Álex Txikon. Instinto y trabajo.

Álex Txikon

Álex Txikon. Instinto y trabajo.

Texto: Kissthemountain

  

Queríamos de verdad escalar el Nanga Parbat. Por nosotros mismos, no por la gente. Fuimos para tres meses, no para veinte días como el resto de las expediciones que encontramos en el campo base. Así no puede ser. Tienes que darlo todo”.

 

“Primero salgo yo. A continuación Ali y Tamara. Simone es el último. El aire que entra en los pulmones es como si estuviera formado por alfileres. Voy marcando mi ritmo mientras hago cálculos matemáticos para saber que mi mente funciona bien. A 8.000 metros esto es importante. Cuento 25 pasos ascendentes. Si no llego a ese número, y doy por ejemplo 16, mi cabeza trabaja para ver cuántos han faltado. Nueve. Parece fácil, pero allí arriba no lo es tanto. A 25 le sumo 9. Tengo que dar 34. Lo que más me cuesta son los 7. Y los 13. Así pasan los minutos mientras me aseguro de que todo anda correctamente en mi mente”.

Álex trabaja duro. De siempre. Nunca ha tenido nada fácil. De pequeño tenía que pelear en casa al ser el menor de 13 hermanos. Está acostumbrado a luchar. En la primera ascensión invernal al Nanga Parbat, también tuvo que hacerlo. En sus propias palabras, una de las claves fue la labor que desempeñó durante 26 días junto a Ali Sapdara para que en el momento clave, todo culminara en éxito. Trabajo.

Sus primeros recuerdos de la montaña no son especialmente buenos. Con tres años ya salía a caminar por el Gorbea con uno de sus hermanos. Sufría más que disfrutaba. No fue hasta cumplir los quince cuando se enamora de la montaña. A esa edad realiza sus primeras ascensiones a los Alpes. Se está forjando su carácter y su aprendizaje en la montaña. En 2002 asciende el Broad Peak. En 2004 el Makalu; para Álex, el 8.000 más estético de todos, y dueño de una parte de su corazón, pues esa primavera subió con los malogrados Ricardo Valencia e Iñaki Ochoa de Olza. Son en estas expediciones donde comienza a desarrollar un instinto especial y a aprender a leer la información que da la naturaleza. Para Álex es clave detenerse a estudiar la orientación del viento, o el brillo de las estrellas y de la luna. Más de una vez esto le ha salvado la vida. Instinto.

En 2008 se une al reto de Edurne Pasabán por ser la primera mujer en escalar los 14 ochomiles. Guarda buenos recuerdos. Sobre todo el trabajo en equipo. “Bastaba una mirada para saber lo que Edurne quería, y por tanto lo que tenía que hacer”. Pero también descubre aspectos que no le gustan: los egos, la competición, la falta de humildad y de honestidad. En el Shisha Pangma decide que no quiere vivir la aventura de otros, sino la suya propia. Desoyendo los consejos de su gente, descarta ir al Everest con los compañeros de Al Filo de lo Imposible, renunciando de esta manera a una buena cantidad de dinero. “Todo tiene un principio y un final. Quería descubrir cómo se accede a un campo base en invierno, cómo se sobrevive por encima de los 7.000 en esa estación. Ese año 2011 lo hicimos en el Gasherbrum I, llegando a los 7.100 metros”. Honestidad.

El Instinto le salva la vida al año siguiente, en 2012, de nuevo en el Gasherbrum I. De los seis compañeros que hicieron noche en el campo base, él fue el único que decidió no subir. Tres de ellos no volvieron. “Se hizo lo que no hay que hacer, y hay que contarlo para que no suceda más. El ego y el actuar para los demás, no para uno mismo. No bastaba con hacer cumbre el día perfecto, el 9 de marzo. Tenía que ser un día antes. Intenté razonarlo con mis compañeros, pero no me hicieron caso. Era la intuición y la información que arrojaba la propia naturaleza. Tuve que escalar 2.000 metros para ayudar a una compañera. Veía al resto de la expedición a 7.000 metros y sabía que iban a morir. Se sale el corazón por la boca. Les gritaba por el walkie que ya ni funcionaba. Vi cómo fallecían con mis propios ojos 700 metros más arriba. La verdadera cumbre es volver todos sanos y salvos al campo base. No está allí arriba”. Experiencia.

