MIGUEL HERAS. El maestro en la escuela de la montaña

MIGUEL HERAS. El maestro en la escuela de la montaña

MIGUEL HERAS. El maestro en la escuela de la montaña

 

Texto: Kissthemountain

 

LA DUALIDAD. EXPERIENCIA / ILUSIÓN

En el deporte de montaña suele establecerse una frontera generacional clara. Por un lado, están los atletas veteranos que se sostienen en la experiencia adquirida a lo largo de los años; por otro, los jóvenes que se impulsan con la ilusión de quienes todavía sueñan con alcanzar todo. Podría decirse que la experiencia es el motor de los veteranos, mientras que la ilusión es la gasolina de los jóvenes. Miguel Heras ha conseguido romper esa frontera. En él conviven ambas dimensiones, como si la madurez de su trayectoria no hubiera apagado en absoluto la capacidad de ilusionarse y de creer que aún queda margen para mejorar. Esa dualidad es, quizás, una de las claves que explican por qué su figura permanece tan vigente en el trail internacional.

Su experiencia es incuestionable. Fue pionero en los raids de aventura ya desde el inicio del nuevo milenio —puede que me equivoque en esta fecha y le deba una disculpa a Miguel—, una disciplina exigente y total que, en buena medida, anticipaba el espíritu del trail running. Ya en 2009 se abría paso en las grandes clásicas del calendario, consiguiendo un quinto puesto en Zegama y un segundo en Cavalls del Vent, la actual Ultra Pirineu. Un año después, 2010, quedaría inscrito en la historia con unos resultados difícilmente igualables: victorias en Transgrancanaria, Transvulcania y Cavalls del Vent, además de un tercer puesto en Zegama y un subcampeonato mundial de Ultra Skymarathon en el Trofeo Kima. Con apenas dos temporadas en la disciplina, Miguel se había consolidado como uno de los grandes referentes mundiales.

Pero lo verdaderamente revelador es que, pese a esos logros, nunca ha dado la sensación de ser un corredor instalado en la comodidad de lo alcanzado. En cada conversación, Miguel transmite la ilusión de quien sigue observando sus carreras con espíritu crítico, analizando qué podría haberse hecho mejor, buscando nuevas formas de perfeccionarse. Esa mirada, más propia de un debutante que de un consagrado, es la que, a mi juicio, le mantiene vivo competitivamente y le está permitiendo prolongar una carrera admirable.

 

 

La combinación de experiencia e ilusión, que en la mayoría de corredores aparece en momentos distintos de la vida deportiva, en Miguel se da al mismo tiempo. Y es ahí, en ese cruce de caminos tan poco común, donde reside buena parte de su grandeza.

En cada entrevista que se le hace, casi de manera inevitable, aparece la cuestión de la edad, de la longevidad deportiva, del “¿hasta cuándo?”. Es una pregunta recurrente, como si su calendario vital pesara más que sus resultados o su motivación. Y, sin embargo, al escucharle hablar y, sobre todo, al verle correr, la sensación es que esa pregunta pierde sentido. Miguel sigue mostrando en la mirada la misma ilusión que los más jóvenes, y mientras esa llama continúe encendida, los años no serán una losa sino simplemente una cifra anecdótica frente a la vigencia real de su rendimiento.

 

SU INFLUENCIA EN TODOS

La experiencia y la ilusión, ese doble motor que explica su vigencia, encuentran un eco natural en la manera en la que el resto de corredores lo percibe. Porque si algo resulta llamativo es la unanimidad con la que se habla de Miguel Heras dentro del trail. Prácticamente todos lo señalan como una referencia, como alguien de quien aprender tanto en lo deportivo como en lo humano. Esa admiración trasciende resultados y clasificaciones, y se asienta en una forma de estar que sigue dejando huella en generaciones de corredores.

En este sentido, su figura guarda similitudes con la de deportistas universales que han trascendido su disciplina. Roger Federer en el tenis, Eliud Kipchoge en el maratón, Miguel Indurain en el ciclismo o Andrés Iniesta en el fútbol representan esa rara categoría de atletas que inspiran tanto por lo que han ganado como por cómo lo han hecho. En todos ellos, como en Miguel, se reconoce una excelencia técnica acompañada de una humildad natural, un modo de relacionarse con rivales, público y compañeros que multiplica su legado más allá de los títulos.

 

 

Coincidir con Miguel en una línea de salida, verlo aparecer en un sendero estrecho durante una carrera o encontrarle en un avituallamiento es, para muchos, un aprendizaje silencioso. No hace falta que pronuncie grandes discursos. Su actitud, la forma en que compite sin estridencias, la cercanía con la que se dirige a los demás corredores o voluntarios, transmiten un mensaje tan poderoso como sus victorias. Esa es, quizás, la influencia más duradera, no la que se mide en cronómetros o clasificaciones, sino la que se inscribe en la memoria de quienes lo han visto correr y han sentido, aunque fuera un instante, la calma y la grandeza de alguien que entiende el deporte como un espacio de respeto y de disfrute compartido.

