Alberto Iñurrategi. El romanticismo del explorador

Alberto Iñurrategi

Alberto Iñurrategi. El romanticismo del explorador

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n esta época del resultado por el resultado, en la que todo se mide por tiempos o por llegar el primero, y en donde la rivalidad y la inmediatez son cada día más evidentes, Alberto Iñurrategi se mantiene fiel a unos principios que le han valido la admiración de todo el mundo del alpinismo. Alberto busca la belleza y se aleja del heroísmo. Lo vemos como a un explorador romántico de antaño, a una persona honesta que busca la pureza por encima de todo. Sobre estos temas y algún otro gira esta conversación que nos ha permitido conocer algo más de su forma de entender la montaña. Gracias, Alberto.

 

Alberto Iñurrrategi

 

Kissthemountain: Me ha costado mucho elegir el momento con el que comenzar esta charla. Finalmente he decidido hacerlo por tus primeros pasos en Himalaya. Dos chavales jóvenes que con poco más de veinte años se marchan en 1990 a la frontera entre Nepal y el Tíbet para escalar los 7.160 metros del Pumori. Vuestra actividad hasta entonces ya os había llevado a hacer el Pilar Bonatti en el Dru o El Capitán en Yosemite, pero vuestra historia en las más grandes montañas comienza aquí. Hay muchos aspectos que me gustaría conocer de aquellos días ya lejanos, pero me quedaré con una sola cuestión. ¿Puedo pedirte que busques en ese cajón donde van a parar los recuerdos para decirme qué ocurrió allí, qué mecanismo o clic se activó para dar comienzo a una historia de amor que aún hoy, 28 años después, sigue escribiendo bellas líneas del gran montañismo?

A: Algunos empiezan por el impulso de la lectura de un libro de montaña; otros siguiendo la tradición familiar. La pregunta, el tiempo transcurrido y los hechos son una tentación para hacer literatura, pero lo nuestro fue, como para muchos otros, un inicio muy corriente y normal, el propio de quien descubre algo diferente a lo que ha vivido hasta ese momento y, sobre todo, más emocionante. Era estupendo salir de casa para un mes o mes y medio, viajar, sentirte libre y, sobre todo, llegar a un estado emocional, muchas veces fruto del miedo, tan potente que sin darnos cuenta se convirtió en algo que queríamos vivir cada año. Seguimos el mismo camino que todos aquellos que encontramos en Chamonix o Yosemite. Luego saltamos al Himalaya, pero podríamos haber ido a Perú, Bolivia o Ecuador. No teníamos ninguna fijación por el Himalaya, no había mucha información, más bien poca sobre las montañas a las que podíamos aspirar. Pero las circunstancias del momento hicieron que supiéramos del Pumori. La inconsciencia y la información que nos ofrecieron Juanjo San Sebastián y Juanfer Azkona hicieron el resto. A partir de aquella experiencia quisimos seguir descubriendo nuestros límites, subir más alto, saber si seríamos capaces de superar los ocho mil metros. Querer subir cada vez más arriba es algo muy humano, muy normal. El gusto por viajar, realizar largas marchas de aproximación, la gente local, la desconexión con lo cotidiano, los miedos, la satisfacción… No sé si se puede hablar de enamoramiento, pero se trata de algo que tira mucho.

K: Me voy ahora a mayo de 2002: Annapurna por la arista Loretan, una vía abierta por uno de los mejores alpinistas de todos los tiempos y que hasta entonces no había sido repetida. Es una vía realmente técnica, difícil y de un riesgo altísimo por su gran desprotección durante muchas horas. Voy a hacerte un símil con otros deportes… Es aquel de que hubiese bastado hacer un décimo puesto en una carrera para proclamarse campeón y sin embargo arriesgas para buscar la victoria. Supone alejarse del resultadismo para ser fiel a una forma de entender la montaña. Creo que este hecho es clave para comprender tu concepción del montañismo alejado del simple resultado en la búsqueda de algo más…

A: En 1999, habíamos decidido intentar terminar con la conocida relación de ochomiles. Me parecía bonito poner fin a aquella idea que había compartido con mi hermano: terminar los catorce, pero a nuestra manera, sin hacer nada original, pero de forma interesante. También era una forma de quitarme una mochila muy pesada, lo reconozco. Pero, por otro lado, todavía no estaba repuesto de lo que viví en el Gasherbrum II con la pérdida de Félix, por lo que buscaba una ruta en la que tuviese un mayor control del peligro, algo que la normal del Annapurna no ofrece. En 1999 habíamos conocido a Jean-Cristophe Lafaille. Tres años más tarde me habló sobre la posibilidad de organizar una expedición junto a Ed Viesturs y Veikka Gustafsson para intentar la arista sureste. No lo dudé. Era muchísimo más difícil pero aparentemente más segura. ¡La clavé! Resultó una ruta extremadamente larga, con una ascensión a la Rock Noir muy expuesta y una arista final interminable, técnica y de difícil retorno ante un cambio de tiempo. Beloki se volvió a los 7.000 porque no lo veía claro; Viesturs y Veikka poco más arriba ante la pendiente final de la Rock Noir. Rozamos el larguero. El objetivo se debió a la búsqueda de un resultado tratando de arriesgar lo menos posible. El éxito fue fruto de un compañero de cordada excepcional y una concepción: disfrutar de la dificultad, de la incertidumbre, de la soledad…, y del carácter personal.

