Miquel Sánchez Murcia. Montañero y guarda del refugio Ventosa i Calvell.

Miquel Sánchez

Miquel Sánchez Murcia. Montañero y guarda del refugio Ventosa i Calvell.

Texto y fotografía: Quim Farrero.

M 

iquel Sánchez Murcia, “The Boss” para los más próximos, no es un tipo cualquiera.

Muchos lo conocerán simplemente como “el guarda del Ventosa”, ese refugio situado sobre l’Estany Negre en el Parque Nacional de Aigüestortes.

Pero Miquel es mucho más que eso. La gente, en general, suele ser definida por lo que hace, pero él es de los que juegan en otra liga: la de aquellos en los que es mucho más definitorio el cómo que el qué. Y el apelativo “The Boss” no viene porque sí, sino por el cariño y la admiración que él despierta a partes iguales.

Podría perder unas líneas con esos tópicos sobre el tiempo que hace que nos conocemos, la de cosas que hemos hecho juntos… pero al resto del mundo eso no le interesa. Con (o sin) su permiso, el objetivo es descifrar no quién es, sino cómo es Miquel Sánchez.

Abierto, emprendedor y perseverante, es un generador constante de ideas y un organizador nato. Le gusta complicarse la vida y proponer actividades para rodearse de aquellos con su misma pasión, sin limitarse ni a su círculo más íntimo ni a aquellos que comparten su visión de la montaña. “Bienvenidos todos” es, de entrada, su leit motiv.

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Honesto, directo y temperamental, juega siempre con las cartas sobre la mesa, y tolera mal la mentira, el postureo y la falta de educación.

Extraordinariamente generoso. Y no sólo con los suyos. Una vocación innata de servicio le lleva a dedicar buena parte de su vida a procurar que sus huéspedes se sientan lo mejor posible en un entorno a priori hostil, el del refugio, en el que cosas que damos por sentadas en la vida cotidiana pueden generar una complejidad logística que sólo los que lo viven de cerca pueden apreciar. Miquel se siente particularmente satisfecho cuando consigue cualquier mejora en el refugio que sirva para hacer más agradable la estancia al usuario. Lo vive y lo expresa.

 Pero al fin y al cabo, el refugio es sólo otra forma de poder hacer lo que a él realmente le apasiona: estar en la montaña. Algo con lo que muchos nos sentiremos identificados pero que pocos hemos llevado (o llevaremos) al nivel de compromiso de Miquel. Es la diferencia entre afición y pasión. Miquel es, tal vez, el mejor montañero que conozco. Y no hablo de grandes hazañas ni de actividades cuantificables dignas de admiración para asombro y entretenimiento del público. Eso es lo de menos. Hablo de aquello que el músico Jordi Savall define como “lo esencial”, aquello intangible más allá de la técnica que, en su caso, es un conocimiento muy profundo de la montaña. Algo incluso enraizado en el instinto. Destaca su conocimiento de la montaña en general y de sus zonas de acción particular: el valle de Arán (su casa) y la zona de su refugio (su hogar), por las que Miquel constantemente esquía, pasea o escala incansablemente desde hace ya cerca de cuatro décadas, como un niño con zapatos nuevos, como si cada día fuera una experiencia nueva. Y ese conocimiento del medio montañero llega a su plenitud cuando aparece la nieve, en la que “The Boss”, el jefe, se convierte en Rey.

 

Esquiar con él es una experiencia que algunos elegidos tenemos el placer de disfrutar. Su pasión eclosiona y se deja ver en toda su plenitud: dónde ir, cómo, por qué vertiente, por dónde bajar… Frecuentemente además por itinerarios alternativos y poco frecuentados. Si tuviéramos que resumir su conocimiento en una palabra esa podría ser “todo”. La seguridad que transmite, contrastada a lo largo de años de salir con él a la montaña, se traduce en la capacidad de liderazgo que define a “The Boss”. Nunca dejará de sorprenderme, por ejemplo, su capacidad de orientarse en situaciones de visibilidad prácticamente nula. Pero nula, nula. Miquel avanza con sus esquíes desviando periódicamente su trayectoria, sin razón aparente para el resto de los mortales, para llegar, indefectiblemente, al destino propuesto. La explicación es fácil: él sabe dónde está, mientras que el resto frecuentemente no tenemos ni idea.

Y para los que prefieren lo más simple, lo evidente, decir que es una auténtica delicia ver evolucionar a Miquel con unos esquíes en los pies. Hay algo en su movimiento que lo hace diferente a los demás: seguro, conciso, efectivo, operativo…, incluso allí donde el resto empieza a fallar y a mostrar sus carencias técnicas. Y esto es visible, tanto en el ascenso como en el descenso. Miquel es fiel al Telemark, con el que sigue desde hace más de dos décadas. Es tal vez el estilo de esquí más elegante de todos los posibles. Porque no sólo hay que hacerlo bien. Además hay que hacerlo bonito.

 

“Para mí la montaña no es un deporte sino una actividad donde hay un componente físico importante. Lo que me atrajo de ella de joven fue que era un lugar salvaje donde yo podía expresarme siempre con respeto, y dar rienda suelta a la imaginación para elegir mis pasos. Tuve la suerte de llegar al refugio cuando todo era mucho más virgen, en 1982, con 27 años. No había luz, ni emisora de radio, ni teléfono. Vivir aquí arriba era como estar apartado de todo. Eso es lo que siempre me ha gustado de la montaña. Estar solo y libre. Esto se pierde. La montaña se hace para uno mismo, para enriquecimiento personal. También para comentar con los amigos porque estás tan maravillado que deseas llegar a casa cuanto antes para llamarlos. En los últimos años se ha convertido en algo diferente. A veces es más importante comunicarlo que hacerlo. Da igual cómo y por dónde bajas si puedes colgar una foto. Esto no lo entiendo”.

 

“Por mi forma de entender la montaña, las invernales que se han intentado en los últimos días no tienen sentido. Volver un año tras otro al mismo sitio, habiendo las montañas que hay, sitios bonitos, salvajes, vírgenes y también difíciles y comprometidos… Me parece que de alguna manera todo esto forma parte de un montaje. No lo comparto. Respeto a quien lo haga. Está claro que hay que tener una gran dosis de paciencia y de dureza mental. Entiendo afrontar la dificulta técnica de la montaña, pero me cuesta entender la actividad como algo más centrado en la paciencia y en la fortaleza mental”.

 

“¿Himalaya? La montaña es un lugar perfecto para expresarse y hacer lo que realmente apetece. Cuando esto lo quieren convertir en algo más comercial, para mí pierde el sentido. Subir el Cho Oyu o el Manaslu por la vía normal y encima con oxígeno no tiene más sentido que a nivel personal. No entiendo cómo a esto se le da una mayor importancia mediática. Es como si una persona corriera un maratón en cuatro o cinco horas y se publicara en los medios. Entiendo que esté contento por haber conseguido su reto, pero comparado con las dos horas del primero, no tiene ninguna relevancia”.

 

“La montaña para mí siempre ha ido muy ligada al viaje. Cuanta menos información tengo más me motiva. La aventura en cuanto a lo desconocido cada vez es más difícil. En Mali fui a escalar en 1984. No había radio ni pistas asfaltadas. Hace unos años estuve en Omán en una pared de 1.200 metros. No había información ni reseñas. Todo eso me da un plus, por encima de la dificultad. Me gusta llegar allí y encontrarme con lo que hay, sin aviso previo. En Irán también he estado un par de veces, esquiando y escalando. Para mí es necesario añadir a la actividad deportiva, el lugar y la gente”.

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