No sientes nada de frío. Tanto es así que rápidamente piensas en desprenderte de la chaqueta. No lo haces pues sabes que pronto llegarás a ese tramo en descenso en el que, en estas fechas del año, cuando el otoño está a punto de dar la bienvenida al invierno, el viento suele soplar con fuerza. Tras unos 15 minutos de carrera, notas como las primeras gotas de sudor recorren tu frente. Las retiras con los guantes que llevas para proteger las manos del frío, al tiempo que te quitas la capucha de tu camiseta de manga larga para dejarla cubriendo el cuello. Imaginas que tu cuerpo, sobre todo el torso, estará también transpirando, pero no lo notas. Las prendas que lo cubren tienen una gran capacidad termorreguladora: mantienen el calor corporal mientras expulsan el sudor al exterior. Lo mismo ocurre en tus piernas cubiertas por esas mallas largas que te recomendaron que compraras.
Entre conversación y conversación, expulsando vaho por la boca, llegáis a la parte más dura del entrenamiento. Tu amigo te toma unos metros. Comienza a llover ligeramente. Las gotas, poco a poco, impregnan tu pelo y rostro, mientras tus pies y el resto del cuerpo se mantienen secos por la impermeabilidad de las zapatillas y prendas que llevas. Estás tranquilo. Te sientes protegido. Sabes que puedes confiar en ellas. Sin daros cuenta, llegáis a la cima, donde buscáis esa pequeña cavidad en la roca para comer algo y descansar. “¿Qué prefieres? ¿Correr en verano o en esta época del año?” Te pregunta tu amigo. “No sabría decirte. Para mí este momento es perfecto”. Le sonríes. Sabes que él está sintiendo lo mismo que tú. Das un último trago de agua, ajustas tus zapatillas y vuelves a ponerte en pie. Antes de que te des cuenta, él ha comenzado a descender a toda velocidad.
Me gusta mucho correr en primavera o en las horas menos calurosas del verano. Suelo hacerlo con el torso descubierto para sentir esa brisa que no siempre llega. Y también en esta época del año, en la que cubro mi cuerpo con alguna de las prendas que hoy os presentamos.