CAMILLE EXTREME. Esencias

CAMILLE EXTREME. Esencias

 

 

 

Por Kissthemountain

 

En la jornada del sábado, por la tarde, mientras los corredores que tomarían parte en alguna de las carreras del domingo recogían sus dorsales en el frontón de Isaba, se daba la salida a dos carreras que están totalmente fuera del foco mediático. Hablo de la Camille Txiki, en la que niños y niñas, con un dorsal en el pecho, salen a toda velocidad tratando de ser los más rápidos en distancias adaptadas a su edad. Con la sonrisa en el rostro de todos los espectadores, y mientras llegaba a meta la última participante, una niña que se ayudaba de un bastón de madera de los que podría usar Manuel Merillas, entendí que estas carreras tenían la misma importancia que la archiconocida, con 16 ediciones a sus espaldas, Camille Extreme. Porque, sin duda, del listado de sus participantes saldrán futuros corredores de montaña que quién sabe si triunfarán algún día en las carreras más importantes del mundo. La celebración de la Camille Txiki va mucho más allá de ambientar un pueblo que de por sí, por la atmósfera que se vive durante todo el fin de semana, no lo necesita. Lo que con esta iniciativa se está consiguiendo es plantar una semilla, la de la afición a las carreras por montaña, que germinará antes o después en la mayoría de los niños y niñas que toman parte cada año en estas pruebas. Pueden parecer exageradas estas palabras, pero los que hemos tenido la oportunidad de vivirlo en primera persona no dudamos lo más mínimo. En esos instantes entendí una conversación que tuve con parte de la organización justo al finalizar la cena que celebramos el día de antes, el viernes por la noche, en compañía de la corredora Sheila Avilés, quien como muchos sabréis no estaba allí para correr, por una desafortunada lesión, sino para asistir a la presentación de la serie de cuatro capítulos que sobre ella preparamos en Kissthemountain durante la segunda ola del virus que detuvo el mundo en 2020.

 

 

En aquella cena, estaba presente el núcleo duro de la organización de esta carrera. El ambiente era comedido pues el trabajo del día siguiente así lo exigía, más para Gorka quien por fin, en la decimosexta edición de su carrera, tomaría por primera vez la salida en la Camille Extreme. Al terminar, y mientras recorríamos la carretera que atravesando el pueblo se dirige al puerto de Larra-Belagua, justo en la frontera con Francia, Gorka, Aitor y el resto del equipo se detenían para charlar con, imagino, alguno de los amigos de su pueblo. Entre bromas, le preguntaba a Gorka si alguna vez se habían planteado celebrar las carreras para los mayores, la Camille Extreme y la Cannelle Trail, en la jornada del sábado, para que la vuelta el domingo a los lugares de origen de cada uno de los corredores no fuera tan dura -en mi caso, venía de Granada y tras la carrera me esperaba un viaje de unas nueve horas-, y para que el sábado por la noche, se pudiera disfrutar del excepcional ambiente del pueblo sin tener que preocuparse porque al día siguiente hubiera que madrugar para competir. Su respuesta fue que sí que se lo habían planteado, pero que esto supondría perder parte de la esencia de esta prueba que está en la tarde del sábado, en el momento en el que los corredores recogen sus dorsales mientras los y las más pequeñas emulan a sus ídolos que no son otros que sus padres y sus madres corredores. Entendí en parte su respuesta, pero no fue hasta el día siguiente, en el momento descrito en el primer párrafo, con el protagonismo de esa niña con el bastón de madera, hasta que no lo hice al 100%. 

 

 

 

Esto son valores. Esto es mantener la esencia de aquellas carreras de montaña que veían la luz en nuestro país en los primeros años de este milenio -la Camille Extreme celebraba su primera edición en 2005- cuando este deporte estaba prácticamente en pañales y era muy diferente a como es hoy en día. No digo que mejor o peor, simplemente distinto. Y esta fue la sensación que me acompañó durante todo el fin de semana que supuso no sólo un viaje en el espacio -de Granada a Isaba- sino también en el tiempo. 

 

 

Así lo comentaba con Ramón Malcorra, una cara muy conocida del trail running, árbitro de algunas carreras y colaborador en muchas otras, mientras decidía que este artículo no hablaría de ganadores y ganadoras, de podios o de tecnicidad del terreno, sino de lo que estás leyendo. Él pensaba igual que yo, que este tipo de carreras, de alguna manera, mantienen la esencia del deporte. Eso me decía cuando nos encontrábamos al salir del albergue en el que coincidimos, él compartiendo habitación con su mujer, y yo con otros seis corredores que se despertaban a las 06:30 de la mañana para embarcarse, cada uno de ellos, en sus aventuras personales camino del Ezkaurre, techo de la prueba.

 

 

Durante todo el fin de semana pude comprobar la autenticidad de una prueba en la que prevalecen los valores de este deporte. Imagino que es por eso por lo que la entrega de premios del kilómetro vertical, el Ardibidepikua Bertikala, que se celebraba el viernes, en el anfiteatro, estaba repleta de público que tomaba una cerveza al son de la música proveniente del bar más cercano cuando en cualquier otra prueba los espectadores escasearían; o que la atmósfera festiva que se vivía el sábado de la tarde continuara hasta bien pasada la puesta de sol con música en directo; o que las salidas de las pruebas mayores del domingo estuvieran abarrotadas de un público entusiasmado que guardaba un silencio respetuosísimo mientras dos dantzariak bailaban, con solemnidad y elegancia, el aurresku, instantes antes de la salida y justo después de que se leyera un homenaje a la montaña, en una muestra de solidaridad con los habitantes del vecino entorno de Canal Roya, por la atrocidad que ha intentado cometerse en su querido espacio natural; o que la comida popular que se celebra tras la finalización de las pruebas volviera a ser, como siempre, un éxito total. Cuando las cosas se hacen bien, se pone pasión y, sobre todo, se mantiene la esencia, la transcendencia está garantizada. Carreras como esta son más que necesarias en un mundo que evoluciona a un ritmo que no deja saborear la vida. ¡Gora Camille Extreme!

 

 

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