“También mañana amanecerá, nacerá otro día y crearemos nuevas ilusiones”.
Cordura, cuerda, cordada, palabras de una misma raíz etimológica que nos llevan paradójicamente a la montaña, a lo desconocido, a la aventura. Cordura, cuerda, cordada, cordillera, parece un juego, y en cierto modo lo es; Félix lo repetía una y otra vez: su mayor hazaña no radicaba en haber hollado un apreciable número de ochomiles, su mayor hazaña consistió en coger la mochila y, siendo aún dos chavales, atreverse a partir hacia el Himalaya. ¿Por qué? ¿Para qué? La respuesta más convincente es la más lúdica: para poder ver lo que se nos esconde al otro lado de la cima. Cierto, son los rescoldos de aquel niño ávido de experiencias nuevas, descubrimientos inquietantes y ansías de saber infinitas que todos hemos sido alguna vez.
Féliz y Alberto, además de ser hermanos, fueron compañeros de juegos, de sueños y hasta de quimeras. Coincidían a la hora de soñar y, entre ambos, convertían el sueño en proyecto y compartían el trabajo a desarrollar para poder cumplirlo y la satisfacción de haberlo logrado. Y, una vez cumplido el sueño, coincidían a la hora de dejarse atrapar por uno nuevo.
En 1990 partieron por primera vez hacia el Himalaya. Aquel sueño se llamaba Pumori. En aquella primera expedición a las nieves eternas quedaron prendidos por la montaña, por la montaña y por el viaje. Y por lo que comenzaron a conocer en el viaje hacia la montaña: gentes, lenguas, colores y olores. También aquello pertenecía a lo que está al otro lado, a pesar de que entre medias no haya cimas. A ese sueño le sucedieron los del Makalu, Everest, K2, Cho Oyu, Lhotse, Kanchenjunga, Shisha Pangma, Broad Peak, Dhaulagiri y Nanga Parbat.
En el verano del 2000 se propusieron ir a los Gasherbrums I y II. Pretendían hollar una de las cumbres y encaminarse a la otra desde el campamento I, sin bajar hasta el campamento base. El nuevo sueño les resultaba atractivo a más no poder. Llegaron a la cumbre del GII a primeras horas del 28 de julio. Era el duodécimo 8.000 para Félix y Alberto con la particularidad de que todas las cumbres las habían conseguido de manera conjunta y en estilo alpino, en el que el compromiso se dispara sin la ayuda de oxígeno artificial, sin cuerdas fijas, ni campos de altura ya establecidos. Sueño a sueño veían cada vez más cercano el momento de poder cumplir su gran objetivo; sin embargo, en el descenso, la cuerda por la que bajaba Félix se rompió y éste cayó por un desnivel de 400 metros. El mayor de los dos hermanos se dejaba la vida allá donde más cómodo se sentía y decía adiós a la montaña para siempre.
“Creo que esta sociedad tiene un pecado: necesita héroes y, rápidamente, nos cataloga como tales. Y eso no me gusta”.