Grivel. Noches de insomnio.

Grivel

Grivel. Noches de insomnio.

 

Grivel

 

Texto: Kissthemountain.

 

En noches de insomnio me gusta cerrar los ojos y trasladarme a lugares o situaciones que me aportan calma. La elección de estos espacios es muy diferente dependiendo del momento.

En la mayoría de las ocasiones visito mentalmente lugares en los que ya he estado, tratando de evocar esos sentimientos que convirtieron el momento en algo inolvidable y lleno de paz. Soy consciente de que viajo al pasado para aprovecharme en el presente. Hace no mucho tiempo pasé unas noches en un refugio de montaña en Sierra Nevada. Tras la cena, después de un día de actividad intensa, tomaba una cerveza junto al fuego de la chimenea. Me pareció oír algún movimiento en el exterior del refugio. Al salir, una cabra montesa acudía a beber agua de una pequeña laguna. No había luna y sin embargo un gran número de estrellas iluminaba la escena. No sé el tiempo que pasé contemplándola. De lo que sí estoy seguro es de que no olvidaré jamás ese momento al que, como comentaba, vuelvo muchas veces cuando las preocupaciones diarias no me dejan conciliar el sueño.

 

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Otras veces, y aunque muchos de los que leéis estas líneas inspiradas por la trayectoria de la marca de Courmayeur consideraréis muy extraño, me gusta desplazarme al futuro también en búsqueda de la calma que me haga poner fin al día. Con los ojos cerrados y tratando de acompasar mi respiración a la de unos pasos imaginarios por alguna montaña que estoy seguro de que algún día visitaré, imagino cómo me encamino hacia esa cumbre que tantas veces he visto en fotografías y que casi conozco de memoria, mientras mi mano se agarra con fuerza a la seguridad del piolet. Entonces llego a la cima justo en el momento en el que el viento cesa y el sol asoma por el horizonte abriéndose paso entre las nubes. No tengo prisa. Estaré de vuelta en la tienda de la que partí hace cuatro o cinco horas antes del mediodía. Hay tiempo de sobra para grabar estas imágenes en ese lugar de la mente en donde conservo los momentos de paz a los que más tarde recurriré cuando la inquietud llame a la puerta. 

 

 

Estos dos viajes mentales, al pasado y al futuro, tienen algo en común. En ambos soy yo el protagonista de esas vivencias que ya he disfrutado o que pienso hacer en un momento no muy lejano. Sin embargo, otras veces no soy yo el actor principal, sino que me comporto como un espectador de algo o alguien que en el pasado consiguió una gesta que ha pasado a la historia del mundo de la montaña. Soy consciente de que los protagonistas viven momentos de gran tensión que los aleja completamente de esa calma que precisamente busco. Quizás, el hecho de saber que la actividad que observo terminó con éxito me aporta la paz que rara vez observo en los ojos de los hombres o mujeres que avanzan con determinación y concentración hacia su objetivo. Es muy complicado de explicar. Puede que también sea precisamente esa concentración ajena lo que consigue aportarme calma. Creo que con un ejemplo se entenderá mejor. Anoche no podía dormir. Los acontecimientos que estamos viviendo en estos difíciles días en los que un enemigo invisible ha puesto en alarma al mundo entero rondaban una y otra vez mi mente generándome una gran inquietud. Entonces decidí viajar al pasado, concretamente al 24 de julio de 1938, a esa pared que Ueli Steck comparaba con un tejado demasiado inclinado que apenas ofrece puntos de soporte y en la que pasó más de 60 días de su vida. Hablo, por supuesto, de la cara norte del Eiger. Buscaba relajarme, por lo que obviamente no me desplazaba al Nido de Golondrinas, al Vivac de la Muerte o a la Travesía de los Dioses, sino que lo hacía mentalmente a una de las ventanas que dan acceso a la pared, en este caso a la situada a 2.866 metros en la estación de ferrocarril de Eigernordwand. El silencio era desgarrador y permitía escuchar el avance de Anderl Heckmair y sus compañeros Harrer, Kasparek y Vörg camino de la cima. Me relajaba oír cómo manejaban la situación con excepcional calma. Y, sobre todo, el ruido que hacían sus crampones de 12, y no 10, puntas al penetrar en el hielo y la nieve.

