GRAN CANARIA. La isla infinita

GRAN CANARIA. La isla infinita

 

Estás a punto de embarcarte en un viaje a un “continente“ que, en este caso, cabe dentro de los límites de una isla atlántica. Imagina vivir en un mismo día lo que se siente al atravesar los mágicos bosques de laurisilva recubiertos de musgo y misterio, al caminar por pinares situados a más de 1.500 metros de altitud y contemplar las nubes bajo tus pies, y al sumergirte cualquier día del año en las aguas cristalinas que acarician un litoral de sinuosas dunas.  

Gran Canaria es uno de esos lugares que parecen una mezcla de sueño y realidad. Pero ahí está, esperando a que la descubras para revelarte el carácter infinito de un “continente en miniatura“. La isla se queda grabada en el corazón y la memoria. Sucederá sin que apenas te des cuenta, mientras su calma, su belleza exótica y su clima primaveral te conducen hacia una conexión íntima con un territorio y una cultura vibrantes.

Empezamos este recorrido en el mismo punto donde una vez estuvo Miguel de Unamuno. Lo que se ve al frente es el Roque Nublo, el resto de una formación volcánica que preside un escenario natural y geológico sobrecogedor. El escritor se quedó tan conmocionado por la visión como lo siguen haciendo hoy en día los viajeros. Para él, aquello era una “tempestad petrificada”, una muestra de las sensaciones que es capaz de provocarte esta isla.

Estas alturas y este momento resultan propicios para darte cuenta de que te encuentras en un sitio único en el mundo. Estás rodeado por antiguos y esbeltos pinos canarios. Entre ellos habita una especie endémica, el pinzón azul, un maravilloso destello de la rica fauna insular. En algún lugar, ocultos pero observándolo todo, debe de haber ejemplares del endémico lagarto gigante de Gran Canaria, otra de sus joyas naturales.

El aire más puro que puedas imaginar llena tus pulmones y también crece en tu interior la curiosidad por seguir explorando este paraíso para los sentidos. Tus pies y tu cabeza te piden ahora recorrer alguno de los múltiples senderos que serpentean por el corazón de la isla, con tantas y variopintas riquezas que explican por qué está protegido la mitad del territorio. De hecho, una parte importante de su interior tiene la consideración de Reserva de la Biosfera para preservar el brillo de este tesoro.

 

 

Es momento de continuar la ruta por este asombroso rincón del Atlántico. Te diriges hacia el sur del sur, dejando atrás la majestuosa silueta del Roque Nublo desde su atalaya a 1.813 metros de altitud. El paisaje cambia de manera vertiginosa y sorprendente a medida que desciendes desde la cumbre. Los almendros y los árboles frutales salpican los gigantescos barrancos producto de la erosión. En el camino se encuentran pueblos encajados entre cañones y asadores que desprenden el embriagador aroma de  las carnes “del país“ a la brasa. El viaje de los sentidos no cesa jamás.  

Te puedes frotar los ojos todo el tiempo que quieras, pero lo que se encuentra ante tu vista en estos instantes tampoco es un espejismo. Sí es cierto que podría parecerlo: oasis de palmeras y naranjos incrustados entre desfiladeros que parecen extraídos de Nuevo México o Arizona, un aire donde se mezclan el aire de la montaña, la promesa de un mar cercano y la sensación de tiempo detenido. Las sorpresas, como estás comprobando, se encuentran a la vuelta de cada curva o recodo del camino.

El sol, siempre resplandeciente en esta vertiente sureña de Gran Canaria, arroja su luz sobre las paredes de piedra, que cambian de color hora tras hora en un espectáculo inolvidable para tu vista. Respira profundamente y deja reposar las sensaciones que bullen dentro de ti porque en realidad apenas has entrevisto una parte de todo lo que regala la isla. 

