Me pierdo durante horas por este entorno y no me llego a saciar nunca. El crujir de las hojas bajo mis pies, el olor a bosque y niebla, la melodía del agua… Y la luz dorada. Y siempre quiero más. Y mientras camino, la luz de la montaña cambia. La azul de media tarde se ha ido atenuando, y a medida que el sol se acerca al horizonte, unas nubes delgadas filtran sus rayos y se hace la magia. Los amarillos, los naranjas, y finalmente los rojos, tiñen el paisaje. Son sólo unos pocos minutos, un instante, un suspiro… Y se acaba. Pero ese suspiro dura una vida.