“A nivel psicológico, muy duro. A 5.700 metros estás muy expuesto. Las tiendas se llenaban hasta arriba de nieve. Tenía que coger la pala para que no se rompieran. El viento por las noches era tremendo. En muchas de ellas, dormía atado porque pensaba que podía salir volando. Pasan los días y no puedes dormir bien, el frío hace mella, la altitud cierra el estómago y te crea náuseas. Te vas debilitando. No comes, no bebes y no duermes bien”.
En el corazón del Karakórum, donde el viento parece afilar las aristas y cada amanecer marca una promesa, existe una vía que ha hecho soñar a generaciones de escaladores: Eternal Flame, en la Torre Sin Nombre. Allí, a más de 6.000 metros, donde la roca y el hielo no perdonan, Edu Marín decidió unir su destino al de su padre, Novato, y su hermano, Alex, para reescribir una de las gestas más codiciadas del alpinismo moderno.
La vía, abierta en 1989 por Wolfgang Güllich, Kurt Albert, Christof Stiegler y Milan Sykora, y liberada por los hermanos Huber en 2009, aguardaba desde entonces una repetición que estuviera a la altura de su leyenda. En 2022, tras 28 días de tormentas, frío despiadado y decisiones límite, la familia Marín encadenó en libre sus 650 metros de puro big wall suspendidos a 6.200 metros de altura.
Pero Keep it Burning, la película que nace de esta travesía, va más allá del logro deportivo. Es el retrato de un vínculo improbable en un entorno imposible; una historia en la que un padre de 70 años comparte cuerda, latidos y silencios con sus hijos para demostrar que hay llamas —las que importan de verdad— que no se apagan nunca.
“Era consciente de que yo abriría todos los largos, pero de alguna manera ellos tenían que estar allí, porteando, aclimatando… Mi padre nunca había estado por encima de 3.500 metros, y estaba a casi al doble con 70 años en una actividad muy dura porque es mucho caminar, portear… Días de 8-9 horas dándolo todo y luego descansando mal, en una repisa, con frío y altitud. No sabía hasta dónde llegaría mi padre”.