“Para mí es muy frecuente dormir sólo dos noches en el campo base. La primera, el día que llegamos; la última, la noche previa a la vuelta a casa. Cojo el petate y para arriba, sin volver a bajar en muchos días. Me quedo currando y buscándome la vida. Eso es lo bonito. Trabajar y escalar. Acabo con las manos hechas polvo sin poder cerrarlas durante días. Me siento un chico de pueblo con ganas y sin grandes ambiciones. Si las tuviera, no estaría aquí para contarlo”. Constancia.

 

NANGA PARBAT

 

“Es brutal. Junto al Kanchenjunga, es la montaña con más volumen del planeta. Hay que escalar 4.000 metros de desnivel, bastantes más que en el Everest. Su cumbre está 7.000 metros por encima del río Indo, situado a tan sólo 25 kilómetros de distancia. Es muy impredecible, con tres cumbres. Nunca sabes por dónde va a soplar el viento. Te puede atrapar la vida fácilmente. El cambio del tiempo no avisa. Estás a -25º C, y de repente a -50, con vientos de 140 km/.h que dan una sensación térmica de -75º C. Eres hombre muerto si no haces las cosas como debes hacerlas. La paciencia es clave”. Clarividencia.

Álex Txikon llega a Islamabad un 24 de diciembre de 2015. Sabe perfectamente lo que viene a hacer. Le espera la montaña asesina, o desnuda, como él prefiere llamarla. Pronto inicia la aproximación por un valle muy encajonado que si en verano puede alcanzar los 50º C, en invierno es muy frío. Tremendamente frío.

“Esto es lo que quería. Caminar en invierno en una marcha de aproximación. Durante este trekking se cohesiona el equipo. Se pasa mucho tiempo con los porteadores. Cometimos el error de bailar con ellos, y lo tomaron por costumbre. Cada noche lo hacíamos hasta las 02:30, y a las 04:00 ya te estaban despertando, pues el frío no les dejaba dormir bajo unas cuantas mantas o dentro de sus sacos no aptos para estas temperaturas. Se hace muy duro. Llevamos 30 kilogramos en la mochila. Más que ellos. No olvidemos que para nosotros esto es ocio. Es lo que hay. Son días extremos, pero los disfrutas. Lo que quieres es llegar al campo base, “la pradera de las hadas”. En verano está llena de flores y su belleza te atrapa, pero en invierno, para mí, es incluso más hermosa. Llegamos tras tres jornadas, un 31 de diciembre. Había cuatro expediciones, entre ellas la de Simone Moro y Tamara Lunger. Se hace un campo base no muy cómodo para que no cueste tirar para arriba. Siempre hago cosas de éstas para que no exista la tentación de agarrarse a la más mínima excusa para no subir.” Pasión.

“Desde el día 1 de enero trato de leer la naturaleza. Toda la información del entorno, por donde pega el sol, las huellas de los animales. Esas primeras sensaciones, esos primeros sentimientos, son para mí claves. Un viejo sherpa me dijo hace años que al atravesar un glaciar, si sigues las huellas de un zorro, nunca caerás en una grieta. Este año las encontramos. Las seguimos y, tras una ruta realmente preciosa, atravesamos el glaciar para llegar al campo I”. Emoción.

 

ÉXITO O FRACASO

 

¿Qué es el éxito y qué es el fracaso? Álex lo define como algo muy subjetivo y personal. Se marca tres objetivos claros en sus expediciones. Desde un punto de vista vital, disfrutar, pasarlo bien y escalar con amigos; como deportista, llegar a la cumbre que no sitúa a 8.126 metros sobre el nivel del mar, sino en el calor del campo base una vez alcanzada la cima; por último, ir y volver con amigos. Esto no sucede siempre. Sus controversias con Daniele Nardi lo corroboran.

