Luces. La vida es luz y la luz es vida. Luces. La que, aunque no recordemos, nos dio la bienvenida a la vida. La luz que ansiábamos cuando de pequeños nos asustaba la oscuridad. La que mirábamos fascinados, y aún hoy nos arranca una sonrisa, colgando de nuestras ciudades para anunciar que ya había llegado la Navidad. La luz de nuestros flexos en aquellas noches interminables luchando contra el cronómetro antes de un examen en la universidad. Las de nuestro primer coche en aquellos viajes que no nos importaba que duraran toda la noche. La de nuestras linternas frontales en entrenamientos que comienzan antes de salir el sol o en carreras que no parecen terminar jamás. La luz de otros en la montaña que nos tranquilizan al no sabernos solos. La que irradian los ojos de nuestros hijos. La luz que al fin vemos cuando un problema parecía sumido en la más terrible oscuridad y que llega para rescatarnos.
Ansiamos la luz. Queremos que todo vuelva a esa normalidad que realmente echamos de menos. Ya queda menos. Se ve la luz al final del túnel.
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