Dicen de mí que tengo el recorrido más bonito que se puede desear, pero no me olvido de que mi grandeza reside en ti, de que, sin ti, palmera y palmero, no soy nada.
Comentan que aquellos que experimentan mi salida, en vuestro adorado faro, la guardan para siempre en sus corazones, que quienes contemplan esa serpiente de luces avanzar en la oscuridad de la noche, camino de las alturas de esta isla, se quedan maravillados ante tal espectáculo, que quienes permanecen minutos después de que los miles de corredores se hayan marchado para desafiar mi trazado no pueden sino pensar que acaban de vivir la puesta en escena de una carrera más espectacular que pueda existir. Quizás sea verdad, pero no me olvido de que, sin ti, palmera y palmero, no soy nada.
Dicen que la belleza y la lógica de mi recorrido no son superadas por ninguna otra carrera en el mundo entero. Yo no puedo negarlo cuando pienso en la estética de mi idolatrada Ruta de los Volcanes con un mar de nubes a sus pies, o cuando observo los rostros de los corredores maravillados ante la majestuosidad de la Caldera de Taburiente. No oculto que alcanzo unas grandísimas cuotas de orgullo, tanto que asiento ante aquellos que hablan de que si tuvieran que elegir una única prueba para participar al menos una vez en su vida sería a mí. Quizás sea verdad, pero no me olvido de que, sin ti, palmera y palmero, no soy nada.