LA PALMA. Una historia de amor (I)

LA PALMA. Una historia de amor (I)

LA PALMA. Una historia de amor (I)

 

 

Texto por Kissthemountain

 

 LA RUTA DE LOS VOLCANES. EL MAR DE NUBES

Ayer por la mañana, horas antes de conocer a ese chico en la plaza de Los Llanos de Aridane de quien ahora os hablaré, como preludio de que algo muy bueno iba a pasarme en este viaje a La Palma, me quedé maravillada ante el espectáculo en forma de mar de nubes que mis ojos, e incluso otros sentidos, tuvieron la suerte de presenciar en la conocida, y probablemente uno de los emblemas de la isla, Ruta de los Volcanes. Ya había visto alguna fotografía de ese fenómeno natural creado por el encuentro entre los vientos alisios y las cumbres más altas de la isla, en el que las nubes rebasan las montañas de la vertiente sur, precipitándose por sus laderas, como si de una cascada se tratara, formando un espectáculo visual que, desde ayer, ha quedado almacenado en ese lugar de la mente donde van a parar los recuerdos que lo son para toda la vida. 

Muy temprano, a las 06:00 de la mañana, dejaba el coche en el aparcamiento del Refugio del Pilar para tomar en GR-131 en dirección al faro de Fuencaliente. Me calcé mis zapatillas y, con la luz del frontal, corriendo llegué casi a Las Deseadas momentos antes de que el sol saliera por el horizonte para saludar a esa jornada que tantos buenos momentos me dio. Entonces, con la claridad del día pude ver a mis pies cómo un mar de nubes inmenso ocultaba el encuentro de la isla con el océano, e incluso a este, dejando solo a la vista la silueta del Teide de la isla vecina. Superó completamente mis expectativas. Sentada en una roca a los pies del sendero, me sentí especial y afortunada de tener la oportunidad de vivir lo que ante mis ojos estaba ocurriendo. De vuelta hacia el punto de partida, vi lo que la luz del frontal que me guiaba horas antes sólo insinuaba: un paisaje de apariencia lunar en el que una vegetación extraordinariamente verde había surgido entre la ceniza volcánica, unos riscos áridos que contrastaban con pinares de una belleza descomunal, esas nubes que se desprendían como cascadas por montañas que casi podía tocar con las manos… Comprendí por qué a este lugar del mundo se le conoce como La Isla Bonita y sentí envidia de los miles de corredores que dentro de unos días afrontarán el sendero conocido como El Bastón, en una carrera, la Transvulcania, que identifica a toda una isla.

 

 

LOS LLANOS DE ARIDANE.   EL ENCUENTRO

Tras descansar después de comer, visité el centro de Los Llanos de Aridane, con sus pequeñas casitas coloridas de arquitectura tradicional canaria llenas de plantas. Cansada, me senté en un kiosco en la plaza principal que parecía lugar de encuentro de todos los afortunados habitantes de esta localidad. Y entonces, como despistado, con esa mirada que sólo tienen los chicos con muchas historias que contar y con ganas de vivir, apareció él para decirme que me había visto la mañana anterior en el mismo avión que, desde Tenerife, haciendo escala, me había traído hasta aquí. “¿De dónde eres?”. “Vengo de Granada. ¿Tú eres de aquí?”. Me respondió que sí, que había vivido hasta los 18 años en La Palma, pero que, por causas laborales de sus padres, había tenido que dejar su amada isla a la que no volvía desde hacía casi dos décadas. Como yo, había decidido emplear su primera mañana en La Palma para redescubrir aquel mar de nubes que su memoria guardaba, algo distorsionado, en el rincón de su mente destinado a los recuerdos más especiales. Justo después de decirme que al amanecer de ese día también me había visto sentada en una piedra absorta en mis pensamientos contemplando el espectáculo visual antes relatado, me preguntó si podía sentarse conmigo. Le dije que sí, algo de lo que nunca me arrepentiré. Tras tomar algo hasta media noche, quedamos para vernos hoy. Me recogería en la casa que había alquilado para enseñarme uno de sus rincones favoritos de la isla, una playa con la que muchas noches soñaba en su exilio y que desafortunadamente quedaba a menudo fuera de las visitas que los turistas hacíamos a su isla. “Llévate un bañador”.

