Hace tiempo que correr dejó de ser sólo un deporte para convertirse en un fenómeno de masas. Hay quien corre para sentirse bien, para olvidar problemas o simplemente por ocio. Pero también hay quien corre por otro motivo, los que huyen de sí mismos. La adicción al running ha pasado de ser una anécdota a existir como patología clínica, poniendo a miles de españoles en peligro ya no sólo de lesión grave e incapacitante, sino de perder sus propias vidas entregándoselas cada día, kilómetro a kilómetro, al dictador más cruel que existe: ellos mismos.
Correr se ha transformado en un asunto transversal que trasciende lo deportivo para perfilar un retrato del hombre del siglo XXI. Una especie que regresa a sus instintos más primitivos para evadirse de un mundo que gira demasiado rápido.
Dos millones y medio de españoles se calzan cada semana las zapatillas y salen a correr. No sólo ha aumentado el número de corredores, también los límites que estos se ponen. ¿Quiénes son estos nuevos atletas y por qué lo hacen? ¿Por qué corremos? ¿Dónde está la frontera entre el corredor amateur y el atleta profesional? ¿Qué papel juegan las redes sociales en la popularidad del running?