PARQUE NATURAL DE TAMADABA. Déjà vu en un sueño

PARQUE NATURAL DE TAMADABA. Déjà vu en un sueño

 

 

En muy raras ocasiones tenemos la sensación de haber vivido con anterioridad una determinada situación. Estamos hablando con alguien y nuestro cerebro nos recuerda que esa conversación ya la hemos tenido con ese mismo interlocutor. Puede que incluso en idéntico lugar. Existe un término francés que hace referencia a estos momentos. Hablamos de un “déjà vu”.  Cuando se produce esta sensación, todo es tan nítido que pensamos que lo “ya visto” -como se traduciría al castellano- es algo que realmente ya ha sucedido. Puede que recordemos incluso el momento exacto. Pero ¿qué ocurre si esa circunstancia se vivió en un sueño? ¿Podemos hablar también de un “déjà vu”? No soy psicólogo, así que desconozco la respuesta a esta pregunta, pero estoy casi seguro de que no, de que debe de existir otro término que hace referencia a cuando se vive algo que previamente se ha soñado.

Hace dos semanas, una amiga, Pino, me invitó a pasar unos días en Gran Canaria. No lo dudé. Hacía tiempo que tenía ganas de volver a verla y también de conocer esa isla de la que tan bien me habían hablado. No fue difícil encontrar un vuelo. Hotel no hizo falta. Un sábado dejaba las maletas en su casa en el barrio de Vegueta en Las Palmas de Gran Canaria para salir a cenar algo con la intención de acostarnos pronto pues al día siguiente, temprano, partiríamos hacia el Parque Natural de Tamadaba, en el noroeste de Gran Canaria. En ese momento no sabíamos que las dos o tres horas que teníamos previsto pasar en este lugar, declarado por la Unesco como Reserva de la Biosfera por albergar bellísimos bosques naturales de pino canario autóctono y acantilados de vértigo, se convertirían en muchas más.

Antes de aparcar el coche en una casa forestal para adentrarnos en el corazón del Parque Natural de Tamadaba, nos detuvimos en un pequeño bar de carretera para tomar un café. Entonces todo comenzó. Mientras esperábamos a ser servidos, un hombre de avanzada edad se acercó a nosotros para vendernos lotería. Yo ya había vivido esa situación. Aunque sería más correcto decir que la había soñado. Fue la noche del día en el que Pino me llamó para invitarme. Un 11 de septiembre. Y estaba seguro de ello pues fue el final extremadamente surreal de un sueño ya de por sí extraño.

 

 

En el mismo, ese hombre me ofrecía un número que coincidía con el de la matrícula del primero de los coches de mi padre que recuerdo. Era el 6034. Pino notó algo extraño en mi rostro.

– ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?

– Esto ya lo he vivido. Mejor dicho, lo he soñado. Nos va a ofrecer el número 6034.

Al llegar a nuestra altura, dio la vuelta a los décimos y allí estaba el número. Pino estalló en una carcajada. 

– ¡Cómo eres! Seguro que ya lo habías visto.

Yo me reí también. No quería asustarla. Al fin y al cabo, las casualidades existen.

Terminamos el café, aparcamos en la casa forestal y tomamos un sendero que lleva hasta el Pico de la Bandera. El relato de lo que ocurrió aquel día comienza aquí. No sigue una línea temporal pues no podría decir en qué orden se produjeron los siguientes acontecimientos. De lo que sí estoy seguro es de que todo fue mágico, como el lugar en el que comenzábamos a dar nuestros primeros pasos.

Creo que fue alrededor de las 11:00 de la mañana cuando alcanzamos el Pico de la Bandera, en la parte más alta del macizo de Tamadaba. El GPS marcaba una altitud superior a los 1.400 metros. Mi mirada iba del mar de nubes que teníamos frente a nosotros al denso bosque de pino canario, húmedo por la influencia de los vientos alisios. Las vistas eran sobrecogedoras; la belleza del entorno descomunal. Entonces lo vi. Un pequeño pájaro de plumón azul nos observaba sobre una rama a escasa distancia de nosotros. Mi compañera sonreía maravillada. 

– ¡Mira! ¡Es un pinzón azul de Gran Canaria!.

