En 1942, la primera Patrouille des Glaciers tuvo lugar en los Alpes suizos. Destinada a poner a prueba la capacidad de los soldados para cubrir el terreno montañoso entre Zermatt y Verbier, los alpinistas civiles de la región se inspiraron en ella para adentrarse en un territorio imponente. En 1984, la carrera se abrió al público y permitió la participación de mujeres dos años después.
Hoy, los valles, glaciares y picos nevados de la icónica ruta son admirados por esquiadores y montañeros que se acercan en ocasiones con un espíritu distinto al que originó esa primera carrera militar. Sam Anthamatten, Elisabeth Gerritzen, Yann Rausis y Anna Smoothy nos muestran ahora algo tan simple como disfrutar de la felicidad que proporciona el esquí: subir tranquilamente, quedarte en una cima contemplando el paisaje sin las prisas de un cronometro ni la necesidad de capturar el momento en una foto ni compartirla con nadie más que con uno mismo y los que te acompañan en ese momento, gozar de las vistas y la suave brisa primaveral, contemplar la libertad de los grandes espacios después de haber estado encerrados en casa un par de meses, o llegar al refugio a cenar, conversar con los compañeros e irte a la cama satisfecho de la jornada e ilusionado por la etapa del día siguiente. Éste fue el espíritu y el estado de ánimo con el que realizaron la travesía y así quieren reflejarlo en las imágenes de esta película. Simple, bello y sencillo, pero tantas veces complicadísimo de hacer, tanto en la montaña, como en la pantalla o en la vida.