14 Sep Stefi Troguet. Determinación.
A Stefi Troguet nadie le ha regalado nada. Tenía el sueño de escalar las montañas más altas y no dudó en apuntarse a expediciones comerciales que han sido parte de su aprendizaje y evolución. En 2019, su nombre comenzó a sonar dentro de este mundo al hacerse con la difícil cumbre del Nanga Parbat. En esta charla, tratamos de conocer parte de la filosofía de la alpinista andorrana, abordando temas como el riesgo, los miedos, el juego mental, las dudas, y todo lo que va dentro de una personalidad que demuestra que tiene claro dónde quiere llegar.
Texto: Kissthemountain.
Kissthemountain: Recién llegada de los Alpes, ¿no? ¿Qué tal ha ido por allí?
Stefi Troguet: He hecho un montón de actividad. Estuve 20 días con un amigo, volví a casa para trabajar con los pequeños del ski club, y regresé para pasar otros 20 más.
K: ¿Qué has hecho?
S: Esta última vez realizamos la travesía de los Breithorn, que en un principio era para aclimatar, pero tampoco está mal… Después hicimos actividad en las Grandes Jorasses, el Mont-Blanc por la vía italiana y algo más. Teníamos previstas otras actividades más técnicas, pero estaba todo complicado de condiciones.
K: Ha sido un año muy extraño para todos en el que se habrán ido al traste muchos de tus sueños. Después de un 2019 en el que das un gran paso en tu carrera alpinística con las cimas del Nanga Parbat y del Manaslu, imagino que tendrías previstas grandes expediciones para este año. Pero también, creo que han sido momentos para reflexionar sobre aspectos en los que habitualmente no lo hacemos por falta de tiempo. ¿Qué has sacado de positivo con todo esto?
S: Mis planes evidentemente se han paralizado. Mi idea para este 2020 era ir a los Gasherbrums. El año pasado me salió todo muy bien y para éste quería hacer un par de ochomiles y probar de nuevo mis límites. Todo eso se paró. Ha sido muy duro el confinamiento, no por darle muchas vueltas a la cabeza, sino por estar encerrada. Con las expediciones estoy muchas horas sola dentro de una tienda y tengo tiempo de pensar y de estar conmigo misma. El aislamiento del confinamiento es un poco mi día a día en las expediciones. Ha sido más bien la sensación de estar en casa y no poder salir. Vivo en Andorra que es mi sitio seguro, pero ya desde hace unos años, cuando paso más de una semana aquí, me siento encerrada. Y encima, ya dentro de mi piso… Lo positivo está en que he aprendido a aburrirme aparte del tiempo en las tiendas. He rehecho los muebles de mi casa, y algo más importante ha sido el tiempo compartido con mi familia. Vivo sola desde los 18 y mi hermano se vino conmigo durante los días de encierro. Pensaba que iban a ser tres semanas y se han convertido en tres meses. Ha sido volver a compartir las 24 horas del día con alguien. He hecho mucha familia. Es en ese sentido, he sacado algo positivo, y no por el hecho de estar sola.
K: Vas acumulando experiencia en las grandes montañas: Kilimanjaro, Elbrus, Denali, Aconcagua, Ama Dablam, en una primera etapa, y Nanga Parbat y Manaslu, posteriormente. Imagino que habrás tenido momentos en los que quizás te has enfrentado a esa línea que separa la cierta comodidad con la asunción de un riesgo que en ese momento no es cuantificable. Hablo de meterte en sitios en los que no sabes bien cómo va a ir. Stefi, ¿cómo es tu relación con el riesgo?
