Tras la gesta de Rabadá y Navarro en el verano del 62, la primera invernal de la cara oeste del Urriellu se había convertido en uno de los principales objetos de deseo de los alpinistas españoles.
El 8 de febrero de 1970, una expedición formada por los montañeros Francisco Rodríguez Almirante, Enrique Herreros, Gervasio Lastra y José Luis Arrabal parte de Fuente Dé con la intención de alcanzar la cumbre del Urriellu escalando su vertical vertiente oeste en la época más fría del año. Los dos últimos formaban la cordada de ataque. Tras su partida del refugio del Naranjo el infortunio empezó a apoderarse de la situación. La entrada de un duro temporal sorprende a los dos alpinistas en la pared viéndose obligados a abortar el ascenso y quedando atrapados en la mole de roca a escasos metros de la cumbre. Los dos montañeros han de hacer frente a rachas de viento cercanas a los 150 kilómetros y soportar temperaturas de 20 grados bajo cero en medio de la tormenta que arrecia sin tregua.
Su intento venía precedido de meses de preparación y sus cálculos no presagiaban más de tres días en la pared, tiempo para el que se habían aprovisionado de víveres. Sin embargo, una vez más a lo largo de la historia, desgraciadamente, los cálculos de la montaña eran otros. Lastra y Arrabal sumaron día tras día, hasta doce, atrapados en un saliente de un metro cuadrado soportando unas condiciones meteorológicas infernales. El Picu era en aquellos momentos «un gigantesco cilindro de hielo» que hacía imposible cualquier avance o retroceso de la cordada. Su vida estaba a merced de los elementos y de un grupo de rescatadores que no cejarían en el empeño de bajarlos de allí con vida.
«Cuando nos sorprendió la ventisca, Arrabal estaba inmóvil, fijando una cuerda, y la nieve le entró hasta medio cuerpo. A los tres días, tiempo para el que tuvimos comida, José Luis tenía las manos inmóviles y yo tenía que darle la comida: las naranjas, gajo a gajo»