Un mito, en su acepción más simple, es aquel personaje que trasciende su tiempo y se convierte en símbolo. Un icono, por su parte, es alguien capaz de condensar en su figura valores colectivos que otros reconocen y hacen propios. Miguel Heras es ambas cosas en el trail running. Mito por la huella imborrable de su trayectoria y por la manera en que sus carreras ya forman parte de la memoria del deporte, e icono por la capacidad de representar la pasión, la entrega y la autenticidad que definen a la disciplina. Sin embargo, lo extraordinario es que toda esa condición de mito o de icono nunca le ha separado de la humildad más sencilla. Lejos de distancias o gestos de superioridad, Miguel sigue mostrándose como el corredor cercano y accesible de siempre, lo que convierte esa grandeza en algo todavía más valioso.

 

LA HUMILDAD: ESO TAN DIFÍCIL DE ENCONTRAR

La humildad, en su sentido más genuino, es la capacidad de reconocerse en la dimensión justa frente a los demás, valorar lo propio sin menospreciar lo ajeno y conectar con los demás desde la sinceridad. Encontrarse con alguien así genera una impresión que va más allá de los logros acumulados.

 

Recuerdo con claridad la primera vez que entrevisté a Miguel Heras para Kissthemountain, en el número 15 de abril de 2017. A pesar de haber hablado ya con decenas de atletas en los 14 números anteriores, la sensación de respeto mezclada con cierta intimidación que me producía hablar con Miguel era distinta. Era alguien con una trayectoria tan brillante que casi intimidaba acercarse a él. Esa sensación se desvaneció en apenas dos minutos. Lo que descubrí fue a una persona que comprendía los nervios y la inseguridad que uno podía sentir, y que los recibía con una sencillez y calidez que transmitían confianza de inmediato. Esa humildad define a Miguel. Permite a los demás sentirse cómodos, aprendiendo y compartiendo.

Figuras como Andrés Iniesta o Miguel Indurain, a quienes ya hemos nombrado en estas líneas, también han mostrado esa combinación de excelencia y sencillez. La grandeza de su carrera no les ha hecho inaccesibles; su talento se ve reforzado por la manera en que se relacionan con quienes les rodean, sin jerarquías artificiales ni distancia impostada. En el caso de Miguel Heras, esta humildad se percibe en cada gesto, en la forma en que responde a preguntas, en cómo atiende a medios, compañeros de carrera, voluntarios o aficionados. Esa naturalidad,
que parece sencilla, pero es profundamente coherente, marca la diferencia tanto en la percepción de los demás como en la forma en que él mismo vive su deporte.

Esa humildad se refleja de manera constante en la convivencia con otros corredores. Coincidir con Miguel en la salida de una carrera, en un avituallamiento o incluso en los momentos previos al esfuerzo no genera tensión ni competencia desmedida; al contrario, transmite tranquilidad y respeto. Su mirada y actitud invitan a aprender, observar y absorber detalles, sin necesidad de palabras grandilocuentes. Muchos corredores noveles lo recuerdan no por los podios que conquistó, sino por gestos pequeños que marcan, como ofrecer consejo, compartir estrategias de carrera o animar con naturalidad a quien está a su lado.

 

 

Además, esta humildad se combina con una curiosidad constante por mejorar y experimentar. Aunque su palmarés es impresionante, Miguel mantiene la misma ilusión de quien empieza, analizando cada salida, cada kilómetro, buscando en la experiencia oportunidades de aprendizaje. Esa apertura lo convierte en un referente tanto técnico como humano, en un ejemplo tangible de cómo la grandeza deportiva puede coexistir con la sencillez y la cercanía. Es esta combinación la que explica que, pese a sus logros, quienes coinciden con él nunca sientan distancia o superioridad, sino admiración compartida y motivación para superarse sin perder los valores esenciales del deporte.

La figura de Miguel Heras se percibe completa en esa armonía entre experiencia y juventud, entre maestría técnica y entusiasmo por mejorar, entre logros personales y atención a quienes le rodean. Su carrera demuestra que se puede competir al más alto nivel y, al mismo tiempo, inspirar a otros por la manera de estar en la montaña y en las carreras. Los corredores que lo ven de cerca aprenden tanto de sus gestos silenciosos como de sus victorias. La humildad que despliega no resta valor a sus éxitos; los engrandece, convirtiendo cada podio, cada kilómetro y cada gesto en lección de vida. Miguel Heras es, sin exagerar, un ejemplo tangible de que la grandeza deportiva se mide tanto en resultados, como en la capacidad de transmitir respeto, pasión y autenticidad a todos los que lo rodean.

 

 

 

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