S: He crecido en las montañas, pero cuando decidí encaminar mi vida de una manera más seria hacia este mundo, tuve una experiencia que me marcó mucho en el Cervino. A veces infravaloramos las cosas porque no son un ochomil y fui un poco crecida. Estuve a punto de morir. Fue una experiencia muy dura con tres noches colgada arriba. Ahí aprendí que la montaña es la que manda y que no es ninguna broma. Te das cuenta de que no somos nada y de que todo esto es mucho más grande que nosotros. Aprendí un montón. A partir de ahí siempre he ido con mucho respeto. No puedo hablar de miedo porque creo que la gente que se mueve en este mundo, sobre todo en los ochomiles, no tenemos sensación de miedo sino más bien de respeto, de ir todo el tiempo con pies de plomo y superando los momentos de duda. En el Nanga Parbat, por ejemplo, iba con un grandísimo respeto. La gente me preguntaba si estaba segura y algunos seres queridos me pedían que no fuera. Hice una cena antes de irme con la familia y se despidieron de mí. Ahí te das cuenta de que estás dando un salto enorme. Pero después, estás en la montaña, viviendo el día a día, y la sensación de miedo sólo la tienes cuando eres consciente de que estás pasando los límites físicos de tu cuerpo, cuando te vas quedando sin energía y el organismo te dice basta. Entras en un juego mental en el que tienes que estar todo el tiempo sobre la línea de vivir o morir, porque si sobrepasas tus límites físicos, no vuelves a casa. Pero, por otra parte, tienes que forzarlos porque si no a 7.000 metros te irías a casa. Es un juego mental y físico muy duro. Pero me encanta. Creo que es lo que más me gusta de los ochomiles.
K: Porque eres consciente de que quizás estés atravesando una línea que quizás no puedas cruzar de vuelta.
S: Sí. En el Nanga Parbat, por ejemplo, no pude aclimatar bien y es una montaña muy vertical y dura. Las condiciones fueron malas. No es una montaña que te permite subir y bajar a tu gusto para poder aclimatar.
Pude hacer sólo dos noches a 6.000 metros. Cuando subía a cumbre, sabía que estaba cruzando esa línea que marca la diferencia entre volver o no a casa, pero es tan fina y subjetiva, depende tanto de cada uno… Creo que esa es la parte más difícil de este mundo, saber dónde está la línea, cuándo la estás cruzando y hasta qué punto estás asumiendo un riesgo atravesándola. Creo que la experiencia es lo que marca esto. Yo me he ido moviendo mucho en estos últimos años y creo que hasta ahora ha sido esta experiencia la que me ha hecho que vuelva a casa. Mañana no sé qué pasará.
K: Un juego mental tremendo, ¿no? Por un lado, están tus ganas, y por otro, momentos en los que la mente te dice que pares, pero sabes que quizás es fruto del cansancio y del agotamiento. Supervivencia. Además, a 7.000 metros no se piensa con claridad. Son factores que hacen que no sepas cuál es la decisión correcta.
S: Es exactamente eso. A partir de 7.500, más o menos, la cabeza y el cuerpo te dicen que vayas para abajo, pero otros factores, la motivación, la gente que ha creído en ti, tu equipo… hacen que sigas queriendo avanzar.
Es un juego muy complicado. No sé cuál es la parte que te acaba convenciendo. Debes tener mucho amor propio para creer en ti, pero a la vez tienes que quererte muy poco, porque con cada paso que das, tienes menos posibilidades de volver. Es una mezcla de sensaciones, pensamientos, emociones, muy complicada de describir en donde la parte física, creo, deja de contar”.
K: Decisiones que ese día tomas, pero otro día quizás no lo harías si te pilla mentalmente más débil.
S: Es un poco equiparable a todo esto del confinamiento. Hay gente que lo ha pasado muy mal en el sentido emocional, por el hecho de estar encerrados con uno mismo dándole vueltas a la cabeza. Mucha gente no sabe convivir consigo mismo porque no está acostumbrada. Allí arriba, eres tú y tu cabeza. Creo que estoy muy en paz conmigo misma y sé vivir centrada en mí consciencia. Creo que en los momentos delicados puedo tomar decisiones neutrales que no se ven afectadas por factores externos. Si dejas que lo hagan, es difícil tomarlas.
K: Voy a ponerte en una situación complicada… Estás en el último campo de altura de una montaña por la que llevas tiempo luchando. Te acompaña alguien con el que has soñado en varias ocasiones con hacer cumbre. Salís dispuestos a hacer cima, pero tu compañero comienza a sentirse mal físicamente y te dice que no puede seguir porque se encuentra mal. La solidaridad parece que va en el carácter de los grandes alpinistas -pienso ahora en Denis Urubko, por ejemplo- a la hora de acudir a un rescate, pero parece que hay diferencias cuando se trata del momento del ataque final. ¿Cómo crees que reaccionarías tú ante la situación que te he comentado? Es tu sueño, pero tu compañero está mal.
