– El tiempo, allá donde voy, trascurre de una manera diferente a la que conocemos. Quizás para mí no sean más que unos minutos, pero desconozco cuánto será para ti. En lo que se refiere a la distancia, no lo entenderías. El lugar al que voy no tiene una localización física, al menos en este mundo. Siento no poder darte más explicaciones. Lo que sí puedo decirte es que un día, cuando estés en ese lugar en el que las nubes quedan suspendidas, como si se tratase de un mar, entre la infinidad de profundos barrancos erosionados por el viento y el agua, donde la vista alcanza incluso al Teide en ese vértice conformado por el triángulo que abarca desde Tamadaba, al noroeste, hasta el macizo de Amurga, al sureste, a Tejeda a los pies del Roque Nublo y a la Aldea de San Nicolás y a Mogán bañadas por el mar, me acercaré a ti por tu espalda, la rodearé con mis brazos, posaré mi cabeza sobre tu hombro izquierdo y ya nada ni nadie nos separará jamás.
Te interrogué con la mirada. ¿Un lugar sin localización física en el que el tiempo pasa de manera diferente para ti y para mí? ¿No podías ser un poco más precisa en cuanto al lugar y al momento en el que volveríamos a encontrarnos? ¿Cuál era la razón que te obligaba a marcharte cuando no nos habíamos separado desde que nos conocimos en esa fiesta de Teror hacía ya dos años?
No tuve respuesta. Te incorporaste, me besaste y comenzaste a subir de nuevo hacia el Roque Nublo.
– No me sigas, por favor. No lo hagas más difícil. Estoy seguro de que averiguarás nuestro punto de encuentro. Es un lugar muy especial para nosotros.