El Firé era uno de los grandes problemas de los escaladores españoles y zaragozanos de principios de los sesenta. Estamos al final de lo que se conoció como década prodigiosa. Unos años en los que la escalada en roca vivió un gran auge. Estaba todo por hacer y un grupo irrepetible de escaladores, de los que Rabadá y Navarro eran los máximos exponentes, habían abierto multitud de vías. Los mallos de Riglos eran uno de los objetivos preferidos.
Es el 12 de octubre de 1961 y no es la primera vez que Alberto Rabadá se enfrenta a la cara sur del Firé, este es el tercer intento, puesto que los dos primeros fracasaron. En esta ocasión forma cordada con Ernesto Navarro. También les acompaña Miguel Vidal con su inseparable cámara de filmar. Ambos se preparan, repasan el material y se encuerdan con el nuevo nudo invención de Rabadá. Los dos llevan alpargatas nuevas con suela de cáñamo que con su color blanco destacan por encima de toda su indumentaria.
Su manera de celebrar el Pilar: abrir una nueva vía en la cara sur del mallo Firé. Una hazaña que les llevaría nada más y nada menos que 4 días de ascensión. El cuarto día, ven la meta próxima, pero están cansados y sin provisiones. Rabadá que el día anterior había sufrido incluso una caída, invita a Navarro a que sea el encargado de continuar la escalada. Superado un terreno de sexto grado, la ascensión se hace cada vez más sencilla y entonces es Rabadá el que progresa hasta la cima.
Han sido 98 horas de permanencia en la roca, casi 5 jornadas en la pared y 4 vivacs en condiciones difíciles. Es el exponente del esfuerzo y tesón precisos para culminar con éxito una ruta de 300 metros de altura.
La conquista del Mallo Firé por su espolón sur, uno de los pocos problemas que presentaban los mallos de Riglos a los escaladores zaragozanos, concluyó con la extenuante ascensión de la mítica cordada Rabadá Navarro: una de las obras maestras del alpinismo clásico español.