Álex Txikon habla de los puntos clave que hicieron que, junto a Ali, Simone, y por supuesto Tamara, consiguieran la primera invernal al Nanga Parbat el 26 de febrero de 2016, entre las 15:00 y las 16:00 horas:

1   

“Existe una poderosa herramienta que es internet. Dediqué unas horas al estudio de la ruta adecuada. Comprobé que los anteriores intentos habían tratado de acceder por rutas más fáciles a zonas altas, entre 7.500 y 7.800 metros, que exigirían luego cuatro días para llegar a la cumbre. Pero este es engañoso. Si de verdad conoces las ascensiones invernales, sabes que no es posible pasar tantos días por encima de los 7.000 metros bajo esas condiciones. Me di cuenta de que tendríamos que utilizar la ruta Kinshofer del año 62. Una ruta muy difícil, quizás más que la habitual al K2. Hace que tengas que fijar muchos metros de cuerda y ascender paredes muy verticales completamente heladas. Fue nuestra opción.” Estudio.

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“He escalado 12 montañas de 8.000 metros. Algunas de ellas dos veces. En el año 2011, en el Gasherbrum I, cometí muchos errores. Aprendí a casi perder los dedos de las manos. En 2012, en la misma montaña, aprendí a casi perder los dedos de los pies. En 2013, aprendí, entre otros aspectos, a cómo organizarme y vestirme. En todas las expediciones se aprende. El intento del año pasado fue clave. Han sido dos años de planificación y estrategia”. Conocimiento.

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“Antes de ir a Pakistán, el 3 de diciembre, vamos a Argentina. En lugar de ir al Aconcagua y pagar más de mil dólares sólo por el permiso, fuimos más al norte, a un valle donde están cinco de las montañas más altas de América. Salvajes. Estuvimos rodeados de pumas, llamas y otras especies realmente bellas. Fue una decisión clave. Me sirvió para ganar un punto a la aclimatación y quitarme de en medio en los estresantes días previos al inicio de la expedición al Nanga”. Aclimatación.

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“De los errores nacen las oportunidades. El año pasado, el día de cumbre, tardamos desde el campo base al campo I, doce largas horas. Este año, solamente una hora y veinte minutos. No es todo músculo. Hay que usar la cabeza y poner toda tu energía y pasión en ello. Con humildad, honestidad, perseverancia y constancia. Poco a poco se consigue. Equipamos la ruta entre Ali y yo. Daniele se fue antes. Es un trabajo muy duro de 26 días ininterrumpidos para dejar preparado el ataque a la cumbre. Lo hicimos sin pereza. No es fácil salir del saco cada mañana a -25º C. Siempre íbamos de un lado a otro corriendo, sin perder tiempo. Todo son prisas menos en el momento del desayuno. Entonces me gusta juntarme con mis compañeros cara a cara y contarnos nuestros miedos e inquietudes. Concentración. Ganando metros con tranquilidad. Muchos viajes al campo I. Allí dejamos siempre la tienda montada aunque se rompiera. Desde aquí comenzamos a equipar ese couloir con cuerdas de escalada deportiva viejas que me dejan los amigos. Hay que buscarse la vida. Cuando se pone más vertical, utilizamos cuerdas de más calidad. Todo está helado. El esfuerzo es tremendo aunque la cuerda esté fijada. Desde los 5.000 a los 6.100 metros, donde está el campo II, es muy vertical. Nosotros aún no habíamos llegado al campo II, y el resto de las expediciones ya estaban pensando en atacar la cumbre. Y Ali y yo con tranquilidad, a lo nuestro, con buena letra, paso a paso, sin agobios. Es un trabajo muy constante, muy psicológico. Hay que saber medir el desgaste físico”. Planificación y trabajo.

 

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“Durante tres semanas y media estuvimos esperando una oportunidad para atacar la cumbre. El año pasado también fue así, pero nos equivocamos durante esos días de espera. Nos tiramos un mes en el campo base, pero sin movernos. Nos desaclimatamos pensando que era mejor permanecer allí pues el cuerpo se desgasta menos a sólo 4.000 metros. Este año, no. No paramos de movernos. Abriendo huella, quitando nieve, subiendo al campo I para seguir equipando, o incluso limpiando la montaña para dejarla tal y como la habíamos encontrado, y bajando ocasionalmente la basura al poblado más cercano. Hay que currar. Eso aprendí del año pasado. De lo negativo, hay que sacar lo positivo”. Esfuerzo.

