“Nací aquí, al pie de estas montañas, donde la vida es dura. Diferente de lo que te enseñan en las postales”.
Tras muchos años luchando contra el vacío, hoy sigue viviendo en Primiero, entre sus montañas, en una cabaña que construyó con sus propias manos. Fue pionero de la escalada libre cuando todavía se escalaban paredes con botas y un gran uso de pitones. Rechazó todo esto y lo hizo despojado de cualquier medio que no fueran sus manos y pies. Maurizio Zanolla, Manolo, es uno de los precursores de la escalada libre en Italia y uno de los rostros más conocidos de este deporte. A pesar de nacer rodeado de montañas, nadie en su familia le hablaba de ellas. Desde abajo, cuando las miraba, sólo veía piedras y rocas. Todo un desorden, un gran caos. Luego, la primera vez que llegó a la cima de un pico, vio el mundo desde arriba y todo parecía estar en armonía. Una armonía absoluta e inalcanzable. El alpinismo le enseñó a ver el mundo con otros ojos. Un viaje extraordinario pero también doloroso. Yendo a la montaña aprendió lo que nadie le había enseñado en la escuela. El alpinismo no son sólo rocas y paredes verticales apuntando al cielo. Hay victorias y derrotas, conquistas y renuncias, valor y miedo. El miedo al vacío. Ese que le acompañaba siempre y le hacía anteponer la responsabilidad y el respeto por la vida, los demás y el entorno natural a su propio protagonismo.
Alejado del mundo de la competición, del que huía constantemente, llamó la atención internacional con sus escaladas en solo integral en los Dolomitas alcanzando dificultades de hasta 8a (Masala Dosa, Totoga, en 1992) y ser el primer italiano en anotarse un 8b (Ultimo Movimento, Totoga, en 1986). En 2008, contando casi 50 años, encadenaba Bimbaluna, 9a+, en un momento en el que las vías más difíciles del mundo estaban en 9a+/b. Una figura icónica, de mirada glacial, que sigue fascinando en todos los rincones del planeta.
“El miedo al vacío me acompañaba constantemente, me hacía reflexionar sobre lo que hacía, me enseñaba a aceptar la derrota, me daba fuerzas para seguir adelante. El miedo al vacío y la montaña me obligaron a reducirme. El entorno que nos rodea, donde practiqué el alpinismo, es demasiado grande y nos exige respeto. Tenemos que entrar en él de puntillas y esperar salir vivos”.
