CAMILLE EXTREME 2024. Al habla Ezkaurre

CAMILLE EXTREME 2024. Al habla Ezkaurre

CAMILLE EXTREME 2024. Al habla Ezkaurre

 

Texto: Kissthemountain  

 

Soy Ezkaurre  y este fin de semana, el de la Camille eXtreme, es mi preferido entre los 52 que tiene un año. Desde mis 2.047 metros de altitud, tengo el privilegio de controlar el valle de Roncal y, dentro de él, a la bellísima localidad de Isaba. 

Se ha hecho esperar, pero ha llegado el fin de semana del 14 al 16 de junio, el punto álgido de esos días por los que una organización entregada a su valle y a su carrera, y unos voluntarios que no esperan nada a cambio más que los visitantes disfruten de la tierra por la que se sienten orgullosos, se afanan porque ese espectáculo llamado Camille eXtreme salga a la perfección.

Durante estos días, los he visto trabajar con una ilusión en sus rostros que es la mía hoy viernes. Han sido días en los que han engalanado sus calles con esos carteles que hacen que durante unas jornadas parezca que este pueblo fue creado para esta carrera; han preparado unas bolsas con dorsales y obsequios que hoy empiezan a recoger cientos de corredores que entran en Isaba sabiendo que van a vivir algo especial; se han organizado para portar todo lo necesario a los puntos de avituallamiento por los que pasarán estos últimos tratando de hacer realidad aquello por lo que que tantos días llevan soñando; han montado, o están en ello, los arcos de salida y meta de las tres modalidades que este fin de semana llenarán mis dominios de corredores; han mantenido decenas de reuniones para que todo esté preparado en este fin de semana tan especial. Han sido muchas más lass tareas que han realizado con gusto, a pesar de que a veces el sudor impregnaba sus frentes fruto del esfuerzo.

 

 

 

 

Y ahí, por fin, están ellos, los verdaderos protagonistas, junto a mí, de este fin de semana. Reconozco muchos rostros que cada año acuden a Isaba. Algunos vienen con amigos; otros con su pareja o con parte de su familia. Y ninguno de ellos puede ocultar un sentimiento que mezcla nervios, ilusión y respeto. Los veo salir de sus coches y mirar hacia mí y hacia las montañas que presido antes de dirigirse al frontón y al anfiteatro. Todavía no son tantos. Mañana sábado y domingo, estas dos localizaciones estarán llenas de bullicio. Pronto, parecen relajarse. Al fin y al cabo, han venido a disfrutar de una fiesta que no es sólo la competición -esta no es más que la guinda del pastel-, sino mucho más. La salida de la carrera vertical – Ardibidepikua Bertikala– y la entrega de premios posterior precede a unas horas en la que se comparten refrescos y cervezas al son de una música que un Dj pincha en el anfiteatro. Cuando el último de ellos se va a dormir, es cuando lo hago yo también. Mañana esperan grandes emociones y es mejor que tanto ellos como yo estemos descansados.

 

 

 

Por fin es sábado. La mañana es tranquila. Es como si la calma precediese a la tempestad que este año no será en forma de lluvias, sino simplemente de emociones. Me siento impaciente, aunque muchos dudéis que una montaña puede albergar este tipo de sentimiento. Entonces, el frontón comienza a llenarse de nuevo de gente. Como ocurre en muchas otras carreras, jóvenes y adultos recogen los dorsales con los que competirán mañana. Pero aquí hay una diferencia. Niños y niñas que algún día emularán a los que hoy son sus ídolos también se colocan un dorsal en el pecho. No sabría decir quién está más nervioso, si ellos o sus padres. Esto también es parte de la fiesta. Esto también es correr por la montaña. Esto también es Camille eXtreme. Se van dando distintas salidas y allí están los más jóvenes de la casa. Algunos corren de la mano de sus progenitores; otros lo hacen solos y mostrando unas maneras que incluso a mí, después de llevar tantos años disfrutando de esta carrera, me sorprende. Tras la entrega de un cheque a la asociación Hiru Hamabi que ayuda a las familias de menores afectados por el daño cerebral adquirido, comienzan a sonar los acordes de un grupo que sobre el escenario también siente que hoy es un día especial. Cae la noche. Cae la música. Cae el bullicio. 