S: Es verdad que el alpinismo es muy solidario, pero encontrarse en el momento es una posición complicada porque estás cumpliendo tu sueño, y has invertido mucho tiempo y dinero. En cualquier caso, al final creo que ahí es donde salen los valores. Yo me encontré con esa situación en Aconcagua. Éramos tres, aunque al campo de altura llegamos dos. Mi compañero, Òscar Cadiach, no era de los de toda la vida. Arrancamos los dos desde el último campo y empezó a encontrarse mal. Le entró frío en los pies y no estaba bien. Estuvimos esperando a que saliera el sol, pero él no podía seguir. Me pidió que tirara para arriba pues yo sí que estaba bien. No era un ochomil en el que estando solo tienes muchas posibilidades de morir, pero no le vi bien. Pensé que había ido con él y que, aunque la montaña estaba a cinco horas y podía llegar, el precio a pagar podía ser muy alto. Si le hubiera ocurrido algo al bajar, no me lo habría perdonado en la vida. Me di la vuelta. Él me hizo que me lo cuestionara, pero tenía claro que habíamos ido dos y volveríamos dos. Me dejé el dinero, pero saqué lo positivo que fue lo brutal de la experiencia. Al cabo de un tiempo, volví e hice cumbre. La montaña sigue ahí. Has perdido dinero y esfuerzo, pero vuelves a casa con la conciencia tranquila, trabajas el triple y lo vuelves a hacer. En un ochomil haría exactamente lo mismo.
K: ¿Crees que en este tipo de decisiones puede influir ser hombre o mujer? A veces pienso que el hombre es más centrado en el objetivo y que en cambio la mujer valora otros aspectos más relacionados con la empatía y los sentimientos. Quizás esté equivocado.
S: No sé si es una cuestión de sexo. Creo que es más de carácter. A mí, desde pequeña, me han dicho que parezco un chico y quizás a veces tenga carácter más masculino, pero en esa situación tomaría esa decisión. Creo que depende más de la persona y su carácter de que si es hombre o mujer. Va más por ahí. También influyen los valores que uno ha ido adquiriendo.
K: Ha pasado algo más de un año desde que hiciste cima en el Nanga Parbat. Has tenido tiempo de sobra de asimilar todo lo vivido allí. Si te preguntara qué es lo primero que se te viene a la mente si te trasladas de nuevo a aquella expedición…
S: Creo que lo salvaje de esa montaña, lo remota que es, hacer todo un trabajo para poder llegar allí. No es como el Manaslu. En el Nanga Parbat tienes que trabajártelo todo. Debes unir fuerzas con todo el equipo para poder llegar arriba. Me quedo con la unión de todos.
K: Háblame de la cima. ¿Llegas a llorar?
S: Sí, y no soy una persona de emocionarse. Lloro muy poco. De alegría habrán sido dos veces. Una fue cuando bajé del Cervino tras la situación que te he contado antes. Llegué a llamar a casa para despedirme de mi padre. Cuando conseguí llegar abajo, después de tres días, me puse a llorar y pensé que nunca me había ocurrido eso. En el Nanga me pasó por segunda vez. Estaba grabando un pequeño vídeo en la cumbre y me eché a llorar. Fue realmente un viaje de superación, de ver los límites, y muy duro emocionalmente.
K: Vuelvo al comienzo de esta entrevista y a los momentos de reflexión que todos hemos tenido en estos meses complicados. ¿Hacia dónde van tus pasos? ¿Dónde te ves dentro de 10-15 años?
S: Creo que en todo esto de las grandes montañas, me he ido introduciendo a través de expediciones comerciales. Me he metido y he ido evolucionando sola. Quería hacer montañas de 5.000 o 6.000 metros… Y la única forma de lograrlo era buscando un grupo de estas expediciones que se hacen a nivel internacional y comercial, en las que llegas a un destino y estás con un grupo de 20 personas a las que no conoces y con los que vas por una ruta comercial.
