EL TAJINASTE AZUL DE GRAN CANARIA. La flor de la vida

EL TAJINASTE AZUL DE GRAN CANARIA. La flor de la vida

 

Por Kissthemountain

 

QUERIDA MADRE: 

Aunque estoy seguro de que si te lo dijera en persona te reirías de mí diciéndome que soy un exagerado, como tantas veces solías hacer, quiero contarte algo. Hoy, al igual que hiciste hace 35 años, has vuelto a darme la vida. De la misma forma en la que cuando de pequeño te acercabas a mí en el parque para darme agua y yo te miraba con mala cara por hacerlo delante de mis amigos, hace unas horas has vuelto a darme de beber justo cuando más lo necesitaba. Esta vez te he dado las gracias decenas de veces sin avergonzarme de la situación. Te estarás preguntando qué quiero decirte allá donde estés. Te lo voy a contar, porque te echo muchísimo de menos.

 

 

 

¿Recuerdas aquellas semillas de color marrón que me diste justo antes de marcharte? Te hice caso y las planté en el barranco de Tenteniguada para cantarle a la planta que de ellas brotase esa canción que tanto nos gustaba a ti y a mí. Como imagino que sabrás, aunque no creo que el tajinaste azul necesite agua con tanta frecuencia, cada fin de semana, durante mis entrenamientos, acudía a verter sobre la tierra lo que restaba de mi mochila de hidratación y entonaba esa canción que me enseñaste de pequeño. Esto último es algo que no le he contado a nadie.  

 

 

Llevaba ya un tiempo sin pasar por allí, pues los dos primeros años de vida de tu nieto han sido muy exigentes y no me han dejado prácticamente salir a correr. Hoy es ya todo un hombrecito. Crece unos centímetros cada día. ¡Está enorme! Pero nada comparado con la planta que ha nacido de las semillas que me entregaste. Tendrías que verla. Mide ya más de un metro y medio, y los expertos me dicen que al ritmo que lleva alcanzará los cuatro. Ahora está en plena floración, con unos colores azules y rosáceos que destacan sobre el resto y que hacen que sea la planta más demandada por los cientos de abejas que comparten hábitat con ella y cuyo murmullo llena todo de vida, como hace la abundante agua, la imponente presencia del Roque Grande y la gracia de la retama amarilla o el cardo de Tenteniguada. De alguna manera, pensaba que tú también eras parte de ese maravilloso entorno y que vivías allí. Hoy estoy seguro de ello por lo que me ha ocurrido.

 

 

 

Esta tarde, después de comer, he salido a entrenar solo, justo como tú me decías que no te gustaba que hiciera. He dejado el coche cerca de la Caldera de los Marteles para realizar una ruta circular hacia el oeste, en dirección al Pico de las Nieves. Al final creo que he corrido casi 40 kilómetros, pero lo más sorprendente de todo es que al llegar al coche, me quedaban aún fuerzas. Entonces, me he decidido a adentrarme en el barranco para recorrer parte de la ruta del Tajinaste Azul, en dirección a Valsequillo y a Tenteniguada, aprovechando que la tarde estaba cayendo y que la temperatura era muy agradable. Aunque me quedaba muy poca agua, he cometido el error de pensar que no la necesitaría. ¡Un pardillo, vamos!, como tú dirías. 

 

 

La ruta la conoces bien. Hoy estaba espectacular. Para empezar, te diría que a los pies de la Caldera de los Marteles se extendía un impresionante mar de nubes que invitaba a adentrarse en él, como he hecho sobrecogido. El tiempo parecía haberse detenido entre el agua de los numerosos afluentes y la lava volcánica, justo antes de entrar en esa zona húmeda entre pinos canarios, tomillos, guinderos y salvias blancas que preceden al reino del tajinaste azul y que tanto te gustaba. Llevaba unos diez minutos cuando repentinamente el cielo se ha abierto mostrándome el Roque Grande en cuyas inmediaciones me ha parecido distinguir algunos cernícalos, aguilillas y vencejos. Cuando estaba a pocos metros del lugar donde se encuentra nuestra planta, un lagarto de Gran Canaria ha hecho que pierda la concentración y que pisase mal en una piedra del camino. Ya sabes que tengo los tobillos un poco delicados. He oído crujir el derecho mientras rogaba que me permitiera al menos volver caminando. Pero el dolor era muy intenso. Me he tirado al suelo esperando a que pasara. Y entonces, una mariposa se ha colocado a escasos centímetros de mis ojos. Aunque intentaba espantarla con mis manos, no se marchaba. Se apartaba unos metros y volvía a mí como pidiendo que le siguiera. No me ha quedado más remedio que hacerlo. Y entonces, se ha dirigido junto al tajinaste azul que brotó de las semillas que me diste en tu último día. Me he sentado justo allí y cuando comenzaba a cantarle, he sentido una tremenda sed e incluso cierto mareo. A partir de aquí, recuerdo poco. He debido de perder por unos instantes la conciencia. Al recobrarla, he encontrado junto a mí una botella llena de agua que no había visto en mi vida. Entonces he mirado la planta. Imagino que era por la hora del día, y porque el sol no incidía directamente sobre ella, pero sus tonos azules eran de una belleza muy difícil de describir. Brillaba con grandísima intensidad, como sonriendo de amor. Entonces, me he dado cuenta de que habías sido tú, en forma de planta, quien me había dado el agua.

 

 

 

 

 

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