 

 

 

Todavía con el aliento entrecortado, te encuentras con otro aparente imposible. A lo lejos, desde una planicie entre el circo montañoso, divisas una fina línea dorada sobre el horizonte seguida por otra azul. ¿Qué misterio es éste? Te preguntas.

La pregunta se resuelve por sí sola a medida que te acercas a la costa. La franja amarilla se ha transformado en un complejo de dunas y playas kilométricas al borde de unas aguas tan claras y azules que, una vez más, resultan casi irreales. El hechizo insular vuelve a hacer efecto. Aquí, en su cuarto viaje a América, hizo escala Colón. 

Hoy en día, el sur de Gran Canaria es un trozo del paraíso para millones de turistas que buscan año tras año el lugar donde habita el sol en todas las estaciones. Y, además, existe mucho que ver y hacer bajo su luz.

Tu ropa y tu mochila están en la orilla. Desde el agua, y al mismo tiempo que tu cuerpo se carga de energía atlántica, se te manifiesta otra visión de esta zona de la isla, casi a vista de pez. Ves a decenas de personas que suben y bajan de las majestuosas estructuras de arena. A la izquierda se levanta el faro. A sus pies se extienden restaurantes, hoteles y una amalgama de servicios de ocio de todo tipo que multiplican las opciones para disfrutar al máximo de este enclave. Más allá, a escasos kilómetros, se alza el terreno. En lo alto, en algún punto que tratas de adivinar, te encontrabas tú hace apenas una o quizás dos horas. Sí, te dices, la isla es infinita.

Dejas secar tu cuerpo en la orilla, feliz y voluntariamente atrapado entre el mar azul y el mar de arena. La cálida y estimulante brisa, el sol y el olor a salitre te trasladan entonces hacia otro de los espacios más importantes de Gran Canaria: tu calma, tu paz, tu descanso. Bienvenido y bienvenida  a este punto donde se difuminan y desaparecen los avatares del día a día.

El mar es fuerza, vida y movimiento. Te has contagiado. Quieres seguir explorando la isla sin final. El impulso te conduce por la línea de costa, simplemente porque te apetece cubrir el trayecto de la mano del océano. La franja costera va cambiando al mismo tiempo que siguen aflorando los secretos. Las playas de arena negra son un reflejo del espíritu volcánico que alumbró la isla hace millones de años.

 

Cada pocos kilómetros tienes la posibilidad de conocer localidades costeras donde los barcos de pesca entran y salen de pequeños puertos para alimentar las cocinas de restaurantes donde disfrutar de pescados y otros productos del mar que no existen en ningún otro lugar de Europa. Saboreas la copa de vino blanco de malvasía o de tinto, ambos embotellados de Gran Canaria, que tienes en la mano mientras observas a los chiquillos y chiquillas que saltan desde lo alto del dique y al señor que pesca a caña desde la punta del muelle. Otro cuadro de la isla que se dibuja expresamente para tus ojos.

La Atlántida parece haber emergido de nuevo en Gran Canaria. Seres mitológicos que podrían sentirse aquí como en su particular Monte del Olimpo se asoman a la superficie. La escultura de Neptuno, dios del Mar, preside la playa de Melenara. Pocos kilómetros después, el Tritón te abre la puerta a una de las aventuras más excitantes de tu visita, una que quizás tampoco te esperabas: Las Palmas de Gran Canaria, la luminosa y cosmopolita capital del Atlántico.

La ciudad habla por sí misma. El barrio de Vegueta, con más de 500 años de historia, es un libro abierto sobre el pasado. La arquitectura neocolonial, representada en hitos como la Catedral o la Casa de Colón, dejan constancia de la fuerte personalidad atlántica de Las Palmas de Gran Canaria, un cruce de caminos y de culturas. Caminando sobre el empedrado de estas calles viajarás a otro tiempo, paseando por ejemplo junto al lugar donde el descubridor de América recitó sus oraciones antes de zarpar de nuevo. A ti te aconsejamos que te quedes. Tu descubrimiento personal de Gran Canaria no ha terminado.  

