12 Mar Dani Andrada. El escalador voraz.
Texto y fotografía: David Munilla
n título con mayúsculas para un escalador con mayúsculas. Su nombre no deja indiferente a nadie allí dónde haya un trozo de roca escalable. Dani Andrada no es el mejor escalador del mundo. Él mismo lo reconoce. Sin embargo es, por derecho propio y con toda probabilidad, el escalador más popular en el panorama actual de este mundo. Viaja mucho, saluda a todos, se ríe constantemente y escala con la misma pasión una vía de sexto que una de noveno. Su ingenio, su modo de ser, su modo de compartir y vivir la escalada es lo que le hacen grande. Es lo que encandila de él, lo que le acerca a cualquiera. Un gran número de escaladores querría ser esa parte de Dani. Esa especie en extinción que va por la vida disfrutando de lo que a uno le gusta, viviéndola con pasión de un modo sencillo y puro. Sin compromisos, sin problemas. Un estilo de vida de los auténticos piratas de la escalada, donde lo que importa es hasta qué punto pueden aguantar sus manos y qué tiempo hará al siguiente día para escalar. Todo lo que ha hecho se lo ha ganado a pulso y, se puede decir, pocas veces con un plan trazado. ¿Planes en Dani? Ni siquiera su fama mediática, por la que muchos pagarían, es algo estudiado o en lo que haya tenido que invertir tiempo. La gente le sigue porque cae bien. Es un tipo simpático y asequible al que se le nota que hace lo que le gusta. Y lo que mejor sabe hacer es escalar.
Su carrera como escalador comenzó de modo humilde y sin fulgurantes “boomes”, haciendo boulder en un muro de contención, al aíre libre, de un pequeño parque cercano al barrio madrileño en el que residía. Nada de presas de resina especiales ni entrenamientos sofisticados. Ni siquiera un panel de boulder en condiciones. Se hizo buen escalador porque tenía instinto, madera y ganas, muchas ganas. Las mismas por escalar que tiene hoy casi 30 años después. Siempre se le ha considerado un escalador de roca pura, de los que no hay ya. De los que viajan con la furgoneta, alzando la mirada y esbozando una sonrisa al pasar por debajo de una pared de roca. Solo hay que aparcar, coger los trastos y vamos para arriba. Con las crocs, el calzado menos apropiado para ir por el monte, pero su preferido y que usa llueva o haga un frío de mil demonios. Y si hay que equipar una vía, pues también. “Estoy cómodo”, dice. Un día recibió una llamada de un fan que le preguntaba cómo iban esas chanclas, que se las quería comprar. Igual que ésta, cientos de historias que forman parte de su anecdotario personal. Muchas de ellas para desternillarse de risa. Como la de salir en helicóptero de Siurana tras unas lluvias que dejaron al pueblo incomunicado durante más de una semana. Emergencias destacó un helicóptero para evacuar personas mayores o casos de importancia y Dani dijo que tenía una competición de escalada importantísima para su carrera profesional. Coló y salió volando de allí. Sí que tenía una competición, pero hasta recuerda que ni pensaba acudir a ella. Eran los tiempos del Dani competidor. En España arrasaba. No había rivales. En internacionales fue primero en varias copas del mundo de boulder. Incluso en una de ellas fue el único escalador en realizar todos los bloques. Su fuerza y destreza eran impresionantes. Todo esto siendo y como es, un escalador de roca, como él mismo se define. Hoy con 42 años continua haciendo sus famosos “pasos a lo Dani” -cosas de genios, dicen- y destacando por su arrolladora vitalidad fuera de lo normal. Es un tipo incansable, con una energía desbordante que le bulle por todos los poros de la piel. Dicen los que le conocen que su propia energía estalla de tal modo que él mismo es incapaz de controlarla, y que por eso se aburre de una vía dura a la que le tenga que dedicar mucho tiempo. Su propia inquietud incontrolable le hace cambiar constantemente de sitio, de vía. Es un rabo de lagartija. En dos días de entrevista fuimos a cuatros sitios diferentes, escaló no sé cuantas vías, abrió dos -una de ellas con una piedra sustituyendo a la maza porque no se podía esperar a otro día- y no dejamos de correr de un lado al otro… Por cierto, sin dejar de hablar, porque otra característica peculiar de Dani es que es una metralleta parlante. Puede estar escalando el proyecto más duro de su vida o haciendo lo más inverosímil que se te pase por la cabeza, que si puede contarte algo lo va a hacer. A todo el mundo le pareció increíble que unas navidades ingresara en un centro de meditación del silencio. Creo que desde entonces no ha vuelto a cerrar la boca.