 

 

 

Nunca había oído el nombre de esta especie. Ni siquiera sabía que existía un ave con un azul tan intenso. Sin embargo, ya lo había visto en una ocasión. Apoyado en esa misma rama. Fue en aquel sueño del 11 de septiembre. Aquel día, aunque quizás debería decir aquella noche, ese mismo pájaro piaba solicitando ayuda pues una de sus pequeñas patas se había quedado atrapada entre unas ramas. En el sueño, me acercaba mientras le decía que no se preocupara, que no iba a hacerle ningún daño pues sólo quería ayudarlo. Al llegar a su altura, se calmó y me dejó liberar su pata. Un par de semanas más tarde caminaba de nuevo hacia él. Alzó el vuelo, abrí la palma de la mano y se posó en ella. Pino no daba crédito. Entonces le conté mi sueño. Yo había estado ya allí en el Pico de la Bandera, pero no en la realidad. Pino me miraba incrédula, pero creo que algo le decía que no mentía. Un pinzón azul de Gran Canaria no se posa en la mano de un ser humano.

Otro momento especial. No recuerdo a qué hora del día se produjo. Caminar por el Parque Natural de Tamadaba supone una desconexión total. El silencio te envuelve y respirar ese aire tan cerca de las nubes hace que te olvides de todo. También las circunstancias tan excepcionales que viví ese día hacen que no sepa distinguir el orden de los acontecimientos. Recuerdo estar contemplando acantilados marinos con forma de cola de dragón. A nuestros pies estaba la playa de Guayedra, de arena negra. No conocía su nombre. Fue Pino quien me lo dijo. Sin embargo, yo ya había estado allí. Era el Mirador de El Balcón. Fue en ese mismo sueño. Dudé en contárselo a Pino, pero no pude evitarlo. Ella me escuchaba asombrada. Pero ahora sí que me creía. Le hablé de que en el sueño, una chica rubia lloraba y sonreía a la vez. Tristeza y alegría. Eso era lo que desprendían sus ojos color miel. Llevaba una mochila de un color rojo intenso. Me acerqué a ella para preguntarle si se encontraba bien. Me respondió que sí, que acababa de terminar una novela que le había sobrecogido. La sacó de su mochila. Era un libro muy extraño. Su portada era también roja y sobre ella no había nada escrito. 

 

 

 En su interior, los párrafos eran de color azul, como el del mar que agitado se mostraba cientos de metros más abajo. Pino me escuchaba asombrada. Comimos algo y nos levantamos para emprender de nuevo la marcha. Entonces, oculta tras un árbol, vimos la mochila del sueño. Ella corrió hacia ella. Antes de abrirla ya sabía qué era lo que iba a encontrar.

La verdad es que el entusiasmo que mostraba Pino hizo que mi nerviosismo se atenuara. Visto desde fuera, puede parecer una situación divertida, pero lo extraño de la situación me causaba cierta confusión. Ella me pedía que tratara de recordar más cosas de ese sueño. Entonces le hablé de grandes pendientes que bajaban hacia el mar, de barrancos estrechos ricos en vegetación y de acantilados. Recordaba uno de ellos que caía verticalmente hacia el mar. Estando en él, el vértigo me causaba una gran inquietud. Mi corazón se aceleraba y cierta sensación de mareo me envolvía. Entonces una nube me sonrió calmándome de inmediato. 

– ¡Debe de ser el Roque Faneque! ¡Está a más de 1.000 metros de altitud! ¡Vamos hacia allí!

Conforme nos acercábamos, iba distinguiendo distintos aspectos de su paisaje. Yo había estado en ese lugar. Recordaba esos pasadizos de roca que nos elevaban sin contemplaciones hacia una atalaya. Caminaba mirando hacia el suelo para evitar el vértigo. Y entonces reconocí la extraña forma de una piedra que en el sueño llamó mi atención. 

– ¡Aquí es!

Los dos levantamos la mirada y entre todas las nubes una nos sonrió.

Hay lugares mágicos en el mundo. Algunos nos están esperando con impaciencia. Tanta que en ocasiones no pueden esperar a que los visitemos físicamente.

 

 

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