“En la primavera del siguiente año, me regaló un viaje que no olvidaré jamás. Uno de esos que va más allá de lo que conoces físicamente. Fue algo incluso muy espiritual. Nos alojamos en un establecimiento rural situado en el barrio de Urigoiti, en la localidad de Orozko, en las laderas del macizo de Gorbeia. Su elección fue perfecta. Desde allí, cada mañana, partíamos a pie o en coche camino de alguna ruta que ofrece la increíble red de senderos de Gorbeia. Recuerdo que en esa época se vivía un episodio temprano de calor en el resto de la península. Allí, en cambio, teníamos que colocarnos algo de abrigo cuando por las noches salíamos a cenar a sidrerías y asadores donde llenábamos los gastados depósitos de energía con carnes a la brasa, pimientos de Gernika y queso Idiazabal, para que, a la mañana siguiente, las fuerzas nos acompañasen de nuevo.
Estuvimos allí cinco días. Realizamos muchas actividades caminando y corriendo por la extensa red de senderos que ofrece la zona. Por supuesto que subimos a la Cruz del Gorbeia para que ella pudiera verla y yo de paso maravillarme con sus vistas que no pude disfrutar el día de la carrera. Corrimos por los hayedos del monte Albertia, de Untza al salto del Nervión, por el hayedo trasmocho de Izartza, ubicado en la falda del monte Arrola… Y por muchos sitios más. Gorbeia es un auténtico paraíso para el trail running. Pero quizás lo que más me sorprendió fue el…”