Muy temprano, a las 06:00 de la mañana, dejaba el coche en el aparcamiento del Refugio del Pilar para tomar en GR-131 en dirección al faro de Fuencaliente. Me calcé mis zapatillas y, con la luz del frontal, corriendo llegué casi a Las Deseadas momentos antes de que el sol saliera por el horizonte para saludar a esa jornada que tantos buenos momentos me dio. Entonces, con la claridad del día pude ver a mis pies cómo un mar de nubes inmenso ocultaba el encuentro de la isla con el océano, e incluso a este, dejando solo a la vista la silueta del Teide de la isla vecina. Superó completamente mis expectativas. Sentada en una roca a los pies del sendero, me sentí especial y afortunada de tener la oportunidad de vivir lo que ante mis ojos estaba ocurriendo. De vuelta hacia el punto de partida, vi lo que la luz del frontal que me guiaba horas antes sólo insinuaba: un paisaje de apariencia lunar en el que una vegetación extraordinariamente verde había surgido entre la ceniza volcánica, unos riscos áridos que contrastaban con pinares de una belleza descomunal, esas nubes que se desprendían como cascadas por montañas que casi podía tocar con las manos… Comprendí por qué a este lugar del mundo se le conoce como La Isla Bonita y sentí envidia de los miles de corredores que dentro de unos días afrontarán el sendero conocido como El Bastón, en una carrera, la Transvulcania, que identifica a toda una isla.