Wanda Rutkiewicz es considerada como la mejor alpinista del siglo XX e incluso, para muchos, de la historia. Nacida un 4 de febrero de 1943 en Plungiany -actual Lituania, entonces Polonia- fue la tercera mujer y primera europea en alcanzar la cumbre del Everest el 16 de octubre de 1978, así como la primera mujer en escalar el K2, en una expedición dirigida por Lilliane y Maurice Barrard, quienes fallecieron en el descenso.
Adelantada a su tiempo, y tras una infancia difícil marcada por problemas sociales y familiares, se dio cuenta de que las montañas podrían ser el elemento sobre el que construir una vida propia. Wanda logró hacer cima en ocho cumbres de los 14 picos más altos del mundo. En 1985, junto a Krystyna Palmowska y Anna Czerwinska, se convirtieron en el primer equipo femenino que escaló el Nanga Parbat. En el 89 encumbró el Gasherbrum II con Rhony Lampard y, al año siguiente, el Gasherbrum I con Ewa Panejko-Pankiewicz. Asimismo, Rutkiewicz logró cumbre en solitario en dos ochomiles en 1991: Cho Oyu y Annapurna.
Su personalidad y determinación, así como su deseo por practicar un alpinismo en el mejor estilo posible, hicieron que recibiera rápidamente un gran reconocimiento dentro de la comunidad de este deporte. En su intento invernal al Annapurna, en 1989, se negó a utilizar sherpas a pesar de que Wielicki intentó convencerla de que lo hiciera.
Con 49 años y consciente de que sus fuerzas no son las mismas decide intentar terminar los seis ochomiles que le quedan en un solo año. El Kangchenjunga, la tercera montaña más alta del planeta, era su primer escalón. Tras varios traspiés, Carlos Carsolio intenta convencerla de que no siga hacia la cumbre, pero ella con su espíritu y carácter que la identificaban continúa adelante. Sin comida, combustible, ni saco de dormir fue en busca de la cumbre, eran las 20 horas cuando Carsolio se convertía en el último hombre en verla con vida.
«Lo que más le molesta a la gente es que arriesguemos la vida por algo que les parece completamente inútil, que no le hace falta a nadie. Pero ¡quizá sí es necesario para los que lo hacen! Quizá sencillamente lo necesitan para vivir».
