nakajima en el verano de 2017. Las condiciones no eran buenas, pero su determinación era total.
“El miedo lo voy venciendo mientras preparo la expedición y voy estudiando la ruta. Es un proceso lento, voy poco a poco. Pero el recuerdo de aquellos que perdí nunca me abandona, suben conmigo y la tristeza nunca se desvanece”.