Dicen que tu gran demonio fue y es La Rambla, que llegaste a tener una enorme cartulina con todos los movimientos apuntados, y que en cierto modo ha podido contigo…
Está claro que en su día fue una vía de referencia mundial y que la hubiera querido encadenar. Por eso le dediqué algo más de tiempo del que hoy suelo pasar en una vía dura. Pero a pesar de que la tuve muy cerca, había un paso en la parte de arriba en el que siempre me caía. No me iba bien. Hay muchas vías con las que ocurre esto y por eso hay que saber decir que no. Si hubiera seguido matándola a pegues, me la hubiera llevado, pero no por eso sería ni mejor ni peor escalador. Creo que ésta es la parte importante y por lo que yo creo que debe medirse a los escaladores. El nivel real de un escalador es el que hace a vista, o los pegues que dedica a una vía. No es lo mismo hacer un 9a con pocos intentos que tirarte meses con un único objetivo. Eso no lo aguanto. Me aburro. Lo hice un poco en la etapa de Santa Linya, aunque también al mismo tiempo abría vías y variaba un poco. Estar con un proyecto excesivo tiempo ya no es mi estilo. Me cansa. Más bien, me aburre. Cuando bajé a hacer Chilam Balam (9b) hace dos veranos, no me dediqué exclusivamente a ella como objetivo. Escalaba otras vías de alrededor, y de aquellas semanas allí me traje un montón de octavos. Me gusta un poco la variedad.
Para algunos eres el icono del fanatismo absoluto. La gente se pregunta cómo puedes seguir motivado después de tantos años.
Siempre he dicho que hay escaladores mucho más motivados que yo. He conocido y he visto mucha gente que después de trabajar tienen que sacar tiempo para entrenar, para salir a escalar. Hay personas que tienen que hacer muchos kilómetros y siguen y siguen. Creo que esos son los verdaderos fanáticos. Lo bueno de la escalada es que puede haber gente fanática en cualquier grado. No va con la dificultad que hagas. A mí simplemente me gusta escalar y no tengo altibajos de motivación porque vario la actividad sin dejar que algo me canse. No soy de centrarme en una sola vía y estar metido todo el día debajo de un solo muro o de un bloque. También al equipar, varías; al viajar, cambias de aires. De vez en cuando equipo competiciones. También si me apetece compito… Lo importante es no centrarme en una sola cosa y que empiece a pesar. Si quemas algo mucho es más fácil desmotivarse. Hay escaladores que de lo que entrenan, tienen que “desestresar” saliendo a la roca. No hay que llevar las cosas al límite.
También para el mundo de la escalada eres el símbolo del escalador de roca que no entrena…
Entrenar es muy relativo. Antes el concepto entrenar no era como el de hoy porque no había rocódromos o, si los había, no estaban cerca y no ibas a ellos. Yo, digamos, entrenaba escalando en la roca. Incluso cuando iba a alguna competición de copa del mundo, escalaba si podía el día de antes en alguna zona cercana de roca. Me sentía mejor así y no quedándome en la resina. Entrenar siempre lo he visto como un complemento, como algo para mantenerte en forma, para mejorar algo. Para mí no es un fin en sí mismo. Yo voy de vez en cuando al panel. Lo hago incluso después de haber escalado por la mañana. En el panel no te duele tanto la piel y puedes estar más tiempo. Es la ventaja que le veo. Y siempre pienso que lo hago como un complemento, como una mejora a mi nivel de una vía en concreto. Nunca tuve motivación para estar encerrado entrenando, ni cuando competía. Ahora tampoco lo voy a hacer. En resumen, soy escalador de roca y disfruto con lo que hago. Entrenar, si lo hago, es para cansarme un poquito.
Llevas años viviendo de la escalada. ¿Te cambió en algo ser profesional?
Al principio, en mi etapa de competidor, veía las competiciones como el modo de ganarme un dinero. No tenía otra fuente de ingresos. Igual a alguna fui sin que me apeteciera mucho, pero ahí era yo el que decidía. Cuando me llegaron los sponsors, en ningún momento me exigieron competir. Lo que me cambió fue que a partir de entonces tenía unos ingresos más o menos fijos, y no tenía que pensar en trabajar en algo fuera de la escalada o estar tanto en el mundo de las competiciones. A lo mejor por eso dejé de competir de seguido. Alguna vez he vuelto para jugar un poco… [Risas]. Tampoco me he confiado por tener un ingreso fijo. Pienso que hay que seguir labrando tus cosas para tener algo en este futuro un poco incierto. Vivir de la escalada no ha cambiado mi modo de ser. En ocasiones se me olvida que vivo de este deporte. He tenido la suerte de que mis patrocinadores no me han exigido cosas por las que me sintiera presionado a hacer algo con lo que no estuviera de acuerdo. Sí que alguna vez he tenido que ir a algún evento en el que me he preguntado qué hacía ahí, pero han sido pocas ocasiones. Mi trabajo es escalar y es estupendo que me paguen por ello. No me siento con la presión de estar pagado por algo y tener que rendir cuentas.