“Tamara, Ali, Simone y yo. Éste es el equipo final. Cuatro personas con armonía. Conozco a Simone desde 2003. Desde el primer día en el campo base propuse que nos uniéramos todos. Simone y Tamara lo hicieron cuando ya estaba todo el trabajo hecho, después de intentarlo por su cuenta y darse cuenta de que no alcanzarían la cumbre. Recibía llamadas de casa, de periodistas y de más gente que me decían que Simone me eclipsaría, pues es una persona mucho más mediática que yo. No entendía nada. Hay que construir, no destruir. Es importante compartir las cosas, y ser honesto y humildes. El trabajo estaba hecho, pero todo suma. Yo lo creo así”. Valores.

“Tuvimos una ventana de seis horas y subimos al campo II. El objetivo era el III, pero no llegamos. Al menos Simone y Tamara durmieron a gran altitud. Había nevado mucho, pero ese trabajo que habíamos hecho Ali y yo equipando 2.845 metros de cuerda fija daba sus frutos. Esa noche se pasó miedo. Cuando pasó, salimos y el espectáculo era apocalíptico, como en una guerra. Volvimos a bajar al campo base, al confort, a la vida…”. Miedos.

“Al igual que el año pasado estamos en el último campo. Es difícil hacerse una idea de la dimensión que tiene ese trapecio cimero. Es gigante. Salimos un 22 de febrero. Somos un equipo de 4 pero sin un líder. Sí que llevo yo un poco más la responsabilidad al haber equipado todo junto a Ali, pero me gusta que las decisiones se tomen entre todos. Parecía que iba a hacer un día bueno, pero realmente no hay ventana de cumbre. Si hoy me dan el parte que tuvimos, no hubiésemos salido hacia arriba. Nos precipitamos pues pasamos dos noches malísimas (22 y 23 de enero) en el campo II, donde casi no entra una tienda. El viento es brutal, de más de 200 km/h. Tenemos que dormir a -45º C con solo dos esterillas. Vamos a pasar un frío de cojones. El tercer día, 24, a las once de la mañana tiramos para arriba a las 04:00 de la mañana. El día 25 alcanzamos el campo IV. Sientes un hormigueo porque sabes que puede que tengas una oportunidad. Aquí hay que atravesar rimayas y grietas con unas distancias bestiales. No llevamos cuerda pues se acaba a 6.900 metros. Vamos con piolets y poco más. Si piensas de verdad lo que tienes que llevar a cabo en esas condiciones, no tiras para arriba. No estamos locos, tan solo preparados psicológicamente. Tengo claro por qué lo hago, cómo y hasta dónde quiero llegar. Lo hago por mí y para mí , porque de verdad disfruto de esto. Salimos del campo IV a las 06:00 de la mañana en lugar de a las 03:00 como el año anterior. Quedan 600 metros de desnivel y un kilómetro y medio de distancia. Primero salgo yo. A continuación Ali y Tamara. Simone es el último. El aire que entra en los pulmones es como si estuviera formado por alfileres. Voy marcando mi ritmo mientras hago cálculos matemáticos para saber que mi mente funciona bien. A 8.000 metros esto es importante. Cuento 25 pasos ascendentes. Si no llego a ese número, y doy por ejemplo 16, mi cabeza trabaja para ver cuántos han faltado. Nueve. Parece fácil, pero allí arriba no lo es tanto. A 25 le sumo 9. Tengo que dar 34. Lo que más me cuesta son los 7. Y los 13. Así pasan los minutos mientras me aseguro de que todo anda correctamente en mi mente. Atravesamos la cuenca haciendo travesías por zonas muy arriesgadas. Llegamos a un collado a 7.650 metros con una sensación térmica de -65º C. Ali se separa de nosotros y prefiere subir por otro lado. Con cada paso que doy, pienso en cómo voy a bajar de allí. Trato de ir lo más relajado posible. Aquí veo un plástico de una chocolatina y creo que me estoy poniendo mal, pero no, es una señal. También un antiguo piolet allí abandonado. Estoy cerca. Los últimos 250 metros dan la impresión de que estás en otro planeta. Las condiciones son durísimas. Dejo de ver a Ali durante una hora. A Simone y a Tamara los veo a mis espaldas”. Concentración.

 

“Ali y yo estuvimos arrodillados en la cumbre pues pegaba mucho viento. Tenía mucho miedo. Sólo quería bajar”. Éxito.

 

“No solloces, silencio / que no nos sientan, que no nos sientan. / Tengo un guante de mercurio / Y otro de seda, y otro de seda. / Se cayeron las estatuas / al abrirse la gran puerta”.

 

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