La ciudad posee su propia columna vertebral que es a la vez una manifestación de su personalidad alegre y vitalista. En un extremo verás a gente haciendo cola para disfrutar de un espectáculo en el Auditorio Alfredo Kraus mientras en el otro los pescadores limpian la pesca del día sobre las rocas. Entre medias puedes encontrar restaurantes y zonas comerciales impregnados por esa pasión por la vida que transmite la ciudad. La playa es mucho más que una playa. Que no te extrañe, por ejemplo, si ves a una mujer mecerse entre las olas mientras entona la letra de una canción folclórica o a un grupo de noruegos practicando yoga al atardecer. 

 

 

Aquí se abrió el primer restaurante de comida japonesa de España, aquí buscó inspiración y aires saludables Agatha Christie, aquí nació Benito Pérez Galdós, el titán de la novela, y aquí se sigue escribiendo la vida.

Gran Canaria se cambia otra vez de traje en el norte. De pronto, las laderas se cubren de fincas de plataneras y el litoral se vuelve más salvaje pero igual de sugerente. Entre los mares de plataneras asoma una bella basílica de piedra de cantera, otro acontecimiento que probablemente tampoco te esperabas. Aquí también se destila ron, otro de los eslabones de esa cadena visible e invisible que conecta a la isla con el continente americano.

Una vez más, el ayer se asoma a nosotros. Tu estancia en Gran Canaria es una ocasión única para conocer algo acerca de los aborígenes que habitaban la isla antes de la conquista. La Cueva Pintada es la obra magna de aquella cultura. Puedes también introducirte en una de las casas hondas recuperadas e imaginarte como uno de aquellos hombres y mujeres de un pasado enigmático.

El cardo y el alcaucil florecen entre abril y mayo. Los ganaderos locales los recolectan para fabricar el queso de flor, una de las estrellas del universo quesero insular. Cualquier tasca del norte o de las medianías, esa franja entre la costa y la cumbre, es un lugar perfecto para que puedas catar alguna de sus variedades. Te lo aconsejamos antes de remontar de nuevo hacia las alturas, en esta ocasión en dirección al bosque de laurisilva, una reliquia botánica hija de la humedad que arrastran los vientos alisios. Sería el hábitat ideal para los duendes y las hadas, pero los ruidos que llegan hasta ti proceden en realidad de pequeñas y esquivas aves y de las lagartijas al escabullirse entre las hojas secas.  

El círculo, sólo uno más de los muchos posibles, comienza a cerrarse al pie de un acantilado al borde del mar. Los artistas venían hasta Agaete para cantarle al “sonoro Atlántico”, como escribió el poeta local Tomás Morales. El significado de aquellos versos queda perfectamente explicado en las piscinas naturales y su entorno. Son los ojos azules del océano. Desde dentro de uno de ellos, nadando entre fulas,  pejeverdes y otros peces, te rodea la majestuosidad de la naturaleza y se confirma tu sensación de tenerlo todo al alcance de la mano.

 

 

 Los rayos del sol juegan con la superficie de agua, dibujando reflejos de oro y plata a tu alrededor. En las montañas, en cambio, compruebas que la bruma abraza el bosque. Dos islas, o muchas más, en un mismo instante. Si no existiera un sitio así te gustaría al menos poder soñarlo.

Era de suponer… Lo has hecho. Has remontado el valle de las papayas, los mangos y los cafetales hasta alcanzar el borde de la gran pendiente, precisamente lo que significaba Tamadaba en la lengua aborigen. Te rodean los venerables pinos, como al principio, frente al Roque Nublo. Al frente se expande el océano y hacia el oeste se extiende lo que parece una gran cola de dragón por la extraordinaria forma que adoptan las formaciones montañosas. Ya sabes que esto no es el final. Supone apenas el principio de tu relación eterna con Gran Canaria, la infinita isla de los mil rostros.

 

www.grancanaria.com

 

 

 

 

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