 

 

PLAYA DE NOGALES. SUS OJOS VERDES

Ya esta mañana, tras aproximadamente una hora de viaje, dejábamos el coche en un lugar para el estacionamiento de vehículos ubicado al noreste de la isla y abría el maletero para coger dos tablas de bodyboard que colgaba sobre sus hombros visibles por encima de una camiseta de tirantes. Se colocaba sus gafas de sol, mientras yo pensaba que era una pena que tapase sus bonitos ojos verdes, y comenzaba a caminar en silencio por un sendero bellísimo de unos 600 metros que transitaba por un acantilado que mostraba el mar revuelto. A mitad del mismo, se detenía para enseñarme una especie de gruta que quedaba a la izquierda, momentos antes de llegar a nuestro destino: la Playa de Nogales. Las palabras se quedarían siempre cortas para describirla. Una pared muy vertical de unos 200 metros de roca deja poco espacio para que se forme una playa de aproximadamente 500 metros de arena negra volcánica entre ella y el océano. El intenso azul del mar contrasta con el negro de la roca y el verde de la vegetación que en ella se forma. Desde la orilla, pueden verse un par de formaciones rocosas que atraen en un principio la mirada antes de que esta se detenga en unas olas que esta mañana cabalgaban tres o cuatro surfistas. Mi primera reacción fue la de quitarme las zapatillas y sentarme para empaparme del momento. El hacía lo mismo. Al cabo de unos cinco minutos, se ponía en pie, se quitaba la camiseta, cogía su tabla y se adentraba buscando su primera ola. Yo le seguía y, por casualidad, o porque el destino así lo quería, los dos lográbamos hacernos con la misma ola que entre risas nos dejaba en la arena previo revolcón. Al cabo de una hora, los dos caminábamos por la orilla y él me contaba que solía venir cuando era pequeño con sus padres quienes le enseñaban los mejores lugares para surfear. Pasaban allí la mañana antes de ir a bañarse y a comer a un sitio cercano llamado El Charco Azul. “Pues con tanto esfuerzo por hacerlo mejor que tú en el agua, me ha entrado mucha hambre. ¿Me lo enseñas? 

 

 

EL CHARCO AZUL. MIS DEDOS ARRUGADOS

El Charco Azul es un enclave muy diferente a lo habitual. Situado un poco más al norte de la Playa de Nogales, en la costa de San Andrés, es como una piscina natural que se encuentra protegida del oleaje. El azul del mar contrasta en esta zona con el verde de la muy próxima laurisilva. Y es un lugar excepcional para bañarse. Así lo hicimos durante tanto tiempo que las puntas de los dedos de mis manos se arrugaron, algo por lo que él se rio de mí un buen rato mientras yo trataba de averiguar más cosas sobre su pasado. “Háblame mejor de ti. Cuéntame qué es eso de que has venido a La Palma a reconectar contigo misma”. “Ahora te cuento. Antes, comamos en ese chiringuito”. Me dejé llevar por sus recomendaciones deleitándonos con una riquísima comida tradicional palmera en la que no faltaron papas con mojo, queso asado y escaldón de pescado. “¿Estás muy cansada? ¿Quieres que te enseñe más cosas de mi isla?”. No podía negarme. Estaba disfrutando, pensando que era una suerte que alguien de allí, con los ojos de quien lleva mucho tiempo alejado de ese paraíso, me estuviera mostrando sus rincones favoritos. También, estaba empezando a sentir algo muy especial por esa persona. “Tomemos un café e intentaré no dejarte solo toda la tarde”. Te reíste mientras apartabas un mechón de pelo de mi cara. 

