VERSIÓN EXTENDIDA

Sebastián Álvaro. Imborrable

La aventura como aprendizaje

Dirección: ---

Canal: Aprendemos Juntos 2030

Año: 2019 | Duración: 05:00

Video+alpinismo

“Solamente tenemos una vida, y no hay ensayos. La vida es como es, solo se nos da una oportunidad. Y podemos elegir de qué forma podemos querer vivir la vida. Decía Kipling que solo hay dos clases de personas: las que salen a viajar y las que se quedan en casa a ver pasar la vida debajo de la ventana. Cada uno puede elegir, pero yo creo que solamente merece la pena vivir la vida con aventura, con interrogantes, con incertidumbre, vivirla con entusiasmo, con pasión, vivirla a lo grande”.

“Todo viaje tiene que ser un viaje interior. Doy gracias a los dioses por haberme permitido nacer en un tiempo en el que todavía era posible la exploración en soledad, en la que era posible recorrer mapas en los que ponía «vacío», en blanco”. Y eso tiene que ver, probablemente, con una emoción tan intensa que es muy difícil que sea descrita con palabras… Muchas veces, a la vuelta de una expedición dura, mi madre, mientras me cubría de besos, me decía: “¿Qué se os ha perdido allí? ¿Qué veis allí arriba?”. Allí arriba no ves nada, no ganamos nada, no hay gloria que conquistar, no hay dinero, afortunadamente, que pague subir a una montaña difícil ni el que te juegues la vida. Allí arriba lo que te ves eres tú. Y no podemos aspirar a nada más grande que cierto conocimiento sobre uno mismo, cierto conocimiento sobre la experiencia, cierto conocimiento sobre la gente que te rodea… Cuando estás al pie de una montaña, como puede ser el K2, eres lo que eres realmente. Eres un ser diminuto, pequeño, vulnerable, que necesitas todo lo que tienes dentro si quieres subir a esa montaña. Así que hay una especie de reto, parece que con la naturaleza. Pero eso también sabemos que es imposible. Una montaña como el K2 te puede borrar de un plumazo. En realidad, es un reto contigo mismo”.

Sebastián Álvaro se acercó a las montañas cuando era pequeño a través de lecturas maravillosas que le anudaban la cabeza y el corazón. Y aquel niño de seis años ha llegado a dar la vuelta al mundo varias veces, ha cruzado el desierto de Taklamakán, ha hecho 60 expediciones a montañas que superan los 8.000 metros, y atravesó los Andes en globo, y voló en parapente desde volcanes de 6.000 metros…

“Las montañas, en realidad, son el último lugar sin habitar del planeta, ajeno a la domesticación del ser humano. Y por eso nos atrae. Y luego, es un mundo duro, cruel, donde se siente frío, donde te sientes vulnerable. He tenido una vida muy satisfactoria, pero tampoco ha estado exenta de tristezas. En 30 años de expediciones, he perdido a 33 amigos cercanos. Las montañas son insensibles a nuestras emociones, a nuestros sentimientos. Cuando decimos que el Nanga Parbat es una montaña asesina, es lo más incierto. Nosotros las cargamos de significados, de emociones, de sentimientos. Y en realidad, lo que hacemos es librar una partida con gente con la que se puede ir al fin del mundo. Buena parte de esos amigos que me acompañaron al fin del mundo, algunos de ellos se quedaron por el camino. Y me ofrecieron mucho más de lo que yo jamás les llegué a pedir. Pero es gente con la que se podía ir al fin del mundo. Y fuimos”.

Todo un referente del montañismo y la exploración en nuestro país que tiene mucho que ofrecernos.

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“Todo viaje tiene que ser un viaje interior. Doy gracias a los dioses por haberme permitido nacer en un tiempo en el que todavía era posible la exploración en soledad, en la que era posible recorrer mapas en los que ponía «vacío», en blanco”. Y eso tiene que ver, probablemente, con una emoción tan intensa que es muy difícil que sea descrita con palabras… Muchas veces, a la vuelta de una expedición dura, mi madre, mientras me cubría de besos, me decía: “¿Qué se os ha perdido allí? ¿Qué veis allí arriba?”. Allí arriba no ves nada, no ganamos nada, no hay gloria que conquistar, no hay dinero, afortunadamente, que pague subir a una montaña difícil ni el que te juegues la vida. Allí arriba lo que te ves eres tú. Y no podemos aspirar a nada más grande que cierto conocimiento sobre uno mismo, cierto conocimiento sobre la experiencia, cierto conocimiento sobre la gente que te rodea… Cuando estás al pie de una montaña, como puede ser el K2, eres lo que eres realmente. Eres un ser diminuto, pequeño, vulnerable, que necesitas todo lo que tienes dentro si quieres subir a esa montaña. Así que hay una especie de reto, parece que con la naturaleza. Pero eso también sabemos que es imposible. Una montaña como el K2 te puede borrar de un plumazo. En realidad, es un reto contigo mismo”.

Sebastián Álvaro se acercó a las montañas cuando era pequeño a través de lecturas maravillosas que le anudaban la cabeza y el corazón. Y aquel niño de seis años ha llegado a dar la vuelta al mundo varias veces, ha cruzado el desierto de Taklamakán, ha hecho 60 expediciones a montañas que superan los 8.000 metros, y atravesó los Andes en globo, y voló en parapente desde volcanes de 6.000 metros…

“Las montañas, en realidad, son el último lugar sin habitar del planeta, ajeno a la domesticación del ser humano. Y por eso nos atrae. Y luego, es un mundo duro, cruel, donde se siente frío, donde te sientes vulnerable. He tenido una vida muy satisfactoria, pero tampoco ha estado exenta de tristezas. En 30 años de expediciones, he perdido a 33 amigos cercanos. Las montañas son insensibles a nuestras emociones, a nuestros sentimientos. Cuando decimos que el Nanga Parbat es una montaña asesina, es lo más incierto. Nosotros las cargamos de significados, de emociones, de sentimientos. Y en realidad, lo que hacemos es librar una partida con gente con la que se puede ir al fin del mundo. Buena parte de esos amigos que me acompañaron al fin del mundo, algunos de ellos se quedaron por el camino. Y me ofrecieron mucho más de lo que yo jamás les llegué a pedir. Pero es gente con la que se podía ir al fin del mundo. Y fuimos”.

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