Soplan fuertes vientos en una noche hostil. El aire enrarecido a más de 5.000 metros de altitud obliga al cuerpo humano a adaptarse. Paredes inexploradas, territorio de aventura, fuertes pendientes de nieve, hielo y rocas que nunca han sido escaladas. Octubre de 2018, Lunag Ri, Nepal, 6.907 metros. Una cumbre virgen, muy difícil de ascender por cualquiera de sus vertientes, deseada por expediciones anteriormente, pero con su cima aún sin hollar. En una época en la que las hazañas parece que ya están agotadas, siempre quedan grandes desafíos, enormes retos que pueden marcar la vida de una persona.
David Lama, junto a Conrad Anker, ya intentó esta cima dos veces antes. En la expedición de 2016, el americano sufrió un infarto a 5.800 metros. Por suerte, pudo ser evacuado en helicóptero para una cirugía de emergencia en Katmandú. Antes de marcharse volando, Anker le dijo a Lama que él no volvería a esa montaña. Conrad y él habían empezado esta aventura juntos y David, en lugar de plantearse buscar otro compañero había decidido acabarla solo, para que siguiera siendo el mismo proyecto y sentir que Conrad seguía siendo parte de esa historia.
“Al llegar arriba me quedé quieto. Me parecía muy extraño que de repente ya no tuviese más terreno por el que ascender. Caí de rodillas, cansado y feliz. Me acordé de Conrad. Era la única persona con la que me habría gustado compartir aquel momento”.