20 Oct K2 Y LOS PORTEADORES INVISIBLES. La épica callada del Himalaya
“Una persona vive de media hasta los 60 años en esta región, pero los que nos dedicamos a este trabajo no sobrepasamos los 30 o 40. No tenemos otra opción. Estamos desamparados. No es seguro trabajar aquí, y nada fácil”.
Texto por Kissthemountain
El K2, con sus 8.611 metros, es la segunda montaña más alta del planeta y, para muchos alpinistas, la más exigente. Situado en la cordillera del Karakórum, en la frontera entre Pakistán y China, su nombre evoca hazañas extremas, tragedias y un aura mítica. Sin embargo, detrás de cada expedición internacional que intenta conquistar su cima, se encuentra el colectivo de los porteadores locales, cuya historia rara vez se cuenta. Son ellos quienes cargan el material, montan los campamentos, se enfrentan a los mismos peligros que los escaladores y, pese a todo, suelen quedar relegados al anonimato. Precisamente, a darles voz y rostro se dedica el documental K2 and the Invisible Footmen (2015), traducido como K2 y los Porteadores Invisibles, dirigido por Iara Lee.

La película, de poco menos de una hora de duración, combina imágenes de gran fuerza visual con testimonios íntimos de los trabajadores de Gilgit-Baltistán, la región paquistaní que sirve de puerta de entrada al Karakórum. Su valor no reside únicamente en mostrar una gesta alpinística. Gira la cámara hacia los verdaderos sostenes de cada expedición, que son esos hombres humildes que arriesgan su vida por salarios mínimos y cuya presencia es tan fundamental como invisible.
Los porteadores retratados en el documental, salvo contadas excepciones, trabajan únicamente entre mayo y agosto. En esos meses, deben reunir el dinero suficiente para sostener a sus familias durante el resto del año. Se enfrentan a riesgos enormes: avalanchas, caídas, congelaciones y enfermedades derivadas de la altitud. Sin embargo, la precariedad económica y la falta de alternativas laborales en la región hacen que este trabajo sea, para muchos, la única salida.
El filme subraya un contraste doloroso. Mientras los escaladores extranjeros llegan con equipos sofisticados, seguros internacionales y cobertura mediática, los porteadores avanzan por las mismas laderas cargando decenas de kilos en la espalda, a menudo con ropa y calzado inadecuados. Y si la montaña se cobra una vida, el vacío que deja en sus familias rara vez trasciende más allá de la comunidad local.

DAR VOZ A LOS INVISIBLES
La directora Iara Lee opta por un tono respetuoso y sobrio. No hay artificios, ni heroización gratuita. Lo que ofrece es una mirada directa a los testimonios de los protagonistas, que cuentan su día a día con una naturalidad escalofriante. La cámara recoge escenas cotidianas, como la de hombres que comparten té en un campamento, que rezan antes de partir, que calculan cuántas jornadas de trabajo necesitarán para poder pagar la escuela de sus hijos…
Esta aproximación intimista humaniza a quienes, en la narrativa clásica del alpinismo, quedan reducidos a un pie de página. Y al mismo tiempo, revela la contradicción moral de una industria que, bajo el pretexto de la aventura y la superación personal, depende de un trabajo invisible y mal remunerado.
Más allá del K2, el documental invita a reflexionar sobre un modelo de expediciones comerciales extendido en las grandes montañas del mundo. El Himalaya y el Karakórum han visto crecer un turismo de altura en el que el éxito de los montañeros extranjeros suele estar directamente vinculado al esfuerzo de porteadores y sherpas locales.

EL PODER DEL CINE COMO ALTAVOZ
K2 y los Porteadores Invisibles se proyectó en festivales de cine de montaña y de derechos humanos, generando debate sobre la necesidad de reconocer y dignificar el papel de estos trabajadores. La película no pretende ofrecer soluciones fáciles, pero sí iluminar una realidad silenciada. Y en ese gesto ya cumple el papel crucial de dar un altavoz a los sin voz, y de poner rostros concretos a un colectivo que suele quedar reducido a cifras estadísticas.
La obra de Iara Lee recuerda que la montaña no es sólo escenario de conquistas personales o nacionales, sino también un espacio de desigualdad global. El esfuerzo que para unos significa cumplir un sueño deportivo, para otros representa la diferencia entre la supervivencia o la miseria de sus familias.
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