Su experiencia es incuestionable. Fue pionero en los raids de aventura ya desde el inicio del nuevo milenio —puede que me equivoque en esta fecha y le deba una disculpa a Miguel—, una disciplina exigente y total que, en buena medida, anticipaba el espíritu del trail running. Ya en 2009 se abría paso en las grandes clásicas del calendario, consiguiendo un quinto puesto en Zegama y un segundo en Cavalls del Vent, la actual Ultra Pirineu. Un año después, 2010, quedaría inscrito en la historia con unos resultados difícilmente igualables: victorias en Transgrancanaria, Transvulcania y Cavalls del Vent, además de un tercer puesto en Zegama y un subcampeonato mundial de Ultra Skymarathon en el Trofeo Kima. Con apenas dos temporadas en la disciplina, Miguel se había consolidado como uno de los grandes referentes mundiales.
Pero lo verdaderamente revelador es que, pese a esos logros, nunca ha dado la sensación de ser un corredor instalado en la comodidad de lo alcanzado. En cada conversación, Miguel transmite la ilusión de quien sigue observando sus carreras con espíritu crítico, analizando qué podría haberse hecho mejor, buscando nuevas formas de perfeccionarse. Esa mirada, más propia de un debutante que de un consagrado, es la que, a mi juicio, le mantiene vivo competitivamente y le está permitiendo prolongar una carrera admirable.
La combinación de experiencia e ilusión, que en la mayoría de corredores aparece en momentos distintos de la vida deportiva, en Miguel se da al mismo tiempo. Y es ahí, en ese cruce de caminos tan poco común, donde reside buena parte de su grandeza.







