El mundo sigue siendo un lugar bellísimo a pesar de la gran cantidad de noticias negativas que nos llegan desde distintos rincones del planeta. Para encontrar esa belleza, debemos fijarnos en rincones inconquistables por el ser humano. Hablamos de esos espacios naturales en los que únicamente podremos sentirnos como invitados o huéspedes, en ningún caso dueños. Porque allí no manda el ser humano, sino la naturaleza en su máxima acepción. Estamos a expensas de ella y de sus caprichos. Si quisiera borrarnos de la faz de La Tierra, la resistencia que podríamos ofrecer sería mínima. Y, aunque parezca contradictorio, probablemente esto sea un privilegio para los habitantes de este minúsculo planeta. Nos dan esperanza. Son rincones a los que, si tenemos la suerte de visitarlos, no acudimos para vivir exclusivamente una aventura, sino a sentir experiencias de vida.
Uno de estos lugares está situado al norte del norte, en las regiones árticas de Svalbard e Islandia. Es el reino blanco de lo salvaje, del silencio sólo roto por sonidos que no se escuchan en ningún otro lugar del mundo, de animales que son los únicos dueños del territorio, de montañas nevadas que mueren en el frío y helado mar, de glaciares infinitos que parecen propios de otros planetas, del fuego en el interior de la tierra que emerge cuando menos lo esperamos, de grutas que esconden los más maravillosos tesoros, y del majestuoso espectáculo de las caprichosas auroras boreales que nos sorprenden sólo y exclusivamente cuando ellas lo desean.
Lorenzo Alesi, y Alice Linari, montañeros, exploradores y esquiadores italianos, nos permiten en este film ser también parte de esta experiencia donde lo salvaje y la belleza mandan en un reino aislado y amplísimo mientras contemplamos líneas marcadas en laderas vírgenes sobre el lienzo blanco que sólo este lugar del mundo pone a disposición de los artistas más inconformistas.