Motas de ocre y oro cubren nuestros calzados. Los granos de arena, milenarios, moldeados por el viento y el agua, parecen tan insustanciales como la harina o el polvo. Sin embargo, a nuestro alrededor vemos torres y muros, de muchos metros de altura, esculpidos en formas maravillosas a partir de estos mismos granos. Mil kilómetros al norte, los Pirineos están inmersos en el modo de invierno, con turistas y montañeros jugando en caras heladas y en polvo profundo. Aquí, en Andalucía, estamos bañados por una luz brillante, el calor del desierto y los chirridos de los grillos.
Los olores de un ambiente desértico son totalmente diferentes, a juzgar por el intenso olfateo y el golpeteo del rabo de Whip. Está estático, con la nariz en el aire y las fosas nasales dilatadas mientras huele a animales salvajes, polvo y un millón de otras moléculas que ni siquiera podemos imaginar. Estamos atónitos por la belleza que se presenta ante nuestros ojos. Cañones y arroyos, de colores desenfrenados, serpentean y se retuercen en todas direcciones…