“Esos años fueron realmente duros para ella. Pero creo que eso también le hizo una persona más fuerte mentalmente. Puede penetrar muy profundo en la cueva del dolor, como ella dice. Le gusta esforzarse y superarse para llegar adonde es capaz. Cuando yo estoy haciendo deporte y empiezo a sufrir, me paro, porque lo hago para disfrutar. Ella, en cambio, dice que es precisamente en ese punto cuanto todo comienza a ser divertido”.
“Recuerdo que un día, cuando Iris tenía 14 años, me pidió que le enseñara una nueva ruta para correr y que lo hiciera con ella. Acepté. Tras 15 minutos, estaba exhausto. No podía seguirle y le dejé ir. Ese día me di cuenta y me dije que, ya con esa edad, era mucho mejor que yo. Aun así, llegué antes a la cima. Había dos diferentes y ella se equivocó, yendo a la de la izquierda. Fue la última vez que le vencí. No creo que vuelva a suceder jamás”.
Iris Pessey nació en un pequeño pueblo de los Alpes. Para la corredora de SCOTT, la práctica deportiva en la naturaleza y pasar tiempo en ella siempre fueron una parte más de su vida, tanto que, tal y como se cuenta en “Running wild”, sus padres, en ciertos días, permitían que tanto Iris como su hermano se ausentaran de la escuela para pasar la jornada sobre unos esquís, de una manera natural, no como ocurre cuando padres de grandes ciudades organizan un viaje junto a sus hijos a una cara estación de esquí en las que el deporte muchas veces viene acompañado de cierta superficialidad y, por qué no decirlo, de mucha tontería. Para Iris resultaba algo normal, orgánico. El tiempo en la naturaleza era una parte más de su vida, como para un chico de ciudad lo es ir a dar vueltas con sus amigos por un centro comercial. Y esto, despertaba en Iris muchos sueños. Entre ellos, el de convertirse algún día en medallista olímpica.