Dejémonos de palabras elegantes, de retórica épica y léxico erudito por una vez y llamemos a las cosas por su nombre: Rodellar fue la hostia. Rodellar fue un día de disfrute, de desenfado, de ambiente inmejorable. Un día de encuentro entre maestros y aprendices, entre aficionados y profesionales. Un día para divertirse, para vaciar algunos barriles de cerveza y para conocer nuevas amistades en un concierto de rock. Un día para entender que la esencia de la escalada es el pasárselo bien. Y es que, al fin y al cabo, la escalada es la hostia.