 

 

No dura mucho esta calma. Es domingo y, ahora sí, no cabe un alma en la explanada del frontón. Aquellos a los que veía relajados la noche anterior y muchos otros que llegan el mismo día de la carrera no son capaces de ocultar sus nervios. Yo, tampoco. Porque al igual que con la impaciencia, las montañas también sufrimos esta ansiedad justo antes de que todo comience. La busco. Por fin la encuentro. Me sorprende no verla vestida para la ocasión. Hablo de Irene Sarrionandia, esa mujer de 75 años que, en todas las ediciones, desde 2005, ha luchado por alcanzar mi cumbre y la meta del frontón. Su rostro está diferente. Más bien, sus nervios. Este año no los sufre por la carrera que dará lugar en unos minutos, sino porque la organización en un gesto que le honra ha decidido homenajearla para que se despida como es debido de la Camille Extreme. Ya lo hizo otros años con Iñaki Ochoa de Olza, con los primeros montañeros del valle de Roncal, con los miembros de la primera expedición navarra al Dhaulagiri, o en la pasada edición con aquellos que luchan por detener la barbarie que en forma de estación de esquí quiere cometerse sobre el Canal Roya. Entonces, arranca uno de mis momentos preferidos del fin de semana. Suena la música de un txistu y un tamboril y se inicia un aurresku en homenaje a la súper mujer de Deva. No hay marcha atrás. Arranca la Camille eXtreme, la carrera del oso con su mismo nombre, y de los de los que le sucedieron en el valle de Roncal.  

Y allí están ellos, corredores y corredoras con distintas aspiraciones, pero con un objetivo en común: llegar a la meta del frontón de Isaba tras subir a mi cumbre para lanzarse en un descenso frenético al encuentro con la gloria. Por el camino, atravesarán por distintas fases mentales. Calma y tensión; ilusión y dudas; disfrute y sufrimiento. Ninguno se librará de estos sentimientos contradictorios a lo largo del recorrido de su carrera, la de sus organizadores, la de sus voluntarios, la de los habitantes de Isaba, la mía. 

 

Y ahí, en el frontón, los veo a todos reunidos contando lo que han vivido en los 32 kilómetros con algo más de 2.000 metros de desnivel positivo de la Camille eXtreme, o en los 13 con 850 de la Cannelle Trail. Ahora sí que no hay nervios, sino sólo diversión, mientras degustan migas de pastor y txistorra. Se les ve absolutamente felices, pero en su rostro hay algo más: una emoción que en un principio no logro descifrar. Voy de una cara a otra tratando de averiguarlo. Entonces, lo capto. Se trata de un sentimiento de comunidad, de pertenencia a una gran familia, de saber que están en el lugar adecuado en el momento preciso. ¡Qué grande es el valle de Roncal, qué grande es Isaba, qué grande es la Camille eXtreme!

 

 

 

Poco a poco, los últimos rezagados se montan en sus coches para salir de Isaba. A algunos se les ve frescos; a otros cansados no sólo por haber disputado la carrera, sino por haber bebido y bailado hasta que las fuerzas les han abandonado; todos, felices de haber disfrutado un año más de la carrera del valle de Roncal. ¿Y yo? ¿Cómo me siento? Igual que cada año durante este lunes, algo triste y melancólico, porque nosotros los montes también podemos albergar este tipo de sentimientos. Pero, bueno, ya sólo quedan 362 días para que todo arranque de nuevo. 

¡Mira quién está ahí! Es Beroi, un oso joven de unos tres años al que no me canso de ver disfrutar por mis dominios, como ya lo hicieron sus padres, Rodri y Sorita, o Claverina, o Cannelle algo antes, o Camille, ese ejemplar que dio nombre a esta salvaje carrera.

 

 

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