 

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PIONEROS.

Estos crampones con una docena de puntas fueron una de las claves del éxito de la conquista de la última gran pared que quedaba virgen en los Alpes. Laurent Grivel, en 1929, tuvo la idea de agregar dos puntas frontales a los primeros crampones de la era moderna del alpinismo que años atrás, alrededor de 1909, había creado su padre Henri Grivel, lo que permitía abordar las pendientes más empinadas de manera directa, sin zigzaguear, haciendo que todo fuera más fácil, rápido y, sobre todo, seguro. Porque precisamente, junto a la innovación y el saber adaptarse a los tiempos reinventándose las veces que sea necesario, la seguridad es uno de los pilares básicos de esta marca nacida en 1818 cuando un herrero comenzó a fabricar los primeros piolets modificando y aligerando las azadas agrícolas, y crampones mediante la colocación de clavos en las botas para ayudar a aquellos que acudían a los pies del Mont-Blanc para conquistar las montañas más altas de Europa. Historia del alpinismo.

 

VALORES.

Han pasado muchos años desde que aquel herrero de apellido Grivel comenzó a escribir parte de la historia moderna de la actividad en la montaña. Muchas generaciones, inspiradas en sus raíces, siguieron la herencia de sus antecesores, haciendo que Grivel se convirtiera en un punto de referencia en la realidad social y económica del valle donde se asienta, respetando tradiciones y transmitiendo una cultura de montaña con grandes valores. Tanto es así que en 1982, cuando la marca italiana se encontraba a punto de desaparecer, Gioachino Gobbi no dudó en tomar las riendas de algo que estaba mucho más allá de lo económico, asentando sus pilares en una filosofía que tiene que ver con otras dimensiones que se acercan más a la realidad de las montañas, a la compatibilidad ambiental y cultural y al respeto por el medio ambiente y las personas.

 

Grivel

 

El producto escogido no será sólo el más rápido o el más ligero, sino aquel con mayor cultura, el que sea compatible con el mundo que nos rodea. La escalada limpia (clean climbing) que no deja huella y no deteriora la roca, las expediciones en estilo alpino que no asedian las altas montañas, el rechazo a las ayudas químicas como el oxígeno y las sustancias dopantes, el interés y la ayuda a las poblaciones locales, sobre todo a través de su acceso a la educación, el respeto por las habilidades profesionales de los acompañantes, guías o sherpas que ya no se ven sólo como mulos de carga”.

 

SEGURIDAD.

Existen muchas marcas en el mercado. Algunas de ellas se centran en ofrecer las mayores prestaciones mediante la elaboración de productos complejos; otras prefieren aligerar al máximo el peso pudiendo desembocar en artículos más frágiles; también están las centradas en reducir el precio a costa de la calidad. Grivel tiene clara su elección: aumentar la seguridad del usuario, lo que se traduce en una mayor fiabilidad en sus productos y componentes con la elección de las mejores materias primas. Hijos de esta opción son, por poner algunos ejemplos, el casco Stealth de menos de 200 gramos, el mosquetón Twin Gate que evita la caída intempestiva de la cuerda sin necesitar cierre manual o el antizueco bajo los crampones que evita la acumulación de nieve y los consecuentes deslizamientos.

 

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EL SUEÑO.

Vuelvo al calor de las sábanas. Mi mente viaja ahora a 1818, concretamente a un pequeño taller de Courmayeur. Cassiano Grivel y su hijo Dominique están forjando un instrumento que mezcla un bastón de madera y una hoja metálica que se utiliza para tallar escalones en el hielo. Son los primeros piolets. Dominique y Cassiano bromean:

– ¿Por qué seguimos yendo a las montañas?

– Porque desde lo alto de una montaña el sol sale antes y se pone más tarde.

 

Más Info sobre Grivel

 

 

 

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