Al norte, un escenario alpino de alta montaña con multitud de cimas que superan los 2.700 metros y que conectan con la vecina Francia. Al sur, valles profundos y la bella localidad de Arinsal. Al este, el Pirineo catalán donde destaca, imponente, Pica d’Estats. Esto es lo que puede contemplarse desde la cumbre del Comapedrosa, techo de Andorra, a 2.942 metros de altitud. Pura montaña. Espectáculo imponente y sobrecogedor. Y duro, muy duro. La subida a este punto desde el Pla de l’Estany puede que sea la más exigente de cuantas se acometen en las distintas pruebas de la Copa del Mundo. Se suben prácticamente mil metros en algo menos de dos kilómetros. La inclinación es tan acusada que cuando estás dentro eres consciente de que la única salida está por arriba, y que dar la vuelta sobre tus propios pasos es realmente complicado. El esfuerzo es inmenso, pero se cuenta con un gran aliado: el aliento de un numeroso público congregado en el refugio situado a los pies de esta tremenda subida. Además, merece la pena dejarse hasta la última gota de sudor. El descenso desde la cima del Comapedrosa es la respuesta a la pregunta de por qué corremos. Vértigo y belleza. Descenso brutal junto a lagunas de alta montaña.
La atmósfera que se vive en esta carrera es algo inigualable. En todo momento, los que allí acuden, sienten que están viviendo algo especial. Y para esto basta con echar un vistazo al palmarés de la Merrell Skyrace® Comapedrosa y encontrar en sus podios los nombres de Kilian Jornet, Sheila Avilés, Jan Margarit, Marco de Gasperi, Marc Pinsach, Laura Orgué, Oihana Kortazar…