 

 

EL CUBO DE LA GALGA. LA LAURISILVA

A esta isla no sólo se le conoce como La Isla Bonita, sino también como La Isla Verde. Ahora verás por qué”, me dijiste cuando tras dejar el coche volvíamos a ponernos a caminar. Habías elegido un sendero llamado El Cubo de la Galga. “Hay otras dos rutas donde puede verse la laurisilva, el bosque de Los Tilos y los nacientes de Marcos y Cordero, pero he elegido esta porque hay una parte que se puede recorrer en dos horas y porque aquí fue donde besé por primera vez a una chica”. “Esto se pone interesante. Cuenta, cuenta…” El sendero elegido permite conocer la laurisilva de la isla en un paseo donde es fácil perder la noción del tiempo ante el esplendor de su vegetación de árboles gigantescos y helechos prehistóricos. El agua mana directamente de la roca convirtiendo este lugar en algo mágico. Nuestro ritmo era vivo, aunque en muchos momentos nos deteníamos fruto de la conversación que nos permitía ir conociéndonos mejor. Al llegar a un mirador, el de Somada Alta, nos sentamos durante unos minutos para tomar algo de aliento. A lo lejos, podían divisarse las islas de Tenerife y la Gomera. Los dos nos quedamos callados. Yo, de nuevo, pensando en lo afortunada que me sentía; tú, trayendo recuerdos de tu infancia a tu mente. Ahora era yo quien me reía de ti. “¿Qué? ¿Pensando en esa chica?”. “La verdad es que no. Estaba buscando la manera de convencerte para que cenases conmigo, pero quizás estés muy cansada”. “No pretenderás que me acueste ya. Me gustaría cenar junto al mar”.

 

PLAYA DE TAZACORTE. SAL EN EL CUERPO

De nuevo en el coche, atravesábamos la isla de este a oeste por un túnel que parece que rompe una dimensión espacio-temporal. Tras dejar a la derecha las localidades de El Paso y Los Llanos de Aridane, un cartel indicaba que me llevabas a la Playa de Tazacorte, un lugar al que tenía previsto ir en algún momento de mi estancia en la isla. Es también un sitio difícil de describir en el que parece que el tiempo se detuvo hace varias décadas. Un pequeño pueblo, con no más de 50 casas, descansa a los pies de una montaña muy vertical que dirige al mirador de El Time, como él me dijo. En él, varios restaurantes de comida tradicional y

marinera parecían querer invitarnos a tomar una cerveza y comentar todo lo vivido durante el día. “¿Un último baño en el mar? Allí al fondo, hay una ducha donde poder quitarnos la sal”. “Te acepto lo del baño en el mar; lo de la sal, no. Me gusta sentirla sobre mi cuerpo”. El mar estaba mucho más tranquilo que en la Playa de Nogales. También había algo más de gente, pero para nada como en otras playas de España donde es incluso difícil encontrar un hueco para dejar la toalla. Mientras él se quedaba en la orilla leyendo un libro, yo comencé a nadar cerca de el, tratando de recorrer parte de esa maravillosa y limpia orilla.

 

 

HASTA MAÑANA

–¿Te has cansado ya de mí? – Me dijiste cuando me dejabas en mi casa alquilada.

–No sé. Tengo que pensarlo. – Te respondí riéndome y sabiendo que eso era completamente imposible.

–Si quieres, mañana te espero a las nueve en el kiosco donde nos conocimos ayer. Hay muchos lugares que quiero volver a ver y enseñártelos a ti. Si tienes fuerza, podemos subir al Roque de los Muchachos y luego visitar Barlovento y Garafía. De pequeño, solía hacer una ruta que los unía. 

–Sólo si me prometes que por la noche me llevarás a ver ese maravilloso cielo de estrellas que tenéis aquí y que ha hecho de esta isla Reserva Starlight.

Esta historia continuará…

 

 

 

 

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