Si llegamos todos, bien; y si llegas sola, te da igual porque no los conoces. Así he ido haciendo mis montañas porque no he tenido otra posibilidad. No hay nadie en mi entorno de este mundo y es muy complicado encontrar gente. Así ha sido mi aprendizaje y evolución. Con los años, he ido aprendiendo, no dentro del ochomilismo, pero sí en montañas técnicas. Esto me ha permitido conocer más gente. Durante el confinamiento he aprovechado un montón para hablar con muchas personas. Los compañeros que he ido conociendo se convierten en amigos. Hemos planeado mucho y eso me puede llevar mañana a no tener que ir a nivel comercial, como por ejemplo hice en el Manaslu. Si comparo la experiencia en el Nanga Parbat, que no fue comercial, con la del Manaslu, tengo claro que me gusta la primera. No he podido montar grandes planes por la incertidumbre que tenemos por el coronavirus, pero sí he hablado mucho y me he abierto puertas. Las dos salidas a Alpes me han permitido probar cordadas. En un futuro es hacia donde me gustaría dirigirme. Hacer ochomiles fuera de temporada y no por la ruta comercial. Quiero ser parte de un equipo en el que pueda vivir el momento que deseo. En unos años, desearía ser independiente en la montaña con mi equipo de confianza.
K: ¿No es fácil dar ese paso, encontrar tu propio equipo, tu compañero de cordada? ¿Es un mundo demasiado cerrado para esto?
S: Es muy complicado. Hasta que no estás dentro de este mundo, no conoces gente así. Aquí en Andorra hay otra persona que hace ochomiles, pero, aunque me lleve bien con él, no vamos de la mano ni entrenamos juntos. Nunca he ido de expedición con él. Hay que ir metiéndote. Yo lo he hecho cómo he podido. Se me ha criticado. A la gente le gustará más o menos, pero ha sido mi manera de entrar y ampliar mi círculo. Ahora, si me quiero ir a un ochomil sin un grupo comercial, sé a quién puedo llamar, pero esto me ha costado. Me ha faltado eso, un sensei, como se dice. No lo he tenido, no lo he vivido. Eso ha sido la parte más complicada para mí. Sigo sin tenerlo, ¿eh?, pero siento que ahora será diferente.
K: A mí no me parece criticable, sino admirable.
S: Gracias. He hecho una parte muy comercial de la montaña y puedo entender que se me critique.
Voy con los labios rojos, con ropa muy llamativa… Es parte de mi evolución y ojalá el día de mañana esté haciendo el Annapurna en lugar de por la vía normal, por su cara sur, o en lugar de seguir la cola del Manaslu, estar en el Chaltén haciendo esas montañas. Pero como te digo, ha sido parte de mi aprendizaje, tanto técnico como mental.
K: ¿Cómo es tu relación con las marcas que te apoyan? ¿Qué tal con X-Bionic?
S: He ido creciendo de la mano de las marcas con las que estoy. No han venido porque haya hecho el Nanga Parbat, sino que están ahí de hace tiempo. Cuando iba al Aconcagua, que es más factible, tenía los mismos patrocinadores que ahora. En ese sentido, es muy de agradecer que hayan confiado en mí desde un principio. X-Bionic me ha gustado siempre, desde que era esquiadora. La he llevado toda la vida. Entraron conmigo y me han hecho crecer y evolucionar. Para mí, es realmente bonito tener un equipo detrás. Los veo como parte de mi familia, más que patrocinadores. Son miembros de mi equipo.
K: Si buscas dentro, ¿cuál es el primer recuerdo qué tienes de la montaña? ¿Qué ves?
S: Me veo con esquís aquí en Andorra. Mi padre era monitor y esquiaba con él y mi hermano desde muy pequeña. Tengo el recuerdo de botas que no tenían casi fijación… [Risas].
K: ¿A quién admiras? ¿Quiénes son tus fuentes de inspiración?
S: Por un lado, está la parte más histórica en la que encuentro a Messner, Kukuczka, Kurtyka, Buhl… Son referentes de los que leo libros. Admiro su valor para abrirnos el camino a los que veníamos detrás. En la parte más actual, de nuevos estilos y formas de hacer las cosas, están Ueli Steck, David Lama… En la parte femenina, estarían Élisabeth Revol y Tamara Lunger. También tengo referentes más cercanos como Marc Toralles o Bru Busom. Son personas y alpinistas excelentes.
K: Stefi, me ha gustado mucho hablar contigo. Espero que hayas disfrutado.
S: Mucho, Juanmi. Gracias, de verdad. ?
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