MiM ASICS PENYAGOLOSA TRAILS | LES USERES. Escalera hacia el cielo

MiM ASICS PENYAGOLOSA TRAILS | LES USERES. Escalera hacia el cielo

MiM ASICS PENYAGOLOSA TRAILS | LES USERES. Escalera hacia el cielo

 

 

Texto: Kissthemountain 

 

El otro día mientras se celebraba esa prueba deportiva que llena las calles de mi pueblo, oí a alguien referirse a mí como la “Escalera hacia el Cielo”. Para ser más exactos, el término que utilizó fue “Starway to Heaven”, como la mítica canción de Led Zeppelin, ya que, por su aspecto, parecía ser alguien de más allá de nuestras fronteras. 

Estoy ubicada en Les Useres, en carrer Freginal, justo antes de llegar a la Plaza de Sant Antoni, donde unos cuantos locos sitúan un avituallamiento de una carrera que se celebra desde hace ya 25 años, Asics Penyagolosa Trails, que toma su nombre de la montaña más emblemática de la provincia de Castellón.

Muchos podríais decir que nosotras, las escaleras, no tenemos sentimientos. Puede que sea así con la mayoría de estas construcciones, pero, en mi caso, os aseguro que no es verdad. Desde hace tiempo, probablemente por contagio, yo sí que los tengo. No recuerdo bien cuándo comencé a emocionarme como si fuera un ser humano más de los que buscan un hueco entre mis escalones para ver pasar a cientos de corredores. Supongo que fue poco a poco, pero la realidad es que cada año, un día de la segunda mitad del mes de abril, sobre las 08:40 de la mañana, entro en un estado de emoción que no es diferente al del público que se ubica en mí y al de los corredores que me transitan buscando hacer realidad sus sueños.

 

 

Este 2024 no ha sido diferente. O puede que sí. Creo que en esta edición de la carrera, la angosta calle en la que estoy emplazada ha albergado más gente que en cualquier otra ocasión. Desde unos 20 minutos antes del paso de los corredores, amigos, familiares o simplemente aficionados, buscaban un hueco apoyados en las paredes que enmarcan mi situación. Cuando estas se llenaron, se formaron varias filas que hacían que los atletas encontraran a su paso por mí una especie de pasillo humano en el que se oían gritos de ánimo capaces de ensordecer los oídos más sensibles. Durante prácticamente una hora, se sucedían distintos corredores cuyos ojos reflejaban una gran emoción que nacía metros antes, cuando desde el balcón que hay justo antes de mi primer escalón, el público allí congregado les daba la bienvenida justo al entrar en las calles de mi localidad directamente desde la montaña. 

No sabía bien a quién mirar, si a esos héroes que se dirigían hacia el Santuario de Sant Joan de Penyagolosa, situado a unos 30 kilómetros de mi ubicación, o a ese público que, enfervorecido, los animaba para darles las fuerzas necesarias para continuar en su odisea. Mi atención pasaba de unos a otros. Entre el público, contemplaba ensimismada a esa niña de unos siete años con una sudadera roja que, mientras su madre ayudaba a su padre cambiándole el agua y guardando en su mochila unos higos secos, miraba a su héroe con admiración y preocupación; a un joven adolescente con camiseta sin mangas pese a la baja temperatura propia de esas horas del día que al oído le decía a su hermano que estaba orgulloso de él y que confiaba en que iba a conseguir llegar a la meta; a un padre de avanzada edad con sombrero que le recomendaba a su hija que bajara el ritmo pues aún quedaba mucha carrera; a una chica de ojos verdes clarísimos que buscaba con sus labios los de su novio con la intención de transmitirle la fuerza necesaria para que siguiera empujando hacia adelante; a un grupo de niños y niñas vestidas con el chándal de su colegio que con risas tímidas animaba a su profesor mientras entre bromas le decían que si podía anular el examen del lunes; a unos jóvenes con la equipación de su club que le manifestaban su confianza al compañero que había tenido la suerte de hacerse con un dorsal; y a otros cientos de personas que habían acudido esa mañana para, por distintos motivos, mostrar su apoyo a ese querido que llevaba preparándose la carrera, con gran esfuerzo y renuncia a tantas cosas. Y, lógicamente, también les observaba a ellos, a los verdaderos protagonistas de la jornada, a los corredores y corredoras que, aunque sabían que aún les quedaba la parte más dura de la carrera, eran capaces de subir mis escalones de dos en dos, perdiendo el norte y la respiración, como canta Extremoduro, y siendo conscientes de que quizás estaban gastando un cartucho que más adelante, probablemente en la subida a El Marinet, echarían de menos. Mis ojos se posaban en un padre que buscaba emocionado a su mujer y a su hija con sudadera roja, a la primera para que le asistiese con la hidratación y la nutrición necesaria para seguir su camino, y a la segunda para que su mirada inocente le transmitiese fuerzas para continuar; en un joven que se deshacía en lágrimas al ver que su hermano, con una camiseta sin mangas, con quien se peleó hacía ya dos meses, había venido a verle como cada año, colocándose en el mismo sitio de siempre; en una hija que buscaba consejo en las palabras de su padre, un señor con sombrero muy conocido en el pueblo pues había participado en las primeras ediciones de esta carrera antes de que una lesión le hiciera cambiar las zapatillas de correr por la bicicleta; en un joven que no podía ocultar el amor que sentía por esa chica de ojos verdísimos de la que se había enamorado años atrás mientras ambos preparaban juntos precisamente esta prueba; en un hombre de unos 35 años que no podía contener las lágrimas al ver que sus alumnos habían madrugado, con el trabajo que sabía que les costaba, para ver a su profesor de matemáticas que emocionado días antes les decía que ese sábado correría la carrera de sus sueños; en un chaval que con la camiseta de su club se abrazaba a un grupo que vestía igual que él; en cientos de corredores que levantaban sus brazos para enloquecer más si cabe ese ambiente enloquecido.

 

 

 

 

Y, sin darme cuenta, el último de los corredores subía mis peldaños. El silencio volvía a las calles de mi pueblo. Sé que tendré que esperar un año para volver a vivir ese día que se ha convertido en mi favorito del calendario. Sentía envidia por las calles de Xodos que en algo menos de dos horas verían a esa caravana de emociones formada por corredores y por seres queridos. También, de esa curva de prácticamente 180 grados que los corredores tomarían para dirigirse ya, por fin, a la línea de meta. Primero, la emoción; después, la envidia. ¿Quién puede negar que tengo sentimientos?

 

 

 

 

Yo soy las escaleras de carrer Freginal en Les Useres. Me llaman “Escaleras hacia el Cielo”. Los que se expresan en el idioma anglosajón me conocen como “Starway to Heaven.

  www.penyagolosatrails.com

 

 

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