Y, por supuesto, he buscado en el emblema de la isla, en el imponente Roque Nublo, el hijo del volcán que, bajo su atenta mirada, hace que toda la isla se sienta protegida. Lo he visitado en tres ocasiones. Una, en las primeras horas de la mañana para ver el amanecer; otra, practicando deporte en las horas centrales de la tarde; por último, hoy, para ver el atardecer. Y después de que el sol se despidiera del día, algo me ha dicho que debía permanecer más tiempo allí, hasta que la noche se cerrara. Y, entonces, poco a poco, como la cocina a fuego lento que también tanto he disfrutado durante estos días, tu secreto, tu enigma se ha revelado. Sentía cierto temor pues mi frontal, guardado en la mochila, tenía poca batería. Lo he comprobado en varias ocasiones sin ser consciente de que no iba a necesitarlo. Cuanto más de noche se hacía, más claridad sentía que me acompañaba. Parece una contradicción, pero os aseguro que no es así. Los cielos de Gran Canaria son una maravilla cuando las estrellas dibujan auténticas obras de arte sobre el negro lienzo de la noche. La Vía Láctea, numerosísimas estrellas del hemisferio norte y del sur han dibujado la pintura más bella que mis ojos han podido contemplar. Y, entonces, lo he sabido. Eso era lo que me querías decir. Eso era lo que quedaría marcado, no durante más tiempo sino para siempre, en mis retinas. He visitado muchos lugares del mundo. Nunca había visto con tanta claridad esa belleza que sólo se deja ver en pocos cielos del planeta. Gracias, padre.