Los espectadores, miles de ellos, muestran una euforia en forma de alegría nada contenida cuando ven pasar a aquellos que más admiran. Los corredores entran en un estado de euforia que les empuja a resistir el sufrimiento y la adversidad para continuar hacia arriba. Suben en una especie de catarsis, sintiéndose en comunión con los que los jalean en una lucha que por unos dos kilómetros deja de ser tal para convertirse en una fiesta. Vivir Zegama es algo diferente. La edición de 2022 pasará a la historia por los récords, el buen tiempo y el nivel estratosférico, pero sobre todo por ser la edición en la que volvimos a abrazarnos, a sonreír y a vibrar juntos tras dos años de movilidad restringida. Porque Zegama sin público es como un pájaro sin alas.