¿A qué le teme Dani Andrada en la vida?
Bueno… No tengo miedos personales. Creo que a lo que más temo es a lo autodestructivo del ser humano. Eso me preocupa un poco. Si lo llevo a la escalada, veo que nos estamos cargando cosas, que esa especie de invasión lleva a tener que cambiarlas. He visto el cambio en la cultura de la gente que escalaba antes si las comparo con la del que hoy sale a escalar. Antes, en la cultura del monte, no había que explicar nada: aparcar, las basuras, los nidos, las cintas en las vías… Ahora hasta te las roban si te descuidas, algunas vías o bloques aparecen con las presas modificadas, los encadenamientos con información cambiada… ¡Claro que antes éramos menos! Todo estaba más controlado. Hoy llegan escaladores de la ciudad como yo les llamo, y nadie les ha explicado cómo va el tema, y quizás, sin pensar que su actitud es mala, cometen errores que luego repercuten en, por ejemplo, cierres de sectores. Lo que está claro es que la masificación trae problemas. Hay veces en las que digo que habría que hacer algo, pero al mismo tiempo pienso que yo mismo contribuyo a que haya más gente escalando. Promociono la escalada, abro vías… Tal vez es a eso a lo que le tengo miedo.
Sigues con tus famosas libretas de registro de vías. ¿Cuántas llevas contabilizadas?
Ahora no soy tan exhaustivo apuntando. En las primeras libretas apuntaba hasta los V o 6a que hacía. Luego tenía otra para las vías duras que apuntaba incluso quién me aseguraba. También si la hacía descalzo en una época en la que me dio por hacerlo así. También en solo integral. Hoy sigo apuntando, pero sólo lo más importante. Llevo un registro de los octavos que tengo hechos. Hasta hoy 3.867 octavitos. No está mal. Me parece interesante apuntar las cosas que me importan. A veces consulto las fechas. Es como un registro. Luego también apunto las que equipo. Ahora, con las dos que hemos hecho en estos días, suman 700. Igual la gente piensa que estoy un poco loco por apuntar todo, pero es mi vida. Igual un poco manía, pero es a lo que me dedico.
Precisamente te iba a preguntar por tus manías…
Cada uno tiene las suyas. Sí que es verdad que tengo la de apuntar las vías y la de ordenar todo. Me gustan las cosas en su sitio. Para algunos temas puedo parecer desordenado, pero en el fondo me gusta el orden. Incluso cuando llego a casa de mi madre, me pongo a ordenar cosas, a tirar para no acumular. Ahora estoy un poco con la tendencia minimalista. No acumular ropa, no acumular cacharros… El otro día tiré todas las sartenes y cacerolas viejas. Al final se acumulan y no las usas. Fue como una liberación. Lo mismo hice con la ropa. Dos bolsas enormes… Con los trofeos de escalada, lo mismo. Guardé algunas plaquitas, pero la mayoría para el reciclaje. Hay que soltar lastres en la vida, vivir con menos ataduras. Ahora tengo esa manía. La llevo también con la escalada. No me pongo tantos proyectos o metas. Voy cambiando según me guste una cosa u otra.
¿Sigues con tus apuestas increíbles por cualquier cosa? O mejor…, cuéntame cuando os sacaron a punta de escopeta de un sector de escalada ¿era otra apuesta?
Ya no hago tantas apuestas de esas de a ver quién se toma más botes de tomate o agua con pimienta. La gente ya no me sigue tanto la corriente. Era divertido. Hacía muchas con mi amigo Diego en los noventa en Siurana. Yo ganaba las de escalar descalzo un 7c a vista o cosas así, pero las de tomarse cosas…, no ganaba muchas. Siempre acababa vomitando antes de tiempo. Se me ocurrían historias como ir a escalar vías de noche. Eso no eran apuestas, pero la gente me seguía y lo hacíamos. Era divertido. Lo de la escopeta fue una noche en la que llegamos a una zona de Francia. Era una pared pequeña en la que estaba Akira, que se anunció como el primer 9b del mundo. Yo estaba con los nervios de querer verla y dije: venga vamos a echar un ojo con los frontales. Con el ansia allí estaba subido en zapatillas cuando de repente apareció el dueño de la finca apuntándonos con una escopeta y dando voces. Nos llevó encañonados hasta el aparcamiento. No hablábamos mucho francés y el paisano estaba muy nervioso. Llegó la policía y no se me ocurrió otra cosa que chapurrear en el mejor francés que supe “Je suis un professionnel de l’escalade…le mesie con l´escopete…”, acompañando la frase con el gesto de empuñar un arma. Lo de profesional se entendió, pero lo de l´escopete ha quedado para la posteridad. No tenía ni idea de cómo era esa palabra en francés. Al final todo se arregló y nos dejó escalar. Le llevábamos una botella de vino cada día. ¡Joder… l´escopete!