“En 2021, vino el trágico año del K2, en el que perdí a un montón de compañeros, entre ellos a Sergi Mingote y a Ali Sapdara. Fue un gran golpe que, junto a la mala experiencia del Dhaulagiri, supuso para mí una desmotivación máxima que me llevó a no encontrar el sentido a todo esto. Me replanteé muchísimas cosas. En ese momento, llegó el K2. Nims [Nirmal Purja] me dijo que no podía seguir así, que las montañas eran mi sitio y que tenía que volver con él para reencontrarme conmigo misma a nivel, sobre todo, emocional”.
En unas semanas, Stefi Troguet estará buscando hacer cumbre en el Everest y quizás en el Lhotse. Es una nueva etapa en esa forma que tiene la alpinista andorrana de perseguir su sueño, que no es otro que el de explorarse a sí misma tratando de superarse cada día mientras conoce mejor su cuerpo y su mente. La atleta de X-Bionic ha ido acumulando mucha experiencia en los últimos años, pero no se ve más fuerte y con menos dudas, sino todo lo contrario. La dureza de las montañas se ha mostrado implacable con ella, como nos cuenta de su experiencia en el K2, hasta el punto de saber que nada depende de uno mismo. Hablamos con Stefi de su carrera, de sus miedos, de sus dudas y de un aspecto muy humano: el momento de despedirse de su familia y seres queridos justo antes de marchar de expedición.
“Hace ya un tiempo que decidí no despedirme. Hay gente que se me ha enfadado, pero prefiero no hacerlo. Cuando me fui al Nanga Parbat, quedé con toda mi familia para cenar. Somos muchos y estamos muy unidos. Vi el terror en sus miradas cuando les dije adiós. Se despedían de mí llorando, como si fuera para siempre. Decidí no hacer este tipo de despedidas. Voy a verles una o dos semanas antes para que no puedan decir que ni me han visto, pero nada más. Este año, por ejemplo, la noche de antes estaré en un teatro en Barcelona; el año pasado, estuve escalando una vía larga en la víspera y durmiendo fuera. Es muy difícil irte viendo las miradas de tus seres queridos”.