 

“Querer subir cada vez más arriba es algo muy humano, muy normal. El gusto por viajar, realizar largas marchas de aproximación, la gente local, la desconexión con lo cotidiano, los miedos, la satisfacción… No sé si se puede hablar de enamoramiento, pero se trata de algo que tira mucho”.

 

K: Sigo avanzando por la arista Loretan y veo a un Alberto alejado del deportista de élite al que se le exigen resultados, y convertido en un auténtico explorador que busca la belleza. Para mí eso es romanticismo. Te imagino delante de una gran montaña y eligiendo no la vía para llegar a la cumbre, sino la más bella que normalmente es la que entraña más dificultad. Pienso entonces en la posibilidad de no alcanzar la cima y tener que abandonar antes. ¿Pero cuál era entonces el objetivo real? ¿La gloria y la repercusión mediática o el encontrarse cara a cara con la misma belleza? ¿Puede entonces hablarse de fracaso? ¿Se esconde aquí parte de la esencia de El elogio del fracaso?”

 

A: Afortunadamente tuvimos la suerte de compartir expediciones con Juanjo San Sebastián, Jose Carlos Tamayo, Jon Lazkano, Felipe Uriarte, Kike de Pablo, José Luis Zuloaga… Habíamos aprendido que no es lo mismo estar solo en un campo base a estar acompañado de varias expediciones. También que no es lo mismo subir por una ruta que por otra, la forma en la que se hace, del valor del compañero de cordada… Ahí se encuentra la razón por la que esto es tan, como diría Juanjo, acojonante. El fracaso tiene que ver con la frustración, no necesariamente con el hecho de no alcanzar una cumbre. Lo que se entiende por fracaso no es otra cosa que parte del proceso de mejora para, de vez en cuando, alcanzar objetivos cada vez más ambiciosos.

Siempre lo planteamos así. Podíamos haber empezado por el Cho Oyu pero decidimos ir al Makalu para saber que era la barrera de los 8.000 metros. El Everest lo podíamos haber planteado con oxígeno, poco hubiesen variado los titulares, pero quisimos intentarlo sin. De la misma forma, lo que nos llamó la atención del K2 fue su arista norte y no, sólo, su fama de montaña difícil. No pudo ser, pero tomamos inercia para subir por la Cesen al año siguiente. Intentamos abrir una ruta nueva en el Broad Peak por su arista sureste, probamos el invierno en el Manaslu, el corredor Hornbein en alpino al Everest, el pilar oeste del Makalu también en alpino… A veces se hace cumbre, otras sólo se aprende, que no es ni mucho menos poco.

 K: Permíteme, Alberto, que cambie de tema: el carisma de Félix. Ha pasado ya mucho tiempo pero recuerdo a tu hermano como a una persona con una gran habilidad para llegar y conectar con la gente.  Un carácter mucho más extrovertido que te permitía mantenerte, y espero que entiendas bien lo que digo, más a la sombra, cediéndole el protagonismo de cara a los medios y al público que seguía vuestra carrera. Aparte del inmenso dolor que tuvo que resultar para ti su pérdida y que sólo tú eres capaz de comprender, ¿cómo fue el proceso de quitar ese escudo protector para ocupar el lugar al que se dirigían todos los focos y que con gran temple manejaba Félix?

 

“Lo mediático, cuando es producto de objetivos muy comerciales, como los 14, puede generar unas expectativas, una presión social, a la que se quiera responder de forma positiva, y esa presión puede hacer que nos olvidemos de los principios. Esa situación la viví y por eso, entre otras cosas, era tan importante cerrar ese capítulo, para quitarme un peso de encima, para ser más libre”.

 

A: Irrumpimos muy jóvenes y de forma repentina en un escenario reservado para los más experimentados y el don de Félix cautivó la atención de montañeros y gente ajena a este mundo. Fue un pequeño fenómeno social. Llenábamos salas con proyecciones de diapositivas, conseguíamos audiencias importantes en la televisión vasca… Por aquel entonces, quien nos hacía la planificación de la preparación física, Javier Zuñiga, me llamaba “el mudo”. Para mí era una liberación. Delegaba en Félix la parte relacional y trataba de compensarlo con el trabajo físico. Eso que se conoce por división del trabajo. Lo que vino después fue un aprendizaje muy duro. Sin tiempo a una preparación, tuve que asumir aquello que tan poco me gustaba, siempre además con alguien que se encargaba de recordarme lo bien que hacía Félix. Entre miedo, vergüenza, complejos y un entorno que me ayudó muchísimo a salir adelante, continuamos con el programa de televisión, Oinak Izarretan, que teníamos en ETB durante tres temporadas, montamos unos audiovisuales que fueron galardonados en diferentes festivales de cine de montaña y pude seguir siendo fiel a una forma de entender, practicar y contar las ascensiones de montaña como cuando tenía a mi hermano al lado, aunque no lo hiciera tan bien como él. Se lo debo a Jon Beloki, Jon Lazkano, Asier Aranguren, Juanjo San Sebastián, Koldo Izagirre, Andoni Egaña, Xabier Zabaleta… La montaña también sirve para aprender que no somos nada sin la gente que trabaja en el anonimato.

 

K: En numerosas ocasiones te he leído comentar que la carrera de los ochomiles no fue buscada por sí misma, sino que prácticamente sin darte cuenta, miras atrás y ves que ya tienes ocho o nueve de estas cumbres, y que en parte te ves “obligado” a completarla. El Annapurna pone fin a esta etapa de tu vida y, de alguna manera, entiendo que supone una liberación para dedicarte a aquello que realmente deseas de la montaña. ¿Estoy en lo cierto? Alberto, aunque la libertad absoluta aún no existe, ¿eres prácticamente libre ahora o sientes aún cierta presión mediática?

A: La libertad es una palabra grande. Esto, cuando lo trasladamos a la montaña, parece que se pierde en el momento que existe una profesionalización o un patrocinio. Yo he vivido las dos condiciones, tanto en Oinak Izarretan como en Al Filo de lo Imposible. Siempre fueron objetivos y equipos formados por nosotros mismos y con la libertad de plantear la montaña siguiendo nuestro criterio. Al igual que cuando hemos ido con uno o varios patrocinios. Es más, tengo el orgullo de haber funcionado con alguno de ellos durante muchísimo tiempo, como la BBK (23 años), Ternua (24 años) o Al Filo… Esto demuestra una complicidad en la forma de plantear la montaña más que un planteamiento en base a resultados. Para mí esto es libertad. Lo mediático, cuando es producto de objetivos muy comerciales, como los 14, puede generar unas expectativas, una presión social, a la que se quiera responder de forma positiva, y esa presión puede hacer que nos olvidemos de los principios. Esa situación la viví y por eso, entre otras cosas, era tan importante cerrar ese capítulo, para quitarme un peso de encima, para ser más libre. Pero en general, la mayor exigencia es la de uno mismo para que el camino que hacemos sea un ideal que genere mucha motivación.

 

“Sin duda, después de la muerte de Stéphane, pasé un año difícil. Puede que me haya dado cuenta al transcurrir ya un tiempo. Creo que no lo asimilé. No sé si aún he aceptado el hecho de que él se fuera cuando habría sido mucho más fácil si me hubiera caído yo, pues en ese momento no tenía familia, ni hijos, ni planes”.

 

K: En esta época del resultado por el resultado, en la que todo se mide por tiempos o por llegar el primero, y en donde la rivalidad y la inmediatez son cada día más evidentes, veo a un Alberto que busca la belleza y se aleja del heroísmo, a un explorador romántico de antaño, a una persona honesta que busca la pureza en la montaña por encima de todo. Creo que precisamente ahí reside la gran admiración que despiertas. ¿Puedo preguntarte qué lugar ocupa para ti en estos días la vanidad y el reconocimiento?

 

 

A: Cuando se trata de vivir de la montaña o de aquello que rodea la actividad desarrollada en este entorno, la línea que separa la vanidad y lo necesario para la vida se vuelve muy difusa. Cuánto hacemos por vanidad y cuánto por lo profesional empieza a no estar tan claro. La poca cultura alpina nos ha beneficiado agigantando nuestra imagen y rebosando el cupo del ego que todos tenemos. También me ha abierto puertas a la profesionalización.

Tampoco es fácil el ejercicio de mantener los pies en el suelo siendo autocrítico con uno mismo: te tachan de falsa modestia. Todavía son pocos los que entienden que la talla del alpinista no se mide en función de los ochomiles subidos y que las actividades realmente interesantes, generalmente son, si no premiadas, por lo menos tenidas en cuenta para el piolet de oro, reconocimiento internacional de las mejores actividades de montaña.

Con todo, hoy, con una edad, la necesidad del reconocimiento debería ocuparme un lugar muy modesto sin olvidar que se trata de algo que todo el mundo necesita